sábado, 22 de junio de 2019


MONOGRAFÍAS FILOSÓFICAS CRÍTICAS VII



Patricio Valdés Marín


CONTENIDO

  1. Una metafísica del universo                       
  2. Las categorías metafísicas            
  3. Causalidad y estructuración                       
  4. La energía                         
  5. Energía cuantificada                      
  6. Contradicciones de la teoría general de la relatividad          
  7. Una cosmología                            
  8. La esencia de la vida                     
  9. El instinto de dominio – una teoría             
10. El sistema de la afectividad                       
11. El cerebro y la conciencia              
Lo epistemológico I - https://unihummono4.blogspot.com
12. La psiquis                                     
13. El discurso filosófico histórico                  
14. Una teoría del conocimiento I                     
Lo epistemológico II - https://unihummono5.blogspot.com                              
15. Una teoría del conocimiento II                                
16. Los límites del conocimiento humano         
17. Crítica de la ciencia a la epistemología filosófica    
18. La filosofía y la ciencia                              
19. El lenguaje                                    
Lo transcendente I - https://unihummono6.blogspot.com
20. Una cosmovisión               
21. Cuestiones religiosas                     
22. Dios                      
23. La eternidad           
24. La línea divisoria                
Lo transcendente II - https://unihummono7.blogspot.com
25. Reflexionando sobre el significado de la existencia de Jesús         
26. Jesús de Nazaret y el cristianismo                          
27. Breve historia de la humanidad y su relación con lo divino              
Lo socio-político I - https://unihummono8.blogspot.com
28. Antecedentes antropológicos de la sociedad         
29. El ser humano y la sociedad                      
30. Fundamentos antropológicos de la política            
Lo socio-político II - https://unihummono9.blogspot.com
31. La política              
32. La guerra               
33. El Leviatán y los Estados Unidos   
34. El derecho de propiedad privada   
35. La ética del capitalismo                 
36. La tecnología         
37. En el espíritu de El Capital de Karl Marx     
38. Las peculiaridades de la economía de los Estados Unidos     







25. REFLEXIONANDO SOBRE EL SIGNIFICADO DE LA EXISTENCIA DE JESÚS




A casi un año de la próxima segunda venida de Jesús resulta necesario reflexionar sobre el significado de su acción en la humanidad, puesto que la proximidad de este portentoso acontecimiento deberá cambiar completamente la perspectiva que tenemos de la realidad. No me haré cargo de si Jesús existió o no, puesto que circulan numerosos videos en la Red que con pésimos argumentos niegan su existencia. Yendo a lo que nos atañe, primero, a Jesús los evangelios lo nombran “hijo del hombre”, dando a entender que es tanto un ser humano como el mesías. De manera específica, para Marcos Jesús es el hijo de Dios pero no lo diviniza. Mateo sigue a Marcos y agrega que, respecto a la ley, Jesús es como un nuevo Moisés; también él adapta su evangelio a las profecías judías respecto al mesías, haciendo nacer a Jesús en Belén y trazando su ascendencia a David. Lucas considera a Jesús como un profeta y mártir. Juan, más extremo, supone a Jesús igual al Padre, y es el cordero de sacrificio para redimir al mundo. Por su parte, en sus encíclicas Pablo elaboró su teología en base al mito del pecado original para subrayar la idea de que Dios, en su infinita bondad, envió a su Hijo, Jesucristo, el nuevo Adán encarnado, para cargar con el pecado de toda la humanidad, redimirla a través de su sacrificio en la cruz y conseguir la reconciliación con Dios; solo Pablo, quien no conoció a Jesús, designa a Jesús como Cristo, que significa el ungido; en su cosmología él se hace apóstol de los gentiles, e. d., las naciones, para hacerlas partes del legado de Israel y así salvarlas.

Vemos entonces que no existe gran unanimidad en los distintos evangelios. Desde luego, en los primeros tiempos del cristianismo, no había ortodoxia ni doctrina definida. Por el contrario, cada comunidad de los seguidores de Jesús buscaba asimilar el insólito acontecimiento de su vida, mensaje y muerte que remeció la conciencia y la cosmovisión de la gente que lo conoció, y cada comunidad seguía sus escritos favoritos. Estaban de acuerdo en el mensaje de Jesús, que se puede resumir en que existe un reino celestial de Dios de amor y felicidad al que todos están invitados y al que se puede acceder después de morir a través de ejercer el amor y la justicia, y también el martirio. Por estar inexorablemente sumergidos en su época, los cristianos fueron raptados por el poder imperial para sus intereses hegemónicos, que obligó a unificar y dogmatizar sus creencias, sin que éstas hubieran madurado, el año 325, en Nicea, bajo el poder militar de Constantino y la batuta de Atanasio de Alejandría. El credo niceno resume las conclusiones a las que se llegó, habiendo sido la discusión central el problema de la naturaleza de Jesús, si humana o divina. El emperador quería forzar la unidad doctrinal. Surgió entonces la Iglesia imperial, que no tardó en perseguir a los disidentes y a ambicionar las dos espadas del poder total, la espiritual y la temporal. Aunque en el seno de la Iglesia han surgido muchos grandes y venerados santos, es porque allí se difunde y practica parcialmente el Evangelio de Jesús, pero ella ha sido cómplice de los peores y más crueles momentos sufridos por la humanidad. Buscando el ideal de unidad constantiniana, la Iglesia ha sido intolerante y represiva, y se ha valido de su enorme poder para satisfacer las ansias de poder y riqueza de sus dignatarios. No obstante, aún tan tremendamente indigna, ella también es la Iglesia de Jesús, pero de ninguna manera ella prefigura el reino de Dios, como Agustín hizo creer en su La ciudad de Dios. 

La alegoría del pecado en el Edén, usada por Pablo, se refiere en realidad a nuestra animalidad. Efectivamente, somos miembros de la especie humana, la cual, como toda especie animal, posee entre otros los instintos de supervivencia y procreación, que la hacen prolongarse y subsistir. Sin embargo, por la voluntad de nuestra razón, debemos subordinarlos para conseguir el bien superior de desarrollar nuestro espíritu. Tradicionalmente, se ha juzgado que los pecados capitales de soberbia, codicia, envidia, ira, lujuria, gula y pereza, que surgen realmente de nuestros instintos desbocados,  están detrás de todos los crímenes, violencias y guerras que jalonan la historia. Por el contrario, el mensaje de Jesús es buscar el reino de Dios a través del amor y la justicia. En nuestro actual mundo de rampante ateísmo y descreimiento el imperio de la animalidad en los seres humanos nos está llevando rápidamente a nuestra aniquilación total. Desde la Ilustración, hemos supuesto miopemente que nos bastamos para construir el paraíso, donde nuestras necesidades se verán colmadas y viviremos felices, mientras olvidamos a Dios.

Pablo tuvo razón para calificar a Jesús como Cristo, pero no para la finalidad que él supuso, que fue de redención. En una perspectiva histórica y profética más amplia, el Mesías es el enviado de Dios para regir la humanidad, tal como se suponía que el rey reina por derecho divino y los reyes eran ungidos por la autoridad eclesiástica en representación de Dios. Cuando Jesús acepta ser llamado “Mesías”, no lo concibió, como los judíos del siglo I, como el jefe militar que derrotará al ejército romano ni tampoco, como los sionistas del siglo XXI, como el que liderará a los judíos para dominar al mundo. Sin embargo, si Jesús hubiera terminado su vida crucificado como un criminal y sin haber logrado transformar la humanidad, no merecería ser llamado Mesías. En su primera venida Jesús no ameritó ser llamado Mesías. Sólo cuando se cumplan las profecías y Jesús vuelva por segunda vez en gloria y majestad para liderar un nuevo orden mundial, él se constituirá efectivamente en el Mesías y también en el Cristo.

A la luz del conocimiento profético, se puede afirmar que Lucas acertó plenamente al reconocer en Jesús al profeta, pues profetizó su segunda venida. "Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre; y entonces se golpearán el pecho todas las razas de la tierra y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria." (Mt. 24,30). No sólo las profecías bíblicas de Joel, Isaías, Zacarías, Jeremías, Ezequiel, Daniel, Apocalipsis, sino también las de varias centenas de clarividentes coinciden en señalar a Jesús como el Mesías de la nueva era feliz y dorada llamada “Milenio”, cuyo inicio será la segunda venida, como ha sido profetizado. El Milenio durará mil años, será una época de amor y justicia, solidaridad y paz, en una Tierra regenerada, donde prefigurará el Reino de Dios como la Iglesia no logró hacerlo. Para entonces, habrá desaparecido la “tecnología”, la industria, el dinero, la propiedad privada. En el milenio los oprimidos y explotados de dos mil años soñaron. Por su realización hasta lucharon hasta morir pero lo hicieron infructuosamente. El poder establecido fue siempre más poderoso y siempre los reprimió. “Libertad, igualdad y fraternidad”, fueron ideas que nacieron indudablemente de los anhelos más profundamente humanos, iluminaron breve y salvajemente la Revolución Francesa, también destilaron la esencia profética del Jesús del Milenio. Por otra parte, todos los sistemas sociales, políticos y económicos han demostrado su fracaso en sus expectativas y han producido sólo miseria para la mayoría, que son las víctimas inocentes.

Sin embargo, antes que venga Jesús nuevamente, se producirá la “gran tribulación”. Ésta será una cadena de calamidades que incluirá una devastadora guerra mundial, los Tres Días de Oscuridad, que hace finalizar la guerra y que transforma profundamente la Tierra, enfermedades y hambruna, de modo que sólo el 10% de la humanidad actual permanecerá vivo para atestiguar la Segunda Venida. La fecha de estos próximos y asombrosos eventos ya se puede adivinar, aunque se diga en Mateo 24,36: "Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino sólo el Padre." (Ver: http://unihum2016cronologia.blogspot.com). Ya no es materia de creer o no creer, sino de comprenderlo y hasta desearlo, como los milenaristas. Tendría que ser muy ciego quien no viera ahora mismo a toda la civilización comenzar a derrumbarse catastróficamente entre un incontrolable e irreversible cambio climático, montañas de basura, un inatajable enriquecimiento de pocos y empobrecimiento de muchos, un odioso y belicoso clima internacional, un desarrollo aún más sofisticado de armas nucleares, líderes corruptos y mediocres, y un endeudamiento generalizado. Sería muy ingenuo quien confiara la salvación de la humanidad a la tecnología y una supuesta y mayoritaria buena voluntad, que por lo demás nunca ha sido demostrada. Los sistemas humanos fracasan porque se busca satisfacer los instintos antes que poner la mirada en la trascendencia. Las construcciones sociales, políticas y económicas caen víctimas de la codicia y el afán de riqueza y poder.

Respecto a la muy próxima venida de Cristo a la Tierra, Marcos (13,26) escribe: “Y entonces verán al Hijo del hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria”. Sin embargo, esta representación es tan alegórica como aquella en que se describe al Anticristo. Por ejemplo, Hildegard von Bingen, en el siglo XII, escribió, “el Anticristo vendrá cuando el mundo pierda su estabilidad. Este Hombre de Pecado nacerá de una mujer impía. Como Satanás, va a caer en estos días cuando diga que es el Salvador del mundo. Se aliará con reyes, príncipes y los poderosos de la tierra. Condenará la humildad y ensalzará todas las doctrinas de la soberbia. Fingirá los prodigios más asombrosos y, a la vista de sus milagros, muchos se aterrorizarán y creerán en él… La caridad se extinguirá en los hombres. Entonces tanta tristeza los ocupará en ese momento que se llevarán a morir como si para nada”. Y en el siglo XIV, santa Brígida de Suecia anotaba que “el tiempo del Anticristo estará cerca cuando la medida de la injusticia se haya desbordado y cuando la maldad haya crecido hasta proporciones inmensas, cuando los cristianos amen herejías y el injusto arrolle bajo los pies de los siervos de Dios. Al final de esta época el Anticristo nacerá. Él será un fenómeno al nacer. Su madre será una mujer maldita (Margaret Thatcher cabe en ese rol) y su padre (Milton Friedman también) será un hombre maldito. El tiempo de este Anticristo vendrá cuando la maldad, la injusticia y la impiedad hayan crecido en proporción ilimitada”.

Nosotros, que ya estamos viviendo los tiempos del Anticristo, no necesitamos representar simbólicamente los acontecimientos, porque entendemos muy bien lo que es el lucro, la propiedad privada (que no es la propiedad personal, sino el medio para aumentar la propia riqueza y poder), la empresa privada, el soborno, el chantaje, el deshonor. Lo que las profecías nos transmiten es la radical oposición entre Cristo y el Anticristo. El tiempo de Cristo es de amor, justicia, humildad, solidaridad, comunidad, fe en Dios. El del Anticristo es de codicia, explotación, prepotencia, desigualdad, individualismo, ateísmo. El mandamiento: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mc. 12,31) es contrario a la subjetiva percepción de Hobbes: “el hombre es un lobo para el hombre”. En el orden de la creación, no tiene sentido alguno que la inmensa mayoría de las criaturas humanas, todas invitadas al reino de Dios (Mt. 22, 1-14), estén tan descarriadas y que esta situación no pueda ser rectificada. La libertad personal, que es la función racional máxima generada por la creación, no solo sirve para elegir peras o manzanas en el mercado, sino que nos permite aceptar o no dicha invitación divina, pero ella está siendo anulada por la engañosa y masiva propaganda del poder político y económico.  Lo que las profecías vienen anunciando es que los sistemas creados por los seres humanos se derrumbarán en caos (ya algunos economistas están prediciendo una inédita depresión y tontamente aconsejan comprar oro, como si se pudiera preservar la riqueza y el poder) y tras una gran tribulación vendrá el milenio, cuando el Evangelio de Jesús sea reestablecido y él se manifieste por segunda vez.

Quedan en el tintero las respuestas para una enorme cantidad de preguntas. Seleccionaré una de ellas: ¿Por qué para llegar a Dios Él ha querido un camino tan tortuoso e infeliz para nosotros los seres humanos y no nos diseñó desde el inicio para que no dependamos tanto de nuestros instintos animales? Diré simplemente que nuestra cavidad craneana de tan sólo 1450 cc no es capaz de entender la mente divina. Sólo es capaz a medias de comprender el infinito amor de Dios hacia cada uno de nosotros y entender que nuestro don de ejercer la libertad sin egoísmo es esencial para transitar por el mencionado camino destinado a los seres humanos, que somos animales trascendentes.





26. JESÚS DE NAZARET Y EL CRISTIANISMO




A comienzos del siglo XXI, cuando se ha avanzado tanto en las investigaciones bíblicas e históricas y se tiene acceso libre al internet y los vastos conocimientos que atesora, resulta muy difícil seguir aceptando la doctrina tradicional eclesiástica. En vano muchos esperaron que la autoridad eclesial pudiera ponerse a tono con el nuevo conocimiento, sobre todo durante el Concilio Vaticano II. Como si fuera un castigo por haber renunciado al esfuerzo demandado, la enseñanza de la Iglesia ha llegado no satisfacer las apremiantes necesidades religiosas de los seres humanos y a caer en el desprestigio total por el tema de la pedofilia. Este ensayo se ha centrado en analizar la desconexión entre Jesús y el cristianismo, habiendo constatado que el segundo es sólo una elaboración demasiado humana. La esperanza para el ser humano no debiera ponerse en la religión cristiana, sino en el Evangelio de Jesús.



INTRODUCCIÓN



El Evangelio (significa “la buena nueva”) de Jesús de Nazaret (1er personaje analizado) nos ha llegado a nosotros a través de los libros bíblicos llamados evangelios, incluidos los sinópticos, los papiros de Nag Hammadi, llamados apócrifos, y el de S. Juan. Estos escritos son lo más fiel que históricamente ha quedado en intentar describir la vida y enseñanzas de Jesús según lo que se recordaba y se transmitía de él por sus seguidores cuando fueron escritos algunas décadas después de su muerte en la cruz. Los evangelistas, judíos ellos, quisieron además vincular a Jesús con la tradición de Israel. Jesús fue un hombre que supo que Dios es un padre que acoge en su reino transcendente a quienes han vivido en caridad. El evangelio es el mensaje universal de Jesús para la conversión personal a lo transcendente y para colocar a Dios en el centro de su vida. Resumidamente, Jesús habló de una existencia plena y eterna después de la muerte si la persona en vida hubiera amado a Dios y al prójimo, quienquiera que fuese. Incluso no es necesario saber expresamente del evangelio, siempre que según su natural entender la persona viva en el amor y la justicia con humildad de corazón. Aunque jamás haya escuchado hablar de Jesús, cada persona del mundo tiene un destino transcendente en el reino de Dios, siempre que libre y consecuentemente responda a este llamado de amor.

Existe una diferencia entre persona y personaje. Una persona puede definirse como un ser humano histórico que tuvo una existencia real y concreta, en tanto que un personaje es una representación imaginaria e idealizada de una persona que un grupo social llega a construir. De este modo, la muy humana persona de Jesús dio paso al fantástico personaje que fue siendo sucesivamente exalta­do por sus seguidores: desde el Maestro, pasando por el Mesías, el Ungido (Cristo), el Unigénito, hasta llegar a ser identi­ficado con la Tercera persona de la Trinidad y el mismo Dios. El proceso, que había comenzado en Galilea y Judea, tuvo dos condicionantes particulares: primero, la incorporación de gentiles al movimiento de Jesús y el término de la hegemonía judía en la naciente Iglesia, y segundo, la guerra Romano-judía que culminó con la destrucción de Jerusalén, en el año 70. Se puede decir que Jesús llegó a ser el personaje más incomprendido y tergiversado de la historia. Entre la humilde vida de Jesús en Galilea y la magnificencia y poder de la Iglesia cristiana existió un proceso que duró unos cuatrocientos años. Este se caracterizó por la mitificación de Jesús entre sus seguidores según las creencias y los intereses mantenidos por distintos grupos de poder. Quienes adquirieron supremacía en esta estructuración determinaron su sentido y definieron los significados. En los primeros cuatro siglos de este proceso debe distinguirse entre la persona de Jesús, en tanto ser histórico, y el personaje que sus dirigentes fueron creando acerca de lo que él fue. En dicho lapso de tiempo los escritos que terminaron por integrar el Canon del Nuevo Testamento fueron tomando forma y fueron seleccionados principalmente con el criterio de que hubiesen sido obra, supuesta o no, de los apóstoles o de sus discípulos inmediatos en consideración a haber sido testigos directos de los hechos relatados. El Canon Bíblico llegó a ser instituido por el Concilio de Roma, en el año 382, bajo el pontificado de Dámaso I (366-384), dejando fuera a los evangelios apócrifos, considerados de ser gnósticos, puesto que el gnosticismo había caído en desgracia.

Aunque el evangelio se sostiene por sí mismo, sin necesidad de ser sustentado por alguna religión, forma una parte relativamente importante del cristianismo, en especial del catolicismo, ya que el protestantismo concede igual valor a toda la Biblia. Esta religión ligó artificiosamente este mensaje transcendente y misterioso con la filosofía griega, y en particular con la filosofía de Platón (2º personaje analizado). El cristianismo es la religión que se originó del pensamiento teológico de san Pablo (3er personaje analizado) y de su eficaz actividad misionera. Aunque muchos han descubierto el evangelio en la maraña doctrinal y ritual de esta religión y seguido las enseñanzas de Jesús llevando una vida de santidad, el cristianismo ha sido más bien un vehículo tortuoso y enrevesado para la propagación del mensaje del Maestro. Así, después de Pablo el cristianismo continuó siendo elaborado por los Padres de la Iglesia, principalmente de acuerdo con una línea dualista, ascética y sacramental hasta conformar una unidad de dogma, rito y norma. Lo primero que llama la atención sobre los Padres de la Iglesia es que no fueron judíos, sino gentiles, todos varones, todos habitantes dentro de los confines del Imperio romano y todos formados en las enseñanzas de la filosofía griega. La raíz cultural hebrea se había perdido por completo, exceptuado una minoría desvinculada que aún vivía en la remota Judea.

El nombre de “cristianos” apareció en Antioquía para designar a los conversos por Bernabé, compañero de Pablo. Entre los cristianos-gentiles de los primeros siglos una estructura de poder eclesiástico o religioso, basado en episkopos u obispos, se estableció muy pronto tras la labor misionera de Pablo. La política estuvo presente en cuestiones dogmáticas. Se buscaba la unidad doctrinal en una época de definiciones conceptuales que ligaba el ámbito especulativo con el ámbito transcendente alrededor de la persona de Jesús. Los temas que dividieron a los primeros cristianos fueron principalmente dos: la Trinidad y la naturaleza de Jesucristo. El debate en torno a la Trinidad tuvo su inicio con Tertuliano (4º personaje analizado) y se definió en el Concilio de Nicea (325) a instancias del emperador Constantino (5º personaje analizado). No es que estos temas fueran tan relevantes para la salvación personal de los fieles, pues no aportaban nada a las enseñanzas de Jesús. Tampoco las verdades intrínsecas de estos temas fueron tan relevantes, considerando las débiles razones teológicas y filosóficas de las vehementes argumentaciones. Siempre que fueran consideradas ortodoxas en los concilios y sínodos, por medio de distintas posturas teológicas las diversas facciones en pugna buscaban su propia supremacía en el poder eclesiástico. Quienes figuran como Padres de la Iglesia, principalmente griegos, fueron los vencedores. El resto, los herejes, fueron anatematizados, perseguidos, condenados y hasta asesinados. Desde un punto de vista más benévolo, se trató más bien de digerir el mensaje de Jesús sobre un Dios paternal y una vida eterna en su reino y de amor y paz, y también la cosmovisión de la cultura judaica, tan extraña como religiosa. Estas ideas fueron sometidas al escrutinio racional de letrados según los parámetros de la sofisticada, dualista y metafísica cultura helenística con el objeto de comprender la sobrenatural epifanía de Jesús que Pablo había propagado de acuerdo a su propio entendimiento.

Ya consolidado el cristianismo como la religión oficial del Imperio romano, en el año 390, aún restaba por darle forma y coherencia a la mezcolanza de Sagradas Escrituras, teología paulina y el reciente y excluyente dogma niceno. Esta titánica labor la efectuó san Agustín de Hipona (6º personaje analizado) supeditado a la filosofía de Platón. La síntesis obtenida consolidó un nuevo paradigma, tuvo inmediata aceptación, en especial en la Iglesia latina, y trascendió el tiempo hasta nuestros días, ayudada por ingentes esfuerzos apologéticos. También conformó la nueva era que vino después de la caída del Imperio Romano, que fue la Edad Media.



JESÚS



Nuestra historia comienza con Jesús de Nazaret. En  realidad, él es el hito más importante de la historia de la humanidad. Su importancia no le viene por la doble atribución que algunos de sus seguidores le dieron de profeta y Mesías. Como profeta, él sería el último de una larga lista en la tradición hebraica que comienza con Abraham. También a él se le otorga la condición de Mesías. Sin embargo, ambos conceptos, profeta y Mesías, no se le pueden aplicar con total propiedad. Podría ser que profeta bíblico sea una persona que de alguna manera predice por una suerte de inspiración divina y se dirige, no hacia la conversión personal como fue su enseñanza, sino que hacia una colectividad para exigirle que pida perdón o para anunciarle el castigo divino.

Respeto al concepto Mesías, traducido al griego por Cristo, que significa el ungido de Dios, tampoco le es aplicable si suponemos que el ungimiento es para conducir victoriosos ejérci­tos y establecer reinos terrenos. Específicamente, como ha sido ya reiteradamente señalado por innumerables autores, Jesús fue un estruendoso fracaso en la historia judía. Fue crucificado y años después Jerusalén fue completamente devastada por los romanos. Sus seguidores mesiánicos supusieron que él debía volver una segunda vez, ahora en gloria y majestad, para terminar lo que consideraron su inconclusa obra.


El reino de Dios


La importancia de Jesús en la historia humana se resume en que, primero, él reveló a los seres humanos la existencia de un reino de Dios y, segundo, por su medio Dios invitó a todos los seres humanos a pertenecer a dicho reino. En Marcos podemos encontrar el meollo de este mensaje: “El tiempo se ha cumplido, el reino de Dios está cerca. Cambien sus corazones y crean en la buena nueva” (Mc. 1:5). En el medio judío de su época el ‘tiempo que se ha cumplido’ es escatológico, y hasta puede ser considerado como apocalíptico.

Jesús no predicó ni a Dios ni a sí mismo, sino que predicó el reino de Dios para decir dónde y cómo los seres humanos podemos encontrar a Dios, que es lo mismo que decir dónde y cuándo encontrar el sentido y el destino de la vida. La importancia de Jesús se resume en que, primero, él describió a Dios, no como un ser castigador, vengativo, irascible, sino que como un padre bondadoso, misericordioso y amoroso, y segundo, él anunció a los seres humanos la existencia de un reino de Dios, invitando por su medio a todos los seres humanos a pertenecer a este Reino. Desde el punto de vista de la evolución del universo y de la evolución biológica el destino de los seres humanos era morir después de vivir, tal como ocurre con todos los organismos biológicos, terminando definitiva, irreversible y radicalmente sus existencias. Dios, a través del anuncio de Jesús, quiso regalar una existencia plena y eterna a quienes adquirieran la capacidad de reconocerlo, glorificarlo y ser consecuentes con ello.

Lo central en los Evangelios es la idea de reino de Dios. El reino de Dios tiene que ver con la vida y la libertad de los seres humanos. El mensaje de Jesús está dirigido a los pobres, los indignos, los hambrientos, los enfermos, los desvalidos, los sometidos, los que sufren. La doctrina de Jesús dignifica a los seres humanos, les confiere sentido pleno a sus vidas y responde siempre a los anhelos humanos más profundos. Promete una existencia eterna en unión con Dios, siendo la muerte y el sufrimiento un paso necesario para aquella. El reino de Dios se hace presente en esta vida, no mejorando las condiciones de vida, sino que asumiendo estas condiciones, aunque sean extremadamente duras y precarias; da sentido y significado al ofrecer la paternidad divina al desvalido y prometer la vida eterna en el Paraíso. El reino de Dios se hace presente en la vida de la persona cuando ésta acepta su propia realidad y su propia herencia de ser una criatura sujeta a la naturaleza del universo. El reino de Dios puede estar en la persona más desvalida, miserable, agobiada, desprotegida, rechazada, fracasada y sufriente.

Según se podría entender este difícil concepto, reino de Dios significaría que existe un “ámbito” para “existir” en la “cercanía” de Dios. Dios invita a toda persona a esta existencia, y una persona entra al Reino si desde su conciencia profunda acepta la invitación y se transforma. La implicancia es que Dios se constituiría en el centro de interés y en la finalidad última de la acción intencional de la persona; el sentido de la vida de una persona se haría pleno aceptando el llamado de Dios para pertenecer a su Reino. Jesús predicó que el Reino es de Dios y que una persona, al aceptar libremente la invitación divina, ingresaría al Reino ya en su vida terrenal. En esta perspectiva, al centrar la existencia personal en Dios, siguiendo el modelo de vida de Jesús, un ser humano establecería una relación de amor con los seres humanos y de comprensión y respeto con la creación. De Dios Jesús nos dijo sólo que es un padre siempre bondadoso y misericordioso que está siempre preocupado de cada uno de nosotros con un amor sin límites. Definitivamente, la idea de Dios que Jesús nos transmitió no es la del Yahvéh justiciero de los judíos.

Es posible pensar que la idea de participar del Reino de Dios significa que sería posible que una persona pueda vencer a la muerte para siempre. Considerando que la mismidad no puede sub­sistir por sí misma, adquiriría una existencia dependiente del poder de Dios. La persona entraría en una existencia “gloriosa”, de completa autonomía e independencia respecto a las necesidades físicas y biológicas y de nuestro universo espacio-temporal. Esto es, una persona no continuaría su existencia en un lugar. La vida gloriosa no vendría tras una resurrección de entre los muertos. Tal concepción proviene del pensamiento griego de considerar al ser humano como un compuesto de alma y cuerpo, y donde la muerte es una separación temporal de ambos componentes hasta su lógica y eventual reunificación mediante la resurrección.

El destinatario del mensaje de Jesús es el pequeño. Quien llega al Paraíso es quien tiene un corazón humilde, se considera a sí mismo pequeño frente a Dios y posee la ingenuidad propia del niño para relacionarse con Dios. Lo que distingue a Jesús es que su mensaje se dirige directamente a las personas individuales. Él invita a todos los seres humanos a participar del reino de Dios, apelando únicamente a la libertad personal de cada cual. El Dios predicado por Jesús no es el objeto de la mortificación, el sacrificio y la humillación, sino que es objeto de alegría para los seres humanos. No es un ser justiciero, sino que es un padre amoroso. Jesús niega un Dios amenazador, que rechaza al perdido y que recompensa según los méritos. El Dios de Jesús es misericordioso y bondadoso como el mejor padre posible, siendo todos nosotros hijos de Dios y hermanos de Jesús.

Jesús habría sido el hombre señalado por Dios para proclamar su voluntad: todo ser humano, criatura racional, ha sido invitado por Dios para compartir su gloria en una existencia eterna y trascen­dente. Su atributo de Mesías no puede ser el concepto fuerte que tenían los judíos de ser un liberador del pueblo de Israel. Sería más bien un Mesías que porta un mensaje de liberación de la muerte al hombre y la mujer de fe, al justo, al humilde, al caritativo, de cualquier época, raza, credo, lugar, para ser acogido en el reino de Dios. La importancia de Jesús en la historia fue el abrir la cerradura, de recurso divino, de la puerta del reino de Dios a todos los seres humanos. La llave para la segunda cerradura la debe fabricar cada cual por sí mismo. Esta llave es el amor: amor al prójimo, amor a quien ofende, amor al enemigo, amor a sí mismo, amor filial, amor paternal, amor conyugal, amor a la creación, amor a la verdad, amor a la bondad, amor a la justicia. Todas estas acciones intencionales, que son libres y voluntarias y que se oponen al egoísmo, reflejan el amor a Dios. El ser humano no es un ángel caído, como supuso Pablo, sino que es el fruto sublime de la evolución del universo, y tiene además un destino transcendente porque es capaz de amar.

El punto clave de las enseñan­zas de Jesús fue hacer accesible una nueva y maravillosa dimen­sión a los seres humanos, que para la estructuración natural del universo es imposible: el acceso a la gloria de Dios y el compartirla. Contraria­mente a lo esperado por los judíos –la salvación inmanente del pueblo elegido–, Jesús predicó la salvación personal y trascen­dente a todos los seres humanos. Por lo tanto, el acento de la misión de Jesús no debe ser colocado en su mesianismo ni en su supuesta divinidad, pero sí en la apertura de una transcendencia para las personas. Esta enseñanza es plenamente evidente tras la lectura de los evangelios, los que deben leerse con el mismo espíritu de un san Francisco de Asís, una san Juan de la Cruz, una Madre Teresa de Calcuta y de tantos otros venerables seres humanos que por su misma humildad no ocupan lugares en los altares.

El ser humano es el vástago de una ascendente evolución biológica que adquirió la capacidad para tener conciencia de sí y la posibilidad para estructurar una conciencia profunda, desde la cual llega a perci­bir una trascendencia a la que puede alabar, glorificar y desear. El sentido de su conocimiento y acción se vería frustrado sin la intervención divina que le tendiera un puente. La vida natural de un ser humano transcurre, como la de cualquier otro animal, con una mezcla de gozos y sufrimientos, de buena y mala fortuna, de logros y fracasos, de heroísmo y cobardía, de buenas y malas acciones, pero en la que prima el deseo de vivir y amar. Sin duda, al término de su vida, haciendo un balance entre lo positi­vo y lo negativo, un ser humano podría darse por satisfecho el haber vivido, por muy miserable que haya sido su existencia. No obstante, según entendemos el mensaje de Jesús, Dios quiso darle a cada ser humano, sin excepción, la oportunidad de una existencia gloriosa y eterna, pero bajo dos condiciones indispensables: primero, que lo desee, y segundo, que lo amerite. Y el ameritarlo es una consecuencia del desearlo responsablemente.

El mensaje de Jesús es una invitación a una “vida” en una dimensión que transciende los parámetros propios del universo material de espacio-tiempo. Jesús hace un llamado explícito a la persona para que se libere del instinto genético que la impulsa a actuar en procura de su propia supervivencia. Afirmó: “Quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien perdiera su vida por mí, la salvará” (Mt. 10:39 y 16:25, Mc 8:35, Lc. 9:35 y 17:33), y tal es la clave de su mensaje, que es una invitación a una dimensión transcendente que necesariamente se impone sobre el determinismo biológico que estimula al individuo a actuar en procura únicamente de su supervivencia y reproducción.


La religión


Jesús no vino a fundar una Iglesia. Su mensaje es universal. Aunque su auditorio fueron galileos del siglo primero, está dirigido a las personas de todos los tiempos y lugares. Una iglesia, en cambio, es una expresión y práctica religiosa particular que posee ritos, mitos y normas muy particulares. Desde el punto de vista de la sociología, convivimos en un mundo de culturas muy diversas, todas éstas surgidas por la necesidad de subsistencia y comunicación de los diversos grupos humanos. De esta manera, todas las distintas culturas merecen nuestro respeto. Mal hace una iglesia sostener que posee la verdad e intentar a continuación imponer su forma de existencia al resto de las gentes bajo el pretexto de una misión evangelizadora divina. El primer requisito de estos evangelizadores es comprender cuál es el mensaje de Jesús. A continuación entenderán que las gentes no necesitan adoptar costumbres que le son foráneas para recibir el evangelio de Jesús.

La religión divide a las personas en dignos e indignos, en respetables y miserables, en santos y pecadores. El dios de la religión condena, amenaza y castiga. La religión genera incesantes enfrentamientos, constituyendo a algunos en triunfadores y a otros en fracasados. Pero el reino de Dios no es para intachables, sino que para los despreciables, pues los intachables son esencialmente hipócritas que usan la religión para encubrir su propio narcisismo.

En cuanto la religión tenga por finalidad la subsistencia del grupo social a través de incentivar el cumplimiento de normas éticas, no responde precisamente a la invitación de Jesús a cada persona. Jesús fue ajeno a tales objetivos, pues no sólo la vida propuesta por él es una renuncia a la vida natural en cuanto se oponga a su invitación, sino que la realización plena de su invitación ocurre después de la muerte biológica de la persona. Jesús sería efectivamente el Cristo, el ungido de Dios, y el Mesías, el salvador, pero no para la solucionar nuestras dificultades de supervivencia y reproducción, ni menos la de la subsisten­cia y el desarrollo de la estructura social de explotación e injusticia, sino que para hacernos accesible una vida que transciende nuestra propia vida natural. El ser humano puede ser expli­cado como un animal trascendente que genera su propia alma inmortal de energía estructurada psíquicamente (ver “Una cosmovisión” donde se explica más extensivamente esta idea) a través de su propia acción intencional, que lo libera del condicionamiento natural. Toda persona, incluso la más humilde, miserable en fortuna, enferma y limitada, es un invitado de honor al banquete de Dios. Según el evangelio los ricos y poderosos son aquellos que más dificultades tendrían para aceptar tal invitación.

La muerte de Jesús en la Cruz no fue para redimirnos a causa de la desobediencia de la primera pareja de seres humanos, según lo ha interpretado tradicionalmente la Iglesia a partir de Pablo. La salvación no es un estado de existencia que se recupera a través del sacrificio del Cristo, el Dios encarnado, en la cruz tras el pecado Original y posterior castigo de Adán y Eva. El ser humano no fue creado perfecto, a imagen de Dios, ni  la primera pareja sufrió posteriormente una caída por la cual  mereció la muerte y el sufrimiento y la legó a toda su descen­dencia. Pareciera un cuento infantil. Es probable que la pasión y la muerte de Jesús en la cruz tenga mucho menos significado que el que se le ha dado desde Pablo: reeditar el antropológico mito estereotípi­co sobre que en el origen del ser humano hubo un estado de armonía y paz, que fue perdido por su propia acción, y que ese mismo estado será recuperado por un sacrificio redentor.


La revelación


La verdadera comprensión de este mensaje tuvo lugar, no en vida de Jesús, sino que después de su muerte en la cruz. Un significado que se puede dar a la muerte de Jesús es el haber puesto a la prueba de sus discípulos su mensaje acerca del reino de Dios. Sus apariciones posteriores fueron la ratificación de la certeza de su enseñanza. La “resurrección” de Jesús fue una gloriosa proyección y prolongación de su espíritu (su energía psíquica estructurada) después de su muerte biológica y que aparecía a los sentidos, como resucitado. Como lo relatan los evangelios, la persona real, pero como fantasma de Jesús, se manifestó en varias ocasiones a sus discípulos, lo que confirmó sus enseñanzas respecto al Dios transcendente y su reino de los Cielos. Si Jesús no hubiera aparecido ante sus discípulos, la verdad sobre Dios y su reino no habría sido aceptada. A sus discípulos bastó ver a Jesús para comprender su Evangelio, que la vida humana es transcendente.

Una verdad revelada es la que Jesús dijo acerca de Dios y su Reino. Él nos habló en parábolas para referirse a esta verdad, pues relataba una realidad no sólo desconocida, sino que enteramente inasible, sobre la cual no existen experiencias y al intelecto humano le es difícil comprender. El único conocimiento más allá de la experiencia sensible es el raro don del conocimiento parapsicológico. Se podría sugerir hipotéticamente que Jesús tuvo conocimiento del reino de Dios a través del reconocido fenómeno paranormal sobre “experiencias fuera del cuerpo”.



PLATÓN



La filosofía griega, en particular el pensamiento de Platón (428-347 ó 348 a. de C.), sirvió de fundamento al medio cultural del mundo helenístico tardío, el del Imperio romano. Este pensamiento forjó el cristianismo en sus primeros siglos de desarrollo, o más bien, el cristianismo creció en toda la extensión y en todos los estratos del Imperio romano gracias a que sus dirigentes habían sido educados en dicho pensamiento. Platón fue amigo y discípulo de Sócrates, de quien tomaría su convencimiento de que la verdad existe y es cognoscible, y que el conocimiento del bien a través de la educación es la clave para lograr una sociedad justa. Su filosofía fue ampliamente difundida en el mundo helenístico y después en el Imperio romano. La mayoría de los Padres de la Iglesia habían sido instruidos en la filosofía de Platón. La cultura helénica misma (y a través de ésta, también la cultura occidental) estaba permeada por el idealismo epistemológico y el dualismo espíritu-materia de esta filosofía.


La epistemología platónica


Dos temas filosóficos fueron decisivos en la formación del pensamiento cristiano: su epistemología (qué conocemos) idealista y su teoría dualista del conocimiento (cómo conocemos). El punto de partida que llevó a Platón a formular su teoría de las Ideas fueron los pensadores jonios que desde la observación de la naturaleza intentaban alcanzar un conocimiento racional de la realidad, y también la antinomia que resultó de las ideas de Heráclito de Éfeso (c. 535 a. C. – 484 a. C.) y Parménides de Elea (Entre 530 y 515 a. C. – después de 445 a. C.). El primero veía en la realidad que todo es devenir y cambio, en cambio el segundo veía que todo es uno eterno e inmutable. Además, Platón constataba que en el mundo sensible no se encuentra lo perfecto que veía en la ética y las matemáticas, como la justicia perfecta, la virtud perfecta, el triángulo perfecto. Supuso que estas cualidades perfectas tenían que existir en algún lugar.

La solución de Platón fue conciliar el pensamiento contrapuesto de Heráclito y Parménides y rechazar todo conocimiento adquirido por los sentidos mediante la separación del mundo en dos realidades separadas. Una de ellas es el mundo sensible o visible que tiene los caracteres del devenir de Heráclito. Por tanto es múltiple y mutable. Pero supuso que el tipo de conocimiento que nos aporta es meramente de opinión, pues el conocimiento de lo que cambia no es episteme o ciencia, sino que es sólo apariencia (doxa). En su diálogo Teetetos muestra que el conocimiento no puede provenir de los sentidos ni de las cosas sensibles, pues dichas cosas conducirían al relativismo y del relativismo al absurdo. El otro mundo es el de de las Ideas y tiene las características del ser de Parménides, siendo uno y eterno (inmóvil), y el conocimiento que nos aporta es auténtica ciencia (episteme).

Platón introdujo la radical dualidad entre el mundo de las Ideas y el mundo de las sensaciones. Existe para él el mundo de los universales o las Ideas, donde se encuentra el caballo perfecto, el círculo perfecto, la bondad perfecta, y el mundo de las entidades imperfectas, que es el que experimentamos. Platón estaba introduciendo por primera vez en la filosofía el problema de los universales cuando supuso que el concepto de algo es un universal. El mundo consistiría en universales e individuos. Éstos ejemplifican a aquéllos. Existen sillas, gatos, azules individuales, y también, universales ser silla, ser gato, ser azulado. La relación entre universales e individuos es como un original y una copia o imitación. Esta relación no debe ser confundida con la relación de género a especie, que es una relación de un universal a otro de menor jerarquía. Mientras el concepto está en la mente, el universal existe en el mundo de las Ideas donde tiene sustento propio, autónomo e ideal. También los individuos que ejemplifican a los universales existen, pero en el mundo sensible.

El meollo de la filosofía de Platón es el de las Ideas (logos) y su realidad, y el objetivo de su teoría de las Ideas es demostrar que la verdad existe, y que tiene contenido objetivo y existencia real. Platón piensa que las Ideas son esencias trascendentes e inmutables. Las Ideas adquieren carácter ontológico. Ellas son reales y son la verdadera realidad. Las Ideas son el ser y son subsistentes, existen por sí mismas, no sólo en la mente humana. Que las Ideas sean trascendentes quiere decir que son realidades separadas; que las Ideas sean inmutables quiere decir que son realidades eternas, perfectas e imperecederas. Platón había encontrado que las Ideas inmutables, subsistentes y reales, purgadas de inconsistencia e incertidumbre, no son entes de la razón humana, sino que son la verdadera realidad. Había relegando a la mera apariencia el mundo sensible de lo mutable y lo múltiple, el que captamos por los sentidos. Mientras que el mundo sensible es sólo apariencia, su nivel de realidad es inferior al del mundo de las Ideas.

Las Ideas se conocen mediante la parte más excelente del alma para lo cual tenemos que recurrir al método dialéctico y a la “anamnesis”, que es la reminiscencia o los recuerdos. No adquirimos las Ideas por la razón, ni son el resultado de pensamientos o reflexiones. Platón dice que el alma ya tenía esos conocimientos desde siempre, por haberlas contemplado en períodos anteriores a nuestra existencia, puesto que el alma preexistió, junto a los dioses, en el Olimpo. Como el alma está encerrada en un cuerpo material y en contacto con realidades materiales espaciotemporales, sólo puede tener recuerdos de las Ideas que en su momento contempló directamente. Son, por tanto, conocimientos a priori, anteriores a cualquier tipo de experiencia o impresión sensible. Cuando vemos objetos concretos (árboles, casas, libros...) esos objetos nos evocan la idea correspondiente que conocimos en la eternidad. Ni siquiera estas Ideas se adquieren por el estudio o la reflexión.

Podrá discutirse la afirmación que ninguna cosa resulta ser tan perfecta como la idea de la misma. Sin embargo, lo impropio fue que Platón diera el siguiente paso, el que fue ilógico e irreal. Platón escinde la realidad para poder explicarla: el mundo sensible o visible y el mundo de las Ideas. Esta división conlleva el menosprecio del mundo sensible y del conocimiento de los sentidos, ya que para él ninguna cosa de la realidad resulta ser tan real como la idea de la cosa; la idea existe más allá de la razón y la cosa fue disminuida a ser una mera apariencia de la idea. Platón estaba terriblemente equivocado en desconfiar de la experiencia sensible como única manera que tenemos para conocer la realidad y poner su mirada en las Ideas perfectas. Simplemente no poseemos ideas innatas (ver en esta obra “Una teoría del conocimiento I y II”). No debe sorprendernos, por tanto, que los teólogos de los primeros siglos del cristianismo, que eran seguidores de Platón, pudieran tan confiadamente hacer tantas afirmaciones sobre el mismo misterio que es Dios, que pudieran tener argumentos para rebatir a sus adversarios que hacían lo mismo y, peor aún, que pudieran anatematizarlos, perseguirlos, castigarlos y hasta quemarlos vivos con la intolerancia más sublime.


La teoría del conocimiento de Platón.


La superioridad del mundo de las ideas sobre el de las cosas se traduce en el contexto antropológico en una prioridad absoluta del alma sobre el cuerpo. Alma y cuerpo forman una unidad accidental, precaria, en un sentido parecido a como afirmamos que un jinete está unido a su caballo. El cuerpo es la cárcel del alma, algo así como el caparazón que lleva dentro a la ostra. Supone un lastre negativo para el alma, pues le crea necesidades, enfermedades, deseos, temores, pasiones y sensaciones que le obstaculizan la búsqueda de la verdad. Es un estorbo del que el alma tiene que liberarse poco a poco, del que tiene que purificarse para poder ascender a la contemplación de las Ideas. El cuerpo inclina al alma a poseer cada vez más, a ser ambiciosa, al comportamiento violento y a la guerra, a los placeres sensibles.

El alma en cambio es muy superior al cuerpo. Es la que constituye nuestro yo. Representa lo más auténtico del ser humano, y al lado de ella el cuerpo es sólo una sombra, una apariencia. El alma racional es una creación directa del Demiurgo, tomando como modelo las Ideas eternas. El alma obtuvo sus conocimientos mientras estuvo en contacto con las Ideas, en su primera existencia. Preexiste en el mundo de las Ideas, y su objetivo en esta vida es purificarse, separándose lo más posible del cuerpo. Platón propone los siguientes caminos de purificación: 1º. La ascesis o represión de las pasiones. Platón tiene una concepción negativa del placer y de la corporalidad, despreciando el cuerpo y la vida y proponiendo el ascetismo como ideal ético. 2º. El ejercicio de las virtudes. Platón va a diferenciar las siguientes virtudes: la Sabiduría, que es la virtud propia del alma racional; la Fortaleza, que es la virtud propia del alma irascible; la Templanza, que es la virtud propia del alma concupiscible; la Justicia, que es la virtud que armoniza las tres almas. 3º. El tercer camino es el amor, pero sobre todo el amor a las Ideas, no el amor carnal.

Platón propone que el destino del alma es el regreso al Mundo de las Ideas, y sobre esto nos habla en varios diálogos: el “Fedro”, “Gorgias”, “Fedón”. Nos cuenta que en primer lugar el alma será juzgada, recibiendo una sentencia conforme al nivel de purificación que haya logrado. Después, aquellos que hayan logrado una purificación total regresarán al Mundo de las Ideas, pero caben otras dos posibilidades: Los iniciados en el camino de purificación irán a los “Campos Elíseos”, un lugar paradisíaco según Platón, pero no absolutamente feliz. Para aquellas almas que no hayan logrado purificación alguna, propone el castigo del infierno con atroz sufrimiento. A diferencia del cristianismo, Platón propone que los dos últimos destinos no son definitivos, las almas se reencarnarían y le serían asignados nuevos destinos, atendiendo al mayor o menor nivel de responsabilidad moral que hubieran alcanzado en la vida anterior.

La ética de Platón, que tuvo enorme importancia en la ascesis y las virtudes cristianas, es consecuencia del origen del alma, lo que cuenta Platón en el mito del “Caballo alado” o “Mito del auriga”. Las almas cuando habitan en el mundo de las Ideas marchan en procesión sobre un carro, conducido por una Auriga, tirado por dos caballos, uno negro y otro blanco. El caballo negro se desboca y pese a los esfuerzos del Auriga se sale del camino, viéndose arrojado a este mundo. El mito nos habla sobre la estructura del alma, que según Platón está compuesta por tres aspectos: 1º. El auriga representa el aspecto racional del alma. 2º. El caballo blanco representa el alma irascible, que es la que controla las pasiones nobles, es decir, la voluntad. 3º. El caballo negro simboliza el alma concupiscible de la que provienen las pasiones innobles. Las almas vienen destinadas a este mundo por una falta del alma concupiscible que no puede ser controlada por la razón, el Auriga. Según este mito la relación alma-cuerpo consistiría en que el alma racional, la parte noble y eterna del hombre, sea capaz de controlar las pasiones del cuerpo, el alma concupiscible. El cuerpo que es sólo una cárcel para el alma, es un obstáculo para el alma racional. El objeto de la unión entre ambos es la expiación de una culpa por la que nos debemos purificar en esta vida.

Con esta concepción, Platón deja abierto un profundo abismo entre el mundo material de lo sensible y de lo físico y el mundo de lo espiritual, de las ideas y de lo mental. Esta tajante oposición entre materialismo y espiritualismo hará del hombre un ser escindido, imperfecto, incapaz de conseguir unidad y auténtica armonía. La tarea de la filosofía consiste en ascender desde el mundo sensible al mundo de las ideas y en éste contemplar la idea de Bien. Por eso Platón define la filosofía como “una ascensión al ser”. La ascética como ética y el monasticismo cristianos fueron formas de vida religiosa que derivaron sin duda alguna del filósofo de las Ideas.


La influencia de Platón


En siglos posteriores la filosofía de Platón fue revitalizada como neoplatonismo. En la Alejandría del siglo III, en el contexto intelectual del helenismo tardío de la época romana, se definió un sistema filosófico que fue enseñado en diferentes escuelas hasta el siglo VI. Es la última manifestación en la Antigüedad del platonismo, y constituye una síntesis de elementos muy distintos además de los platónicos, con aportes de las doctrinas filosóficas de Pitágoras, Aristóteles y Zenón, unidas a las aspiraciones místicas de origen hinduista o judío. El fundador de la doctrina parece haber sido Amonio Saccas (Alejandría, c. 175 – Alejandría, 242), siendo Plotino (Alejandría, 205 – Roma, 270) su discípulo más importante. Según los neoplatónicos, el principio de todo lo existente es la unidad absoluta, lo Uno, llamada realidad suprema o gran vacuidad, de la que surgen todas las demás realidades por emanación. El primer ser emanado del Uno es el Logos, llamado también Verbo, o Inteligencia, que contiene las ideas de las cosas posibles. Después, la Inteligencia engendra el Alma como idea, principio del movimiento y de la materia. El Uno, la Inteligencia y el Alma son las tres hipóstasis de la Trinidad neoplatónica. En forma similar, la doctrina central de Plotino es su teoría de la existencia de tres hipóstasis o realidades primordiales: el Uno, el nous y el alma.

La filosofía de Platón pasó a formar parte de la cosmovisión del mundo en torno al Mediterráneo, y algunos Padres de la Iglesia que hicieron explícitamente suya la filosofía de Platón son los siguientes:

● Agustín de Hipona, san, (Tagaste, Argelia, 354 – Hippo Regius, 430) leyó a los platónicos con ojos cristianos y a los cristianos con ojos platónicos; a todos los asimiló e interpretó a su propio modo. Aceptó absolutamente la filosofía griega y confió en ella. Se presentaba a sí mismo como un Platón cristiano. Puede decirse que después de Agustín la Iglesia católica propagó más la filosofía de Platón que el mensaje de Jesús. De Platón obtuvo los conceptos de luz inteligible, trascendencia, ser eterno y dualismo; también obtuvo el método mayéutico. Discrepó de los platónicos en algunos puntos: hay un camino universal de salvación y no sólo una vía aristocrática; la fe es un absoluto, mientras que la filosofía es siempre un relativo; no hay preexistencia de las almas en el sentido filosófico; el Pecado Original no es filosófico, sino histórico; la mística racionalista de Dios es pura ilusión y la unión con Dios exige “mediaciones”;  lo sobrenatural coincide con la gracia de la Redención. La filosofía se constituyó en base esencial de toda especulación teológica. Tal como Platón, Agustín fue dualista: el hombre posee dos principios o elementos, uno material y otro inmaterial, y ambos constituyen el ser del hombre. (Ver más adelante).

● Atenágoras de Atenas (s. II) fue filósofo cristiano de Atenas y uno de los primeros apologetas cristianos. Su teología y las relaciones entre el cristianismo y la filosofía resultan más claras y más lógicas que la de otros apologistas de su época. Platónico de mentalidad, hace resaltar las concordancias que existen entre la razón y la fe. En sus discursos toma de la filosofía su método y sus formas, pero como filósofo cristiano procura mantener un equilibrio entre razón y fe.

● Clemente de Alejandría, san, (Atenas, c. 150 – Palestina c. 215) tuvo una amplia cultura pagana, la que no fue borrada por su encuentro con el cristianismo. Según él, los filósofos gentiles, Platón en especial, se hallaban en el camino recto para encontrar a Dios; aunque la plenitud del conocimiento y por tanto de la salvación la ha traído el Logos, Jesucristo, que llama a todos para que le sigan.

● Caius Marius Victorinus, conocido también Victorino el Africano (Cartago, c. 300 – Roma, c. 382) fue un filósofo neoplatónico, retórico y polemista cristiano. Fue un estudioso de la lengua latina y antes de su conversión al cristianismo alcanzó fama en todo el Imperio romano como maestro de retórica. Su pensamiento filosófico, está muy mediatizado por sus estudios de gramática y retórica. Adscribió por una parte a la lógica aristotélica y, por otra, al pensamiento neoplatónico.

● Tertuliano (Cartago, c. 160 – Cartago, c. 220) fue un Padre de la Iglesia, uno de los mayores teólogos de la cristiandad del siglo III y un prolífico escritor. Fue un académico que recibió una excelente educación. (Ver más adelante).



PABLO



El cristianismo puede definirse como la religión que san Pablo originó en el Imperio romano a partir de la muerte y “resurrección” de Jesús de Nazaret, desmintiendo el relato tradicional que fueron los apóstoles quienes diseminaron el evangelio por el mundo. De ser un perseguidor sanguinario de “herejes”, Saulo de Tarso surgió como un converso singular, pasando a ser él mismo el mayor defensor y promotor de la figura del Crucificado, difundiendo como idea principal precisamente su resurrección. Afirmaba, “Si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe” (1ª Corintios 15: 14). Convertido y autoproclamado como apasionado apóstol, Pablo en lo que denominó un extraordinario evento personal de conversión mística, asegurando que había tenido una revelación divina, aunque no sin antes verse envuelto en ciertos conflictos con los líderes naturales; con Pedro se enfrenta en Antioquia (Gálatas 2: 11ss) y con Santiago se confronta ideológicamente en torno al papel de la fe y de las obras. Por otra parte, Pablo nunca había tenido la oportunidad de conocer personalmente a Jesús, nada más que de oídas, y lo poco que supo de él fue de parte de algunos de sus discípulos. Además, hay que considerar que en su tiempo los evangelios aún no habían sido escritos.

Pablo era un judío de la diáspora que había nacido y vivido en Tarso, Siria. Antes de ejercer su nueva misión, había sido un fariseo estudioso del judaísmo y ferviente perseguidor de los seguidores de Jesús. Incluso había participado en el asesinato de Esteban. De la tradición hebrea Pablo heredó una visión antropológica fuertemente inspirada en el mito del Pecado Original, del Génesis, y de la importancia de la Ley mosaica. Pero su cosmovisión estaba más impregnada por la cultura de su entorno helénico, de fuerte raigambre dualista propia de la filosofía de Platón, y la ética estoica. Aquello que más le impresionó de Jesús no fueron ni su vida ni sus enseñanzas, sino que él hubiera “resucitado” después de muerto en la cruz.

Juntando el relato del Génesis con el dualismo platónico, el estoicismo y la muerte y resurrección de Jesús, Pablo elaboró una teología que ciertamente no gustó a los rígidos monoteístas judíos, pero maravilló a los gentiles. El punto de partida de su teología (Rom. 5-8) fue el mito judaico del pecado original. Éste fue una desobediencia de Adán, el mítico primer hombre y padre de la humanidad, que transgredió un mandato expreso de Dios y que mereció como castigo una condena que implicaba la muerte, el trabajo y el dolor para él y toda su descendencia. Pablo prosiguió con la idea de que Dios, en su infinita bondad, enviara a su Hijo, Jesucristo, el nuevo Adán, se hiciera hombre de carne y hueso y cargara con el pecado de toda la humanidad para redimirla a través de su pasión y muerte en la cruz y conseguir la reconciliación con Dios, la justificación de la humanidad, la gracia divina, la justicia, la salvación y la vida eterna. La resurrección de Jesús en la gloria de Dios es, para Pablo, la destrucción del pecado y la muerte. 

Para Pablo la salvación en una nueva vida requiere el bautismo en Cristo, que consigue sepultar el pecado y participar de la muerte y resurrección gloriosa de Jesús, pues si se muere con Cristo, quedando absuelto del pecado, también se vive con Él para Dios. El pensamiento de Pablo sigue parcialmente la moral estoica. El bautizado no debe acceder a la concupiscencia de su cuerpo mortal para que no domine el pecado, sino que debe reinar la gracia. Solo liberado del pecado se tiene la santificación y la vida eterna. Pablo supone que el pecado está natural y necesariamente en uno, ser de cuerpo mortal. El pecado se lo reconoce por la ley, la que define el pecado. Liberado de la ley, uno se libra del pecado y la muerte. Quien puede liberarlo de la ley es Jesucristo, y quien es de Él se libera de la condenación, el pecado, la muerte y la ley. Quien es de Cristo no vive según la carne, que es muerte, sino según el espíritu, que es vida, y el Espíritu de quien resucitó a Jesús llegara a habitar en uno, también le dará vida a su cuerpo mortal al testimoniarle que es también hijo de Dios y coheredero de Cristo para padecer con Él y ser con Él glorificado.

Pablo concibió al personaje de Jesús como el solo intermediario sacerdotal entre Dios y los seres humanos, quien, a través del sacrificio expiatorio de su muerte en la cruz y haciendo de sumo sacerdote, redimió del pecado y la muerte a los seres humanos, y por su resurrección se le manifestó el Cristo –el ungido–, cual Mesías de carácter celestial y arquetípico, imagen de Dios y su primera creación. De este modo transformó al Mesías tradicional de mundano a celestial y de protector de Israel a salvador de todos los pueblos. Nunca llegó a deificar al Cristo, como convenía al pensamiento eminentemente monoteísta de todo judío, pero sí cris­tificó a Jesús, constituyéndolo en el centro de la creación para que así Dios pudiera al fin reinar sobre toda ella. Sin embargo, al exaltar al Cristo no hacía otra cosa que relegar la persona histórica de Jesús al olvido. Y al centrar la doctrina en esta entidad etérea, desvinculada de las enseñanzas de Jesús, lo obligó a inventar un Espíritu para guiar la acción de la comunidad cristiana, la emergente Iglesia. Así expresado, Pablo fue en efecto un hereje para los seguidores de Jesús. El teólogo Hans Küng (1928-) escribió: “Como judío piadoso, Jesús predicó un monoteísmo estricto. Jamás se autodenominó Dios, por el contrario: ‘Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino sólo uno, Dios’ (Mc.10:18). Además, en las enseñanzas de Jesús está significativamente ausente la asociación de sí mismo con Dios.

Tan importante como su pensamiento teológico en la construcción del cristianismo fue la acción apostólica que Pablo desarrolló. Vio ante sí, como campo de misión, el Imperio romano, con su población unificada por una misma cultura y una misma lengua. Comprendió que su acción debía dirigirse a los gentiles. La doctrina de Pablo estaba formulada a la medida de las necesidades de ellos. Los gentiles no necesitaban un Mesías que permitiera a los descendientes de Jacob reinar sobre el resto de las naciones, sino un Cristo que fuera la víctima sacrificial que pusiera fin a las injusticias, penurias, angustias, pesares, infelicidades y necesidades propias de la vida terrenal, mientras aseguraba la vida eterna y plena para los conversos.

El método misionero de Pablo partía de las sinagogas de la ciudad que se tratase, donde se encontraban los judíos de la diáspora, los prosélitos y los temerosos de Dios. Les dio un sentido de identidad; les marcó pautas de comportamiento; introdujo normas de conducta; redefinió algunas de las doctrinas básicas del judaísmo; impuso una nueva ética; estableció un sistema de solidaridad inter-comunidades (cfr. ofrenda a favor de la hambruna en Jerusalén); abrió las puertas de par en par a los gentiles, para lo cual tuvo que hacer tabla rasa con algunas exigencias judías; estableció un sistema de jerarquía en las incipientes comunidades de creyentes, ordenando pastores, ancianos y obispos; ofreció a los creyentes, en su propia persona, un ejemplo de dedicación y sacrificio consumado en el martirio que emulaba la figura del Maestro, convirtiéndose de esta forma en el líder indiscutible de la que muy pronto sería conocida como Iglesia cristiana. Pablo suscitaba la discusión, encontrando acogida o rechazo. La mayoría de los judíos rechazó su prédica, mientras que la mayoría de las conversiones venía de parte de los prosélitos y los temerosos de Dios. Los judíos no solo sospecharon de la idea de un Cristo, sino que también, en la espera de un Mesías inmanente y solo para los judíos, rechazaron la idea de una salvación trascendente y universal. En la mayoría de las ciudades donde misionó, surgieron comunidades cristianas, para las que se nombraron jefes. Una vez fundadas comunidades en ciudades de cierta importancia, ellas deberían ser las que continuaran en el lugar la tarea misionera. Pablo no imponía a los gentiles la circuncisión ni la observancia de otras prescripciones rituales judías, lo que trajo el rechazo de una corriente judeocristiana. Pronto las comunidades cristianas se separaron de las sinagogas para reunirse en sus propios hogares.

Pablo organizó sus comunidades creando el orden de la vida comunitaria, y nombró a algunos de sus miembros de la comunidad para asumir deberes especiales que sirven a este orden y organización. En este orden jerárquico aparecen hombres dedicados a la asistencia de los pobres o a dirigir el culto. Los que tienen estos cargos son llamados ancianos, diáconos y presbíteros, dirigidos por un episcopoi, e.d., que debe regir la Iglesia como pastor con su rebaño. En este orden, su fundador, Pablo, ocupa un puesto único, que tiene su última motivación en su inmediata llamada a ser apóstol de las Gentes. El es consciente de tener autoridad y plenos poderes para ello, tomando decisiones que vinculan a su comunidad. Pablo es para sus comunidades la máxima autoridad como maestro, juez y legislador; él es el vértice de un orden jerárquico. Las comunidades paulinas no se consideran independientes las unas de las otras. Un cierto nexo se había construido ya con la persona de su fundador. También les había inculcado el ligamento que les unía con la comunidad de Jerusalén. Pablo era consciente de que todos los bautizados de todas las iglesias constituyen el “único Israel de Dios” (Gal. 6, 16), que son miembros de un único cuerpo (1Cor. 12, 27), la iglesia formada por judíos y gentiles (Ef. 2, 13-17).

La vida religiosa en las comunidades paulinas tuvo su centro en la fe en Cristo glorificado, que confiere tanto a su culto como a su vida religiosa cotidiana la huella decisiva. Esta fe en el Kyrios (significa “el Señor” o “el Maestro”), incluyó el convencimiento de que en él habita corporalmente la plenitud de la divinidad. A la comunión de los creyentes en el Señor se es acogido mediante el bautismo, que hace eficaz la muerte expiatoria que Jesús tomó sobre sí por nuestros pecados (1Cor. 15, 3). Con el bautismo se renace a una nueva vida. Esta convicción hizo que el bautismo tuviera un puesto esencial en el culto del cristianismo paulino. Los fieles se reunían en el primer día de la semana (Hch. 20, 7), abandonando el sábado judío. Se cantaban himnos de alabanza y salmos, con los que se expresaban la alabanza al Padre en el nombre del Señor Jesucristo (Ef. 5, 18). El núcleo central del culto fue la celebración eucarística para reforzar la íntima cohesión de los fieles. La fracción del pan se presentaba como la real participación del cuerpo y la sangre del Señor. El contacto con el mundo pagano exigía que las nacientes comunidades ejercitaran una ascesis y autodisciplina mayores aún que las del judaísmo de la diáspora.

La idea de iglesia se usa naturalmente para designar a las comunidades cristianas. El concepto “iglesia” tiene significados diferentes. En primer lugar, iglesia se asocia con las religiones cristianas y se aplica a las diversas dimensiones en que se fraccionó el cristianismo. Etimológicamente, la palabra iglesia es de origen latino ecclesia, y éste del griego ekklesia, significa asamblea, congregación, convocación (Hechos 19:32, 35, 39, 41); corresponde a la traducción de la palabra hebrea “qahal”, que en la versión de Los Setenta es usada 71 veces. También iglesia es el conjunto de fieles unidos por la misma fe, y que celebran las mismas doctrinas religiosas; está formada por todos los que tienen una relación personal con Jesucristo (1 Corintios 12:13-14); es el cuerpo de creyentes o el “pueblo de Dios”. Sociológicamente, la iglesia es una sociedad, jerarquizada y monárquica, con carácter estable, destinada a congregar los fieles hasta el fin de los tiempos. Constitucional e institucionalmente, la iglesia se caracteriza por ser un grupo religioso organizado y jerarquizado, ya que no hay sociedad que pueda subsistir sin autoridad y representa además un sistema de mitos, dogmas, ritos y normas; es una organización jerárquica en la que los fieles están divididos en laicos y clero y éste está dividido en obispos, presbíteros y diáconos. Por último, la iglesia es el cuerpo de Cristo (Efesios 1:22-23); para la iglesia Católica es el cuerpo místico de Cristo, siendo Él el jefe invisible, que a todos los miembros comunica la vida espiritual a través del Espíritu Santo mediante los sacramentos; el Cuerpo de Cristo está formado por todos los creyentes desde el tiempo de Pentecostés (Hechos 2).

En cambio, en los evangelios no existe referencia alguna a la iglesia; ninguna regla, ningún proyecto eclesial, ninguna orientación acerca de obispos, sacerdotes, pastores o diáconos. La actividad pública que Jesús llevó a cabo durante algo menos de tres años no supuso la fundación de una nueva religión. Jesús resta valor, o incluso condena abiertamente, muchos de los rituales que tanto fariseos como saduceos habían introducido en la religión judía; que se muestra crítico con la hipocresía religiosa y reivindica el amor a Dios y al prójimo; pero nada de eso era nuevo en el entorno de la fe de sus ancestros. Los discípulos se reúnen entre sí después de la crucifixión, comentan las experiencias vividas con el Maestro, añoran su presencia, pero nada indica que no sigan considerándose fieles y devotos judíos.

El liderazgo que Pablo ejerció en el mundo helenístico y fuera de Jerusalén  ̶ donde Santiago, hermano de Jesús, fue como obispo-supervisor ̶  había producido una red de células cristianas cuya vitalidad aseguró la ulterior propagación de la nueva fe a su propia la muerte. Su liderazgo le sería arrebatado bastantes años después, una vez que la historia de la Iglesia fuera manipulada por intereses romanos de poder para erigir como “primer papa” a Pedro, a quien se le sitúa como mártir en Roma, sin ningún tipo de apoyo historiográfico contrastable, y reelaborando para ello, en torno a su figura, una historia artificial que prevalece en Occidente hasta nuestros días.

Puede discutirse cuan buen vehículo ha sido el cristianismo para enseñar el evangelio de Jesús. Sin duda, muchos santos de altar y muchos creyentes en Jesús que no están en los altares solo pudieron conocer y practicar el Evangelio de Jesús a través del cristianismo. Así, sin la religión generada por Pablo no hubiera sido posible para la humanidad haber conocido el Evangelio. Tan completa fue la impronta de Pablo que de los 74 Padres de la Iglesia registrados, solo uno, Epifanio de Salamis (Judea, c. 310 –Chipre, 403), era judío de origen. Los restantes fueron todos gentiles, varones y habitantes del Imperio romano. Nada se supo de los seguidores de Jesús de Galilea y Judea, relatados en los Hechos de los Apóstoles, después de la destrucción de Jerusalén.



TERTULIANO



Tertuliano (Cartago, c. 160 – Cartago, c. 220) fue un Padre de la Iglesia, uno de los mayores teólogos de la cristiandad del siglo III y un prolífico escritor. Fue un académico que recibió una excelente educación. Escribió por lo menos tres libros, pero ninguno se ha conservado. Su especialidad fueron las leyes y fue un destacado abogado en Roma. Su conversión al cristianismo aconteció alrededor del 197-198. Fue ordenado presbítero en la Iglesia de Cartago. Hacia el año 207, se separa de la Iglesia católica, siendo llevado al grupo religioso de Montano (Montano era de Frigia y se convirtió al cristianismo hacia 156. Asistido por dos profetisas llamadas Maximila y Priscila, comenzó a anunciar el comienzo de una nueva era en la Iglesia a la que llamó “Era del Espíritu” y el fin de la historia al considerarse directamente enviado por el Espíritu Santo y que se caracterizaba por una vida moral más rigurosa.). Pero los montanistas no fueron lo suficientemente rigurosos para Tertuliano, quién rompió con ellos para fundar su propio movimiento religioso. Tertuliano continuó su lucha contra la herejía, especialmente contra el gnosticismo.


Hacia la Trinidad


Existen triadas de dioses desde la antigüedad histórica, tal vez por el carácter místico que algunas culturas tienen del número tres. En casi todas las tradiciones religiosas y sistemas filosóficos hay conjuntos ternarios, tríadas que corresponden a fuerzas primordiales hipostasiadas o a aspectos del Dios supremo. En la India existe un concepto parecido, la Trimurti, que es un término sánscrito que hace referencia a los tres dioses principales de la compleja mitología hindú: Brahma, Visnú y Shivá. En la religión de Egipto faraónico existió el grupo trinitario de Osiris, Isis y Horus. Por su parte, el filósofo griego Platón concibió una cosmología en la que se distinguen dos planos fundamentales, el ideal y el sensible; para la plasmación del mundo sensible, Dios (el Demiurgo) trabaja sobre una base caótica o espacio (chóra), a través de los modelos inteligibles, según se expone en el Timeo. En desarrollos ulteriores dentro de algunas corrientes platónicas, se distinguen varios niveles de realidad, entre las que encontramos tres de gran importancia: Dios, ser absoluto y causa primera; Logos, o razón universal, y Anima Mundi, alma universal emanada de Dios que anima y gobierna el mundo visible. Según los neoplatónicos, el principio de todo lo existente es la unidad absoluta, lo Uno, llamada realidad suprema o gran vacuidad, de la que surgen todas las demás realidades por emanación. El primer ser emanado del Uno es el Logos, llamado también Verbo, o Inteligencia, que contiene las ideas de las cosas posibles. Después, la Inteligencia engendra el Alma como idea, principio del movimiento y de la materia. El Uno, la Inteligencia y el Alma son las tres hipóstasis de la Trinidad neoplatónica.
En otras ocasiones, la trinidad platónica es descrita como las ideas de Bien, el resto de ideas inteligibles que proceden del Bien, y las ideas materializadas o mundo visible.

Tertuliano consideró al Logos de Dios como Dios en sentido derivado, por ser de la misma substancia de Dios; Dios que viene de Dios como luz que proviene del sol. Logos (Verbum) significa en griego la palabra en cuanto meditada, reflexionada o razonada. En el prólogo del Evangelio de San Juan, se menciona al Logos identificándolo con la persona espiritual de Dios en el principio de la creación. Juan 1:1 dice: “en el principio era el Logos y el Logos era con Dios el Logos era Dios”. El Logos en este versículo se ha prestado a muchas interpretaciones. Algunos lo relacionaron con el Logos de la filosofía griega y la judeohelenística de Filón de Alejandría (Alejandría, 15/10 a. C. – Alejandría, 45/50), renombrado filósofo del judaísmo helénico, quien utiliza esta palabra para significar la sabiduría y, especialmente, la razón inherente a Dios. A partir del Evangelio según Juan Logos obtiene una significación cristiana, y los cristianos apologistas del siglo II identificaron Logos con el Hijo de Dios. Sin embargo, Tertuliano diferenció entre el Logos como atributo interno en Dios y el Logos que engendró Dios, que se tornaría en una persona. Además no consideró al Hijo coeterno con el Padre. El Hijo de Dios no siempre existió, sólo a partir de ser engendrado por el Padre.

En el año 215, Tertuliano fue el primero en usar el término Trinidad (trinitas). Anteriormente, Teófilo de Antioquía (†183) ya había usado la palabra griega trias (tríada) en su obra A Autólico (c. 180) para referirse a Dios, su Verbo (Logos) y su Sabiduría (Sophia). Tertuliano diría en Adversus Praxeam II que “los tres son uno, por el hecho de que los tres proceden de uno, por unidad de substancia”. Tertuliano, al igual que Hipólito de Roma (Roma, segunda mitad del siglo II – Roma, 235), escribió contra el Modalismo, doctrina que profesaban Noeto, Práxeas y Sabelio, quienes afirmaban que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo eran la misma persona. Él es el primero en usar la palabra latina “trinitas”. Con respecto al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo nos dice: “La unidad en la trinidad dispone a los tres, dirigiéndose al Padre y al Hijo y al Espíritu, pero los tres no tienen diferencia de estado ni de grado, ni de substancia ni de forma, ni de potestad ni de especie, pues son de una misma sustancia, y de un grado y de una potestad.” (Adversus Praxeam II, 4).

Por la misma época Orígenes (Alejandría, 185 – Tiro, 254), quien junto con san Agustín y santo Tomás es considerado uno de los tres pilares de la teología cristiana, también estuvo preocupado del tema trinitario. En su Comentario sobre el Evangelio de Juan, Orígenes afirma que el Logos (El Verbo de Dios) es theos (dios) sin el artículo definido (“el”), en cambio el Padre es ho theos (el Dios) con artículo. En la teología de Orígenes el Hijo de Dios es subordinado al Padre, tendencia presente en otros Padres del período; esta tendencia subordinacionista puede ser considerada, sin embargo, ortodoxa. “Ya que nosotros que decimos que el mundo visible está bajo el gobierno del que creó todas las cosas, declare así que el Hijo no es más fuerte que el Padre, sino inferior a Él. Y esta creencia que basamos en el refrán de Jesús mismo, “el Padre que me envió es mayor que yo”. Y ninguno de nosotros es tan insano para afirmar que el Hijo del hombre es el Señor sobre Dios.” (Contra Celso libro VIII, 15).

Orígenes afirmó también sobre el Ser de Dios: “Dios ni siquiera participa del ser: porque más bien es participado que participa, siendo participado por los que poseen el Espíritu de Dios.” (Contra Celso libro VI, 64). En esta cita se muestra su visión del Espíritu Santo: “Si es verdad que mediante el Verbo ‘fueron hechas todas las cosas’ (cf. Jn 1, 3), ¿hay que decir que el Espíritu Santo también vino a ser mediante el Verbo? Supongo que si uno se apoya en el texto ‘mediante él fueron hechas todas las cosas’ y afirma que el Espíritu es una realidad derivada, se verá forzado a admitir que el Espíritu Santo vino a ser a través del Verbo, siendo el Verbo anterior al Espíritu. Por el contrario, si uno se niega a admitir que el Espíritu Santo haya venido a ser a través de Cristo, se sigue que habrá de decir que el Espíritu es inengendrado... En cuanto a nosotros, estamos persuadidos de que hay realmente tres personas (hypostaseis), Padre, Hijo y Espíritu Santo; y creemos que sólo el Padre es inengendrado; y proponemos como proposición más verdadera y piadosa que todas las cosas vinieron a existir a través del Verbo, y que de todas ellas el Espíritu Santo es la de dignidad máxima, siendo la primera de todas las cosas que han recibido existencia de Dios a través de Jesucristo. Y tal vez es ésta la razón por la que el Espíritu Santo no recibe la apelación de Hijo de Dios: sólo el Hijo unigénito es hijo por naturaleza y origen, mientras que el Espíritu seguramente depende de él, recibiendo de su persona no sólo el ser sino la sabiduría, la racionalidad, la justicia y todas las otras propiedades que hemos de suponer que posee al participar en las funciones del Hijo [...]” (Comentario en Juan libro II, 10).


La Trinidad como dogma cristiano


La escritura y la doctrina cristianas descansan en el monoteísmo (un solo Dios), por lo tanto había que ajustarla a lo que decía la Escritura con respecto al Padre, al Hijo y el Espíritu, sin caer en el politeísmo, ni tampoco modificando la Escritura por conveniencia (Eisegesis). Los teólogos de los primeros siglos del Cristianismo elaboraron explicaciones que generaron varias corrientes de pensamiento y una intensa polémica. Esta polémica se acentuó durante el reinado del emperador Constantino I, cuando los dirigentes de la Iglesia comenzaron a contar con el apoyo imperial y tuvieron que precisar cuál debía ser la doctrina compartida por las diversas comunidades cristianas. Un grupo abigarrado de doctrinas sobre la naturaleza de Jesús terminó por ser condenada por el sistema de poder. El docetismo, que al creer que la carne es pecaminosa, suponía que Cristo parecía ser hombre, pero que en realidad no se había encarnado. El arrianismo sostenía que el Hijo, en tanto Verbo, no puede tener la misma naturaleza del Padre porque había tenido un princi­pio. El monofisismo mantenía que si el Padre y el Hijo tienen una naturaleza únicamente divina, la naturaleza humana de Cristo no es más que apariencia. El nestorianismo sustentaba que Cristo tenía dos naturalezas: una humana, la otra divina, ambas no consustanciales. Estas aparentemente abstrusas posturas teológicas dividieron la cristiandad, no tanto en torno al significado de ellas, que muy pocos entendían verdaderamente, sino por los intentos hegemónicos de los distintos grupos eclesiales de poder. Tras el esfuerzo por imponer una idéntica visión de Cristo a todos, se encontraba la hegemonía grecolatina. Sólo el trinitarismo predicado por san Gregorio Nacianceno perduró. Las restantes doctrinas teológicas en competencia fueron atacadas violentamente por la ortodoxia, centrada principal­mente en Grecia.

En el año 325, en el Concilio de Nicea, que fue convocado por el emperador, empezó a asentarse la doctrina del trinitarismo, estableciendo que las relaciones entre el Padre y el Hijo son consustanciales (homoöusion), y terminó por consolidarse en el Concilio de Calcedonia, en 451, que definió que Jesucristo es una persona con dos naturalezas, una divina y otra humana, distintas pero consustancialmente unidas, y sin explicar qué se entiende por naturaleza divina ni cómo es posible tal unión. La Trinidad llegó a ser el dogma central sobre la naturaleza de Dios de la mayoría de las iglesias cristianas. Esta creencia afirma que Dios es un ser único que existe simultáneamente como tres personas distintas o hipóstasis: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Para la Iglesia católica, la Trinidad es el término con que se designa la doctrina central de la religión cristiana. Así, en las palabras del símbolo Quicumque: ‘el Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios, y sin embargo no hay tres Dioses, sino un solo Dios’. En esta Trinidad las Personas son coeternas y coiguales: todas, igualmente, son increadas y omnipotentes. Según esta doctrina el Padre es increado e inengendrado; el Hijo no es creado sino engendrado eternamente por el Padre; el Espíritu Santo no es creado, ni engendrado, sino que procede eternamente del Padre y del Hijo (según las iglesias evangélicas y la iglesia católico-romana) o sólo del Padre (según la iglesia católica-ortodoxa).

La fórmula inicial fue adquiriendo cuerpo con el paso de los años y no fue establecida definitivamente hasta el siglo IV. La definición del Concilio de Nicea, sostenida desde entonces con mínimos cambios por las principales denominaciones cristianas, que el Hijo es consustancial al Padre, fue cuestionada y la Iglesia pasó por una generación de debates y conflictos hasta que el “Credo niceno” fue reafirmado en el Primer Concilio de Constantinopla (381). En Nicea toda la atención fue concentrada en la relación entre el Padre y el Hijo, inclusive mediante el rechazo de algunas frases típicas arrianas mediante algunos anatemas anexados al credo; y no se hizo ninguna afirmación similar acerca del Espíritu Santo. Frente al arrianismo, se intentaba sentar la doctrina de la Iglesia en lo referente a la figura de Jesucristo, por lo que se incluyeron frases como “engendrado, no creado” y “consubstancial al Padre”. El Credo niceno fue ampliado por el Concilio de Constantinopla, en el que se estableció, siguiendo lo dispuesto en el Evangelio de Juan (15,26b), que el Espíritu Santo “procede del Padre” al decir: “Creo en un solo Dios... y en el Espíritu Santo... que procede del Padre”, es decir, que el Espíritu es adorado y glorificado junto con el Padre y el Hijo Este nuevo texto es conocido como Credo niceno-constantinopolitano que, sin embargo no tuvo carácter normativo hasta el Concilio de Calcedonia. Pero, en Constantinopla se indicó, sugiriendo que era también consustancial a ellos. Esta doctrina fue posteriormente ratificada por el Concilio de Calcedonia, sin alterar la substancia de la doctrina aprobada en Nicea. Según el dogma católico definido en el Concilio de Constantinopla, las tres personas de la Trinidad son realmente distintas pero son un solo Dios verdadero. Esto es algo posible de formular pero inaccesible a la razón humana, por lo que se le considera un misterio de fe. Para explicar este misterio, en ocasiones los teólogos cristianos han recurrido a símiles. Así, Agustín de Hipona comparó la Trinidad con la mente, el pensamiento que surge de ella y el amor que las une. Por otro lado, otros teólogos clásicos, como Guillermo de Occam, afirman la imposibilidad de la comprensión intelectual de la naturaleza divina y postulan su simple aceptación a través de la fe. Además de la polémica sobre la naturaleza de Jesús —si era humana, divina, o ambas a la vez—, de su origen —si eterno o temporal— y de cuestiones similares relativas al Espíritu Santo, el problema central del dogma trinitario es justificar la división entre “sustancia” única y triple “personalidad”. La mayoría de las iglesias protestantes, así como las ortodoxas y la Iglesia Católica, sostienen que se trata de un misterio inaccesible para la inteligencia humana. Entonces uno se puede preguntar legítimamente que si esta doctrina es cuestión de fe porque es incomprensible para la razón humana, entonces quienes la formularon no estaban en sus cabales o pretendían tener ciencia infusa. Lo más probable es que no entendía bien de lo que estaban hablando.

Para complicar más las cosas, en el año 397, durante el primer Concilio de Toledo, se produjo la añadidura del término Filioque, por lo que el Credo pasaba a declarar que el Espíritu Santo “procede del Padre y del Hijo” al decir: “Creemos en un solo Dios verdadero, Padre, Hijo y Espíritu Santo ... que procede del Padre y del Hijo.” La cláusula Filioque siguió siendo utilizada en el reino franco con el beneplácito implícito de Roma. Esta actitud será una de las causas del cisma fociano, germen del posterior, y hasta hoy definitivo, Cisma de Oriente, en el año 1054.

La palabra latina “substantia” (del griego ousía) que Tertuliano aplicó a la unidad entre el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo proviene de Platón. Para este filósofo la realidad está compuesta por dos tipos de sustancias que corresponden a dos mundos distintos. El mundo sensible, que captamos por medio de nuestros sentidos, es de apariencias, los objetos tienen una existencia o sustancia relativa. En cambio, el mundo inteligible, de las Ideas, propio de la razón, está formado por las Ideas. Las Ideas no son representaciones abstractas de nuestra mente, sino entidades que existen separadas de los individuos, del mundo sensible. Para Platón la sustancia propiamente tal es la Idea inmutable, eterna, trascendente.

Otro concepto discutible es “persona”, que es una palabra latina cuyo equivalente griego es prósopon y que significa la “máscara” del actor en el teatro griego clásico. En consecuencia, en esta acepción persona equivaldría a “personaje”. Pero también para persona existe en griego la palabra hipóstasis. Esta palabra se ha aplicado en teología a la Trinidad y sus tres personas, y también a Jesucristo y su unidad hispostática, queriendo significar sustancia individual o singular, como algo distinto de la naturaleza o de la esencia. Tiempo después el filósofo romano Boecio (Roma 480, - Pavía, 524/425) definió formalmente persona como una substancia individual de naturaleza racional, y esta definición fue aceptada oficialmente por la Iglesia. En fin, Hipóstasis fue usado a menudo, aunque imprecisamente, como equivalente de ser o sustancia, pero en tanto que realidad de la ontología. Puede traducirse como ‘ser de un modo verdadero’, ‘ser de un modo real’ o también ‘verdadera realidad’. En teología cristiana se emplea la palabra persona para referirse a la hipóstasis de la Santísima Trinidad. En particular, en el cristianismo ortodoxo, se proclama que la Santísima Trinidad son tres personas distintas e inconfundibles, pero, cada una de ellas, hipóstasis de una misma esencia inmaterial


Padres de la Iglesia del siglo IV que elaboraron el dogma trinitario


Los Padres de la Iglesia fueron extraordinariamente audaces para no solo pensar en Dios sino que polemizar duramente sobre la naturaleza divina en términos de la pura razón y la filosofía griega. En el tercer milenio del cristianismo, tras la explosión del conocimiento producido por el advenimiento de la ciencia moderna, la polémica teológica suscitada en los siglos III, IV y V aparece de la mayor ingenuidad si no fuera porque otros intereses más mundanos estaban en juego. Se mencionará a continuación algunos de los Padres del siglo IV más importantes.

● Ambrosio de Milán, san, (Tréveris, c. 340 – Milán, 397) fue un destacado obispo de Milán, un importante teólogo y orador y un eximio político cristiano que combatió a arrianos e impuso la autoridad de la Iglesia por sobre la del Imperio. Consiguió que se reconociera el poder de la Iglesia por encima de la del Estado y desterró definitivamente en sucesivas confrontaciones a los paganos de la vida política romana.

● Atanasio de Alejandría, san, (Alejandría, c. 296 – Alejandría, 373) defendió con pasión y vehemencia la homoousios (igual substancia) del Padre y el Hijo, saltando así de la idea evangélica, “el hijo de Dios”, a la imperial, “Dios el Hijo”, y la existencia de una Trinidad santa y completa: Padre, Hijo y Espíritu Santo; es homogénea, las tres personas tienen el mismo rango. Estas ideas pasaron a ser el fundamento teológico de la Iglesia.

●Basilio de Cesarea, san, (Cesareaca, 330 – Cesarea, 379) fue obispo de Cesarea. Mediante la ayuda de Atanasio, intentó superar sus recelos hacia los homoiousianos. Las dificultades habían aumentado al plantear la cuestión de la esencia del Espíritu Santo. A pesar de que Basilio había defendido con objetividad la consustancialidad del Espíritu Santo con el Padre y el Hijo, se sumaba aquellos que, fieles a la tradición oriental, no admitían el predicado homoousios al tercero; esto se le había reprochado ya en 371 por los zelotes ortodoxos, que había entre los monjes, y Atanasio lo defendió.

● Cirilo de Jerusalén, san, (Casarea Marítima, c. 315 – Jerusalén, 386) fue obispo de Jerusalén. En el Primer Concilio de Constantinopla (381), en el que estuvo presente, votó por la aceptación del término homoioussios, al haber quedado finalmente convencido de que no había mejor alternativa. Aunque su teología era indefinida en fraseología, adhería a la ortodoxia nicena y evitaba el debatible término homoioussios.

● Dámaso I, san, (Gallaecia o Lusitania (Portugal), 304 – Roma, 384) fue el 37º papa de Roma. Su entrada al trono papal (366) estuvo marcada con la expansión del arrianismo, la expansión y legitimación del cristianismo y la adopción posterior como la religión oficial del Imperio romano. Se mostró intransigente frente a otras doctrinas cristianas, tal y como exigía la Iglesia romana del momento, deseosa de lograr unidad y centralismo. Promulgó (374) el canon de Escritura Sagrada, es decir, una lista de los libros del Viejo y Nuevo Testamentos que debían ser considerados la palabra inspirada de Dios.

● Diodoro de Tarso (Antioquía, siglo IV – Antioquía, c. 392) fue obispo y maestro en la escuela exegética de Antioquía. Defendió la profesión de fe nicena, pero sus aseveraciones que enfatizaban la verdadera humanidad de Cristo, en coexistencia de su divinidad que vertió en contra de las herejías apolinaristas, le hicieron parecer, décadas más tarde, como antecesor de las doctrinas del hereje Nestorio, llegándose a decir que afirmaba la existencia de dos Cristos, uno conformado por el hombre y el otro por el logos. Debido a estas condenas no se conservaron la mayor parte de sus obras.

● Efrén de Siria, también conocido como Efraín de Nísibe o Nisibi, (Nisibis, Siria, 306 – Edesa, 373) fue un diácono y escritor. Fundó una escuela de teología en Nesaybin. Fue gran defensor de la doctrina cristológica y trinitaria en la Iglesia siria de Antioquía.

● Eusebio de Cesarea (c. 275 – Cesarea, 339) fue obispo de Cesarea (313). Durante el Concilio de Nicea (325), tuvo cierto protagonismo. No era un líder nato, ni tampoco un pensador profundo, pero como hombre bastante instruido, cayó en la gracia del emperador, y acabó por sobresalir entre los más de 300 miembros que se reunieron en el Concilio. Tomó una posición moderada en la controversia, y presentó el símbolo (credo) bautismal de Cesarea que acabó por convertirse en la base del Credo de Nicea. Al final del Concilio, Eusebio suscribió sus decretos.

● Gregorio de Nisa, san (Cesarea de Capadocia, entre330 y 335 – Nisa, Capadocia, entre  entre 394 y 400) también conocido como Gregorio Niseno, fue obispo de Nisa en Capadocia y teólogo. Considerado entre los cuatro Padres griegos de la Iglesia y uno de los tres Padres Capadocios. Fue hermano menor de san Basilio el Grande y amigo de Gregorio Nacianceno. En el Concilio de Constantinopla (381), usó la filosofía platónica, afirmando la unidad y la Divinidad de las tres personas en una sola idea divina, tres personas distintas en un solo Dios verdadero.

● Gregorio Nacianceno, san, (Nacianzo, Capadocia, 329 – Nacianzo, Capadocia, 389) fue arzobispo de Constantinopla. Influyó significativamente en la forma de la teología trinitaria, en los padres tanto griegos como latino, y es recordado como el “teólogo trinitario. Las contribuciones teológicas más significativas de Gregorio surgen de su defensa de la doctrina nicena de la Trinidad. Destaca especialmente por sus contribuciones en el campo de la pneumatología, esto es, la teología referente a la naturaleza del Espíritu Santo. A este respecto, Gregorio es el primero que usó la idea de procesión para describir la relación entre el Espíritu y las demás personas de la Trinidad: “El Espíritu Santo es verdaderamente Espíritu, viniendo en verdad del Padre pero no de la misma manera que el Hijo, pues no es por generación sino por procesión, puesto que debo acuñar una palabra en beneficio de la claridad”. Aunque Gregorio no desarrolla plenamente el concepto, la idea de procesión permanecería en la mayor parte del pensamiento posterior sobre el Espíritu Santo. Enfatizó que Jesús no dejó de ser Dios cuando se hizo hombre, ni perdió ninguno de sus atributos divinos cuando tomó la naturaleza humana. Es más, Gregorio afirmaba que Cristo era perfectamente humano, con un alma perfectamente humana. Igualmente proclamó la eternidad del Espíritu Santo, diciendo que las acciones del Espíritu Santo estaban de alguna forma ocultas en el Antiguo Testamento, pero se hicieron más claras desde la ascensión de Jesús al Cielo y el descenso del Espíritu Santo en la fiesta de Pentecostés. Él y los otros Padres capadocios ayudaron a desarrollar el término hipóstasis, o tres personas unidas en un solo Dios. Conforme las obras de Gregorio circularon por todo el imperio influyeron en el pensamiento teológico. Sus discursos eran citadas como autoridad por el Concilio de Éfeso (431), y era llamado Teólogo por el Concilio de Calcedonia /451).

● Hilario de Poitiers, san, (Poitiers, c. 315 – Poitiers, 367) fue obispo de Poitiers. Se crió en el paganismo, pero su curiosidad le llevó a estudiar filosofía, especialmente el neoplatonismo y a la lectura de la Biblia. Descubrió a Orígenes, como también la gran producción teológica de los Padres orientales. Con estas bases escribe un riguroso estudio titulado De Trinitate, el tratado más profundo hasta entonces sobre el dogma trinitario.

● Juan Crisóstomo o Juan de Antioquia, san, (Antioquía, 347 – Comana Pontica, c. 407) fue patriarca de Constantinopla. Confrontó a Teófilo, el patriarca de Alejandría, que quería someter a Constantinopla a su poder alegando que Juan seguía las enseñanzas de Orígenes. Fue un cruel y fanático antisemita.

● Juan II (356 – 417) fue arzobispo de Jerusalén entre los años 387 y 417. Su autoridad fue severamente cuestionada en dos ocasiones por san Jerónimo, por entonces abad en Belén. Fue acusado primero (390) por enseñar las ideas de Orígenes, y luego (414) por apoyar a Pelagio.

● Julio I, papa nº 35 de la Iglesia católica, entre 337 y 352, fecha de su muerte. Persiguió a los arrianos y sufrió también la persecución del emperador arriano Constancio (350). Fue el autor del calendario juliano al fijar la solemnidad de Navidad el 25 de diciembre, en vez del 6 de enero.

● Osio de Córdoba, san, (Córdoba, 256 – Sirmio, en Serbia, 357) fue obispo de Córdoba y consejero del emperador Constantino I. Presidió el Concilio en Nicea (325), en el que participaron 318 obispos. Osio mismo redactó el Símbolo de la Fe (el Credo Niceno).

● Paciano, san († entre 379 y 393) fue influido especialmente por los modelos exegéticos y teológicos africanos. Estuvo interesado, especialmente, en el tema de la penitencia. Distingue entre distintos tipo de pecados (cotidianos y graves), y anima a los fieles a confesar estos. Conocía ya la teología sobre el pecado original.

● Potamio de Lisboa (siglo IV) fue el primer obispo de la ciudad de Olissipo (actual Lisboa). Profesó el niceanismo durante sus inicios obispales, pasándose hacia el 355 al arrianismo. Presionó al papa Liberio para que este rompiese con Atanasio y se adhiriese a la fórmula del sínodo de Sirmio (351). Participó también en la redacción de la segunda fórmula propuesta en un segundo sínodo en Sirmium, con un acento aún más arriano. Hacia 360, regresó a la ortodoxia católica, tras la muerte del emperador arriano Constancio II.

● Siricio (Roma, 334 – Roma, 399) fue el 38º papa de la Iglesia católica, oficiando de pontífice desde 384. Fue el primer papa en utilizar su autoridad en sus decretos utilizando palabras como: “Mandamos”, “Decretamos”, “Por nuestra autoridad...” en el estilo retórico típico del emperador. Fue también el primero en usar el título de Papa. Decretó el celibato para los clérigos.



CONSTANTINO



Constantino I el Grande (Naissus, Serbia, c. 272 – Nicomedia, Turquía, 337) fue un emperador romano que llegó por amarga experiencia al convencimiento  de que el engrandecimiento y la unidad del Imperio pasaba por la lucha por el poder absoluto y por la adopción del cristianismo como la religión principal. La despiadada lucha por el poder comenzó justamente cuando fue proclamado césar por sus tropas en Eboracum, actual York, Britania, en 306, apenas muerto su padre, el augusto césar. Comenzaba un período de 20 años de cruentas guerras internas que culminarán con su asunción al poder absoluto. Al final del año 307 quedaban 4 augustos: Constantino, Majencio, Maximiano y Galerio y un césar, Maximino Daya. Al final del año 310 la situación era aún más confusa con 7 augustos: Constantino, Majencio, Maximiano, Galerio, Maximino, Domicio Alejandro y Licino. En este convulso entorno comenzaron a desaparecer candidatos: Domicio Alejandro fue asesinado por orden de Majencio; Maximiano se suicidó asediado por Constantino y Galerio falleció por causas naturales. Finalmente, Majencio fue relegado por los tres augustos restantes y finalmente vencido por Constantino en la batalla del Puente Milnio, en las afueras de Roma, el 28 de octubre de 312. Una nueva alianza entre Constantino y Licinio selló el destino de Maximino que se suicidó tras ser vencido por Licinio en 313. Finalmente, tras las victorias sobre Licino en la batalla de Adrianópolis y la batalla naval de Crisópolis (324) Constantino logró ser reconocido como el único emperador romano, en 326, dando nacimiento a la monarquía absoluta, hereditaria y por derecho divino.

Sin ahora rivales Constantino pudo fundar Constantinopla que obedecía a su política imperial de adoptar al cristianismo como religión oficial, recuperar militarmente vastos territorios que estaban en manos de bárbaros, introducir importantes cambios que afectaron a todos los ámbitos de la sociedad del bajo imperio, reformar la corte, las leyes y la estructura del ejército. En 312, antes de ganar la crucial batalla del Puente Milvio, la tradición dice que tuvo la visión de una cruz en el cielo y un sueño que mostraba una cruz con la inscripción, “Con este signo vencerás”, luego de lo cual se convirtió al cristianismo. Lo cierto es que si hubo conversión, ésta fue fríamente calculada en vista a la enorme influencia que el cristianismo estaba teniendo. En 313, y probablemente aconsejado por el obispo Osio de Córdoba, Constantino se reunió con Licinio en Milán, donde promulgaron el Edicto de Milán, declarando que se permitiese a sus súbditos seguir la fe de su elección. Con ello, se retiraron las sanciones por profesar el cristianismo, bajo las cuales muchos habían sido martirizados como consecuencia de las persecuciones a los cristianos, y se devolvieron las propiedades confiscadas a la Iglesia. Una serie de seis edictos más fueron promulgados hasta 323, con lo que se completó una revolución en la base de la sociedad romana. Tras esta nueva legislación, se permitió la construcción de nuevas iglesias y los obispos cristianos, que obtuvieron variados privilegios, adoptaron unas posturas agresivas en temas públicos que nunca antes se habían visto en otras religiones. Con visión de estado Constantino calculaba que el imperio sería más seguro si descansaba sobre súbditos cristianos que sobre intrigas palaciegas o un ejército de mercenarios. El nuevo régimen permitió que el cristianismo se extendiera dentro de los confines del imperio y los cristianos llegaran a ser la gran mayoría.

Constantino había constatado que el cristianismo se estaba constituyendo rápidamente en una pujante fuerza social, cultural, intelectual y moral de primera magnitud en el imperio. En 312, para el Edicto de Milán, existían ya entre 1000 y 1500 episcopados repartidos por todo el territorio el Imperio romano. El 15% de sus habitantes profesaban esta fe, atravesando transversalmente todos los estratos de la sociedad; eran disciplinados, sumisos y probos, y entre ellos estaban las personas más ilustradas de su tiempo. Después de luchar encarnizadamente por la unidad del Imperio y el poder absoluto contra sus competidores al trono imperial Constantino vio en esta religión la amalgama para los heterogéneos habitantes del imperio. El cristianismo había sido una religión que guardaba la organización paulina en base de unidades episcopales autónomas. Para constituirse en la Iglesia y transformarse posteriormente en la Cristiandad el cristianismo debió adquirir unidad en doctrina y autoridad religiosa e imperial. Ambas fueron tareas que durarían siglos, pero que los dirigentes episcopales se pusieron con ahínco a trabajar apenas Constantino no sólo terminó con la persecución religiosa, sino que les demandó unidad dogmática en favor de la unidad del Imperio romano. La demanda imperial por la unidad cristiana bien valía la ortodoxia, aunque fuera forzada, y la consecuente persecución de los herejes. Sin embargo, Constantino utilizó la Iglesia en su política imperial, restándole la independencia que anteriormente gozaba.

En 325, Constantino convocó el Primer Concilio de Nicea que legitimó al cristianismo, lo cual fue esencial para su expansión. Aunque el cristianismo no se convertiría en religión oficial del Imperio hasta el final de aquel siglo, un paso que daría Teodosio en el 380 con el Edicto de Tesalónica, Constantino dio un gran poder a los cristianos, una buena posición social y económica a su organización, concedió privilegios e hizo importantes donaciones a la Iglesia, apoyando la construcción de templos y dando preferencia a los cristianos como colaboradores personales. Adoptó el cristianismo como sustituto del paganismo oficial romano, llegando a ser el primer emperador cristiano. Su reinado llegó a ser un momento crucial en la historia del cristianismo. Fue cuando emergió la Iglesia con “i” mayúscula; había nacido la Iglesia imperial.


La Iglesia


Al elevar a Jesús de Nazaret a la categoría divina la Iglesia naciente se hizo imperial y nuevas formas fueron adoptadas. La cena eucarística paulina se transformó en el sacrificio de la misa, la humilde mesa de comedor que el feligrés ofrecía a su comunidad para la cena eucarística se transformó en un altar sacrificial. Su acogedor hogar devino en marmóreo templo de adoración y sacrificio.

Poco después de la batalla del Puente Milvio, Constantino entregó al papa Silvestre I un palacio romano que había pertenecido a Dioclesiano y anteriormente a la familia patricia de los Plaucios Lateranos, con el encargo de construir una basílica de culto cristiano. El nuevo edificio se construyó sobre los cuarteles de la guardia pretoriana de Majencio, convirtiéndose en sede catedralicia. Actualmente se la conoce como Basílica de San Juan de Letrán. En 324, el emperador hizo construir otra basílica en Roma, en la colina del Vaticano, que era el lugar donde según la tradición cristiana martirizaron a san Pedro. En el 326, financió la construcción de la Iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalén. Su programa de construcción de iglesias hizo expandir de forma crucial la fe cristiana y permitió un considerable incremento del poder y la influencia del clero.

Inmediatamente después de su plena legalización, la Iglesia cristiana comenzó a atacar a los paganos. Entre 326 y 330, Constantino también colaboró en esta empresa, ordenando la destrucción de todas las imágenes de los dioses y la confiscación de los bienes de los templos. Entre el siglo IV y el siglo VI muchos templos paganos y las imágenes de sus dioses fueron destruidos por las hordas cristianas, sus sacerdotes y miles de creyentes paganos fueron perseguidos y asesinados.

Por otra parte, demostrando su autonomía como emperador, Constantino retendría el título de pontifex maximus hasta su muerte, un título que los emperadores romanos llevaban como cabezas visibles del sacerdocio pagano. Tampoco patrocinaría únicamente al cristianismo. Después de obtener la victoria en el Puente Milvio, mandó erigir un arco triunfal, el Arco de Constantino, construido en 315 para celebrarlo. El arco no contiene ningún simbolismo cristiano. En 321, Constantino dio instrucciones para que los cristianos y los no cristianos debieran estar unidos en la observación del “venerable día del sol”, que hacía referencia a la esotérica adoración oriental al sol que Aureliano había ayudado a introducir. Las monedas todavía llevarían los símbolos de culto al sol (Sol Invictus) hasta el 324. Incluso después de que los dioses paganos hubiesen desaparecido de las monedas, los símbolos cristianos aparecían sólo como atributos personales de Constantino. Incluso cuando Constantino dedicó la nueva capital de Constantinopla, que se convertiría en la sede de la cristiandad bizantina durante un milenio, lo hizo usando la diadema de rayos de sol de Apolo.


Los concilios


Constantino descubrió prontamente que los cristianos estaban muy divididos en torno a definir la naturaleza de Cristo. Por ello, convocó al Concilio de Nicea. Fueron los concilios los que sentaron la unidad de doctrina y los metropolitanos los que centraron la autoridad local. Un concilio ecuménico era una asamblea celebrada por la Iglesia con carácter general a la que eran convocados todos los obispos para reconocer la verdad en materia de doctrina o de práctica y proclamarla. Los concilios de los siglos IV y V fueron griegos, fueron convocados por los emperadores y fueron presididos por metropolitanos. En el Concilio de Constantinopla I (381) se enumeran cuatro patriarcados como cúspide de la organización eclesiástica que son el Patriarca de Alejandría, el Patriarca de Antioquía y el Patriarca de Constantinopla y el Patriarca de Occidente, Papa y obispo de Roma. En el concilio de Calcedonia (451) se incluyó el Patriarcado de Jerusalén, por tener una importancia simbólica dentro de la Iglesia. El Concilio viene a ser en lo sucesivo, en lo que a la Iglesia en su conjunto se refiere, el equivalente del Imperio al Estado civil, pero en ningún caso lo son ninguno de los patriarcados ni sus patriarcas por separado.

La cristología fue la preocupación fundamental a partir del Primer Concilio de Nicea (325) hasta el Tercer Concilio de Constantinopla (680). A lo largo de este período, los diferentes puntos de vista cristológicos de los grupos de la comunidad cristiana llevaron a acusaciones de herejía, y, en algunos casos, a la posterior persecución religiosa. En algunos casos, la principal característica distintiva de una secta era su cristología; y, en estos casos, era común que la secta fuera conocida por el nombre dado a su cristología. En el Concilio de Nicea y en el Primer Concilio de Constantinopla (381), se estableció la doctrina oficial de la Iglesia católica, que abarcaba todo el territorio del Imperio romano (desde España hasta Siria). Esta instituyó que Cristo es eterno, una encarnación divina consustancial con Dios Padre, una sola persona pero con dos naturalezas: una completamente divina y otra completamente humana. Hasta el siglo VII sucesivos concilios condenaron doctrinas que diferían de la del Credo niceno en materias cristológicas.

Los concilios griegos fueron los siguientes:
·         Nicea I (325) fue convocado por Constantino I y presidido por el obispo Osio de Córdoba. Formuló el Credo Niceno, definiendo la divinidad del Hijo de Dios.
·         Constantinopla I (381) fue convocado por Teodosio I y presidido sucesivamente por cuatro patriarcas. Formuló la segunda parte conocida como Credo Niceno Constantinopolitano, definiendo la divinidad del Espíritu Santo. Se condenó el macedonismo.
·         Efeso (431) fue convocado por Teodosio II y presidido por Cirilo de Alejandría, definiendo que Jesús es una persona y no dos personas distintas. Se condenó el nestorianismo.
·         Calcedonia (451) fue convocado por Marciano y presidido por Anatolio de Constantinopla. Proclamó a Jesucristo como totalmente divino y totalmente humano, dos naturalezas en una persona. 
·         Constantinopla II (680) fue convocado por Justiniano I y presidido por Eutiquio de Constantinopla. Confirmó las doctrinas de la Santa Trinidad y la persona de Jesucristo. Se condenaron los errores de Orígenes, varios escritos de Teodoreto, del obispo Teodoro de Mopsuestia y del obispo Ibas de Edesa.
·         Constantinopla III (680-681) fue convocado por Constantino IV y presidido por él en persona. Definió dos voluntades en Cristo: divina y humana, como dos principios operativos. Se condenó el monotelismo.
·         Nicea II (787) fue convocado por Irene, regente de Constantino VI, y presidido por Tarasio de Constantinopla. Afirmó el uso de íconos como genuina expresión de la fe cristiana, regulándose la veneración de las imágenes sagradas.
·         Constantinopla IV (869 a 870) fue convocado por Basilio I. Fue depuesto Focio y rehabilitado Ignacio. No fue reconocido por la Iglesia ortodoxa en la que Focio era un santo teólogo.

Las controversias de la Iglesia, que habían existido entre los cristianos desde mediados del siglo II, eran ahora aventadas en público, y frecuentemente de forma violenta. Constantino, que nada sabía de teología, consideraba que era su deber como emperador, designado por Dios para ello, calmar los desórdenes religiosos, y por ello convocó el Primer Concilio de Nicea para terminar con algunos de los problemas doctrinales que infestaban la nueva Iglesia. Su principal preocupación era la unidad del Imperio, la cual se podría ver resquebrajada debido a estas divergencias en esta Iglesia que había sido llamada por Constantino para unificar el Imperio.

Constantino inauguró el concilio vestido imponentemente, dio un discurso inicial ataviado con telas y accesorios de oro, para demostrar justamente el poderío del Imperio por un lado, y el apoyo e interés al concilio desde el Estado por el otro, lo que debió haber contrastado con las austeras vestimentas de los prelados. El Estado proveyó de comida y alojamiento, e incluso de transporte, a los clérigos que convergieron a Nicea para el concilio, que fue el primer Concilio Ecuménico (universal), con la participación de 318 obispos (la mayoría de habla griega). La importancia de este concilio residió en la formulación del Credo Niceno, redactado en griego, no en latín, y que esencialmente permanece inalterado en su mensaje 1700 años después, y en establecer la idea de la relación Estado-Iglesia que permitiría la expansión del cristianismo con una vitalidad inédita. Sin embargo, Constantino debió haber quedado muy desilusionado, pues las disputas teológicas no solo no habían terminado, sino que habían cobrado un renovado y vigoroso impulso.


Cristología


Las disputas cristológicas fueron una serie de polémicas sobre la naturaleza de Jesús/Cristo mantenidas en el seno de la Iglesia durante los primeros siglos de su historia. Entre Nicea I y Constantinopla III los diferentes puntos de vista cristológicos de los grupos de la comunidad cristiana llevaron a acusaciones de herejía, y, en algunos casos, a la posterior persecución religiosa. Formalmente, la cristología es la parte de la teología cristiana que se dedica a estudiar el papel que desempeña Jesús de Nazaret desde los puntos de vista tanto humanos como divinos, bajo el título de Cristo o Mesías. Para esta rama los detalles menores de su vida no fueron relevantes, y sí lo fueron las naturalezas humana y divina de Cristo, la interrelación e interacción entre estas dos naturalezas, la Encarnación, la Redención y los eventos más importantes de su vida: su nacimiento, su muerte y su resurrección. La cristología entonces también abarcó cuestiones concernientes a la naturaleza de Dios como la Trinidad, el Unitarianismo. La creencia fundamental cristiana era (y es) que a través de la muerte y resurrección de Jesús como Hijo de Dios, el pecado original de los seres humanos es perdonado, la humanidad se reconcilia con Dios y con ello se les ofrece la salvación y la promesa de vida eterna.

Las polémicas entre ortodoxos y herejes acerca de la naturaleza de Jesús de Nazaret giraban en torno a conceptos de la filosofía griega, en particular platónica, y también de origen hebraico, como espíritu, materia, alma, cuerpo, divino, humano, bien, mal, encarnación, resurrección, Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo, substancia, logos, consubstancialidad, hipóstasis, persona, criatura, creación, preexistencia, eternidad, etc. Existía la pretensión generalizada de poder comprender la misteriosa e inalcanzable realidad con la pura razón, y la excesiva confianza de poder conocer o rememorar el mundo de las Ideas de Platón. Las controversias no estuvieron relacionadas con la defensa de la ortodoxia contra la herejía, sino que estuvo más bien relacionada con la búsqueda de la ortodoxia a través del método de ensayo y error. En estas controversias todos los participantes cambiaron sus posturas en un momento u otro.

Las controversias trataron en el fondo de dar interpretaciones a pasajes de las Sagradas Escrituras hebraicas o judías a través de particulares premisas teológicas o filosóficas griegas. Por ejemplo, en la confrontación teológica entre Arrio y el obispo Alejandro, en 318, el primero adoptó una postura conservadora a tono con sus conocimientos de la escritura. En cambio, el segundo fue mucho más innovador al seguir los postulados de Orígenes basados en la filosofía griega. La controversia se dio como un choque entre las escrituras y la filosofía griega, o más bien, cómo explicar las escrituras de una primitiva y remota cultura de Palestina desde el elaborado y racional punto de vista de la filosofía griega. El arrianismo resultó finalmente derrotado, y como la historia la escriben los vencedores, Arrio quedó estigmatizado como el archi-hereje que quiso sentar una nueva teología que la ortodoxia debió destruir.

Estas polémicas no eran banales. Lo que subyacía en algunos era la sincera fidelidad a la verdad de Jesús; otros tenían una mentalidad más abstracta y lógica, y otros estaban ciertamente más preocupados de aprovechar las nuevas oportunidades de poder, privilegio, dominio y engrandecimiento de la Iglesia que Constantino estaba ofreciendo a cambio de trabajar por la unidad del Imperio y su propia autoridad imperial. Para ello, debían conseguir la unidad de doctrina al interior de la Iglesia.

Los Padres de la Iglesia fueron tanto los estrategas como los soldados en las batallas por la uniformidad dogmática. Cuando más arreciaba la lucha, mayor fue la cantidad de Padres que fueron reconocidos. El siglo IV, que fue pródigo en conflictos teológicos, fue cuando existió el mayor número de Padres registrados, concentrado el 48% de los Padres que existieron entre el siglo II y el siglo VIII. En el siglo VIII el dogma ya había sido consolidado.

Las principales corrientes cristianas que intervinieron en las disputas cristológicas se pueden agrupar en tres categorías principales: trinitarismo, unitarismo, y unicidad de Dios. El trinitarisno es la posición doctrinal de la Iglesia católica. Cree que hay un Dios, que existe como una pluralidad de tres personas divinas y distintas, que comparten los mismos atributos y la misma naturaleza divina. En el trinitarismo, Jesucristo es considerado como la segunda persona de la Santísima Trinidad.

El Unitarismo cree que sólo hay un Dios que es indivisible, y niega la deidad de Jesucristo. En el unitarismo Jesús es considerado como un semidiós, o simplemente como una criatura. Dentro de los principales grupos unitarios encontramos el apolinarismo, el arrianismo, el marcionismo, el monofisismo, el monotelismo, el nestorianismo, el origenismo, el priscilianismo y el patripasianismo.
·         El apolinarismo, creado por el teólogo Apolinar de Laodicea (Laodicea, c. 310 - Constantinopla, c. 390), afirmaba que en Cristo el espíritu estaba sustituido por el Logos divino, con lo que implícitamente negaba su naturaleza humana. Fue condenado en el Primer Concilio de Constantinopla, en el año 381.
·         El arrianismo, fundado por el presbítero de Alejandría Arrio (Libia, 256 – Constantinopla, 336), fue diametralmente opuesto al apolinarismo al negar la consustancialidad (homoousia) del Hijo (Cristo) con el Padre (Dios), ya que Cristo es una criatura creada como todas las demás. Esta doctrina fue derrotada en el Concilio de Nicea (325) y Arrio fue relegado a Iliria, de donde fue formalmente llamado a instancias de Constantino que buscaba una reconciliación entre ambas partes. Años después la herejía fue favorecida por el emperador Constancio II (337-361) y también fue adoptada oficialmente por el reino visigodo en España hasta su rechazo por el rey Recaredo, en 589, cuando se convirtió a la fe católica. Esta doctrina fue rechazada finalmente por Teodosio I (379-395).
·         El marcionismo, predicado por Marción de Sínope (Ponto, c. 85 – Roma, c. 160), afirmaba la existencia de dos espíritus supremos, uno bueno y otro malo, y consideraba al Dios del Antiguo Testamento un inferior de éstos, simple modelador de una materia preexistente, y que Jesús no se encarnó jamás, que su cuerpo fue sólo apariencia, por lo que negaba la encarnación del Verbo, así como la resurrección de los muertos, y concluye que ambas religiones son paralelas y que tienen por única conexión a la geografía.
·         El monofisismo, herejía iniciada por el monje griego Eutiques (Constantinopla, 378 – 454), afirmaba que en Cristo existe una sola naturaleza, la divina. Actualmente la Iglesia Copta de Egipto y las Ortodoxas de Siria (jacobitas), Armenia y Eritrea son monofisitas.
·         El monotelismo, herejía predicada por el patriarca Sergio I de Constantinopla (c. 565-638), admitía en Cristo dos naturalezas, la humana y la divina, y una única voluntad (intentado de ser una solución de compromiso entre la ortodoxia cristiana y el monofisismo); para la ortodoxia había dos, de lo contrario Jesús no hubiera sufrido tanto en la cruz como humano. La herejía fue condenada en el Tercer concilio de Constantinopla, entre los años 680 y 681, en el que se estableció la doctrina católica de las dos voluntades.
·         El nestorianismo, herejía propuesta por Nestorio (Siria, c. 386 – Libia, c. 451), monje cristiano sirio y patriarca de Constantinopla,  afirmaba que en el Verbo (Jesucristo, tal como está descrito en el evangelio de Juan 1:1) existían dos personas, la divina (Cristo, hijo de Dios) y la humana (Jesús, hijo de María), sosteniendo que Cristo era un hombre en el que había ido a habitar Dios, por lo que Cristo estaba radicalmente separado en dos naturalezas (difisismo). En la cruz, por lo tanto, sólo había muerto el humano, sin haber sufrido el dios. Fue condenada en el Concilio de Éfeso (431). Actualmente los cristianos asirios, en Irak, mantienen esta creencia.
·         El origenismo, difundido por el monje, escritor y místico del siglo IV Evagrio Póntico, afirmaba la eternidad y pre-existencia de las almas humanas. Una de esas almas habría sido la de Cristo, en quien se encarnó el Verbo de Dios, con el objetivo de conseguir la salvación de los hombres. Fue rechazada en el segundo concilio de Constantinopla (553).
·         El priscilanismo, predicado por el obispo hispano Prisciliano de Ávila (¿Gallaecia?, c. 340 – Treverorum, actual Tréveris, 385) y basado en los ideales de austeridad y pobreza, negaba el dogma de la Trinidad y la encarnación del Verbo, ya que atribuía a Jesús un cuerpo solo aparente. Fue condenado en el concilio de Braga, en el año 563. Prisciliano junto a otros compañeros fueron los primeros sentenciado a muerte acusados de herejía, ejecutados por el gobierno secular, en nombre de la Iglesia Católica.
·         El patripasianismo, también conocida como sabelianismo al ser su principal defensor el obispo Sabelio,.fue una doctrina cristiana moniarquista de los siglos II y III, que negaba el dogma de la Trinidad al considerar la misma como tres manifestaciones de un ser divino único, sosteniendo que fue el mismísimo Dios Padre quien había venido a la Tierra y había sufrido en la cruz bajo la apariencia del Hijo. Esta doctrina fue considerada herética tras ser condenada en 261 por el Concilio de Alejandría.

Los antiguos creyentes de la Unicidad de Dios, fueron etiquetados por sus oponentes como modalistas, o sabelianitas.
·         El modalismo, también fue conocido como moniarquisno modalístico, enfatizaba que el Rey del universo es uno solo, y modalismo porque Dios se ha manifestado al hombre de diversos modos. El monarquianismo modalístico identificaba a Jesucristo como Dios mismo (el Padre) manifestado en carne. El Modalismo, se oponía férreamente contra el dogma de la Trinidad. De acuerdo con la concepción trinitaria, Padre, Hijo y Espíritu Santo son cada una de las tres personas de la trinidad. En cambio, los modalistas explicaban que de acuerdo con la Biblia estos términos nunca pretendían hacer distinciones de tres personas eternas dentro de la naturaleza de Dios, sino que simplemente se referían a modos (o manifestaciones) de Dios. En otras palabras, Dios es un ser individual y único, y los diversos términos usados para describirle (tales como Padre, Hijo, y Espíritu Santo) son designaciones aplicadas a las diferentes formas de su accionar o a las diferentes relaciones que El tiene para con el hombre.


Epílogo


Constantino pronto llegó a caer en cuenta que se había metido en un juego peligroso. Por demandar la ayuda de la Iglesia para consolidar el Imperio estaba arriesgando su poder absoluto. Personalmente, él no tenía duda alguna que su autoridad imperial provenía del mismo Dios, pero el juego que estaba haciendo la Iglesia por su parte era identificar a Cristo, su fundador, con Dios mismo, ya que en aquella época si hasta el emperador César Augusto había sido deificado. El título de pontifex maximus le podía ser arrebatado por algún sucesor de san Pedro, la piedra sobre la cual Cristo había edificado su Iglesia. Por ello Constantino prefirió estar de parte de Arrio. Él no fue bautizado hasta cerca de su muerte, en 337, eligiendo para ser bautizado al obispo arriano Eusebio de Nicomedia.



AGUSTÍN



Agustín de Hipona, san, (Tagaste, actual Souk-Ahras, Argelia, 354 – Hippo Regius, actual Annaba, Argelia, 430) tuvo una profunda influencia en la historia de la Iglesia latina. Agustín aceptó absolutamente la filosofía griega y confió en ella. Su pensamiento cristiano estaba en línea con la especulación filosófica de su época. Leyó a los platónicos con ojos cristianos y a los cristianos con ojos platónicos; a todos los asimiló e interpretó a su propio modo. Subordinaba la razón y la filosofía a los intereses del cristianismo y a la autoridad de Cristo. Filosofaba siempre al servicio de la sabiduría cristiana y cuando filosofaba lo hacía inspirado por Platón. Afirmaba que la fe necesita la razón para entender lo que creemos. Suponía que entre el cristianismo y Platón había una continuidad y un acuerdo fundamental. Se presentaba a sí mismo como un Platón cristiano.

Agustín cursó sus estudios en Tagaste, Madaura y Cartago. En su Confesiones hace una severa crítica de sí cuando estudiante en Cartago. A los 17 años se procuró una concubina, y de ella tuvo el año siguiente un hijo. Su primera lectura de las Escrituras, cuando niño, a instancia de su madre, santa Mónica, le decepcionó y acentuó su desconfianza hacia una fe impuesta y no fundada en la razón. Más tarde, inspirado por el tratado Hortensius de Cicerón, se convirtió en un ardiente buscador de la verdad, que le llevó a pasar de una escuela filosófica a otra. Adicionalmente, estaba obsesionado por el problema del mal, que lo acompañaría toda su vida. Se preguntaba cómo Dios, que era toda bondad, permitía la existencia del mal en el mundo, lo que, a sus 19 años, fue determinante en su adhesión al maniqueísmo, que era una filosofía dualista persa influenciada por el gnosticismo. Esta doctrina afirmaba la existencia de dos principios, el bien y el mal, ambos igualmente eternos y en eterno conflicto entre ellos. El alma es el principio de la luz y el cuerpo es el de la oscuridad. Esta explicación que liberaba su conducta de toda responsabilidad le aligeraba la culpa por su propio comportamiento moral que lo atormentaba. Nueve años más tarde, abandonó el maniqueísmo cuando el obispo maniqueo Fausto no le pudo dar respuestas racionales a sus preguntas, sino palabras poco documentadas más cercanas a la magia que a la razón.

Decepcionado con los maniqueos, Agustín fue a Roma (383), abrió una escuela de elocuencia y se decidió por el escepticismo. Simultáneamente tuvo contactos con un círculo de neoplatónicos de la capital, uno de cuyos miembros le dio a leer las obras de Plotino y Porfirio, que determinaron su conversión intelectual. La lectura de los neoplatónicos, probablemente de Plotino, debilitó sus convicciones maniqueístas y modificó su concepción de la esencia divina y de la naturaleza del mal. A partir de la idea de que “Dios es luz, sustancia espiritual de la que todo depende y que no depende de nada”, comprendió que las cosas, estando necesariamente subordinadas a Dios, derivan todo su ser de Él, de manera que el mal sólo puede ser entendido como pérdida o ausencia de bien, y en ningún caso como sustancia. La unidad de una realidad jerárquica y gradual resolvía la dualidad maniquea y superaba su escepticismo y materialismo, pero no superaba su problema moral.

En 384, Agustín ganó la cátedra de Retórica de Milán y conoció al obispo Ambrosio y su gran elocuencia y calidez. Como catecúmeno del obispo, se convirtió al cristianismo, lo que le hizo cambiar de opinión acerca de la Iglesia, la fe, la exégesis y la imagen de Dios. La conversión religiosa sobrevino poco después (386), de un modo inesperado, haciéndose al mismo tiempo cristiano y monje, influido por un ideal de perfección, y decidió vivir en ascesis. Se consagró al estudio formal y metódico de las ideas del cristianismo. Renunció a su cátedra y se retiró cerca de Milán para dedicarse por completo al estudio y la meditación. Ya bautizado, regresó a África. Se retiró con unos compañeros para hacer vida monacal, y comenzó a planear una reforma de la vida cristiana. En 391, en viaje a Hipona, fue ordenado sacerdote y en 395, fue consagrado obispo.

Agustín combatió la herejía maniquea y participó en dos grandes conflictos religiosos, el uno contra los donatistas, secta que sostenía que los sacramentos administrados por eclesiásticos en pecado eran inválidos. El otro, contra Pelagio, un monje británico de la época que negaba la doctrina del pecado original. Durante este conflicto, que duró mucho tiempo, Agustín desarrolló sus doctrinas sobre el pecado original, la gracia divina, la soberanía divina y la predestinación. Participó en los concilios regionales, en los cuales se sancionó definitivamente el Canon bíblico. Los últimos años de su vida se vieron turbados por la guerra. Los vándalos sitiaron su ciudad y tres meses después (430) murió en pleno uso de facultades y de su actividad literaria.


Razón y fe y el problema del conocimiento


Antes de buscar la verdad que añoraba, Agustín, que había sido escéptico, estaba afligido por encontrar la certeza en el conocimiento. La escuela de los Académicos aseguraba que la certeza es imposible, ya que no se puede confiar en el conocimiento entregado por los sentidos. Ahora como platónico, Agustín pensaba que la certeza puede lograrse solo a través de la mente. Usaba como ejemplo de conocimiento necesario e inteligible, que nos trasciende, el hecho de las verdades matemáticas y éticas, que no provienen de impresiones sensibles contingentes ni tampoco a través de una mente individual. Escribía en Contra Académicos que “yo estoy absolutamente cierto que yo soy, y que yo conozco y amo esto”. Había resuelto el problema de la certeza del conocimiento en el subjetivismo. La verdad no se encuentra en el mundo externo, sino en el interior de uno mismo.

Resuelto para él el problema de la certeza, Agustín recurrió, en su perenne búsqueda de la verdad, a la razón según la filosofía platónica de la iluminación y la fe según las Sagradas Escrituras. Manteniéndose en un plano idealista y lejano de la experiencia sensible, para él razón y fe no son más que medios que se exigen mutuamente para encontrar la verdad, no se excluyen, sino que se complementan. Ni creer es algo irracional, ni el conocimiento racional destruye la fe. Agustín decía, “cree para comprender y comprende para creer”, proponiendo que la fe se sitúe al comienzo y al final de la especulación racional, donde la fe es guía y pauta de la razón; por otro lado la razón dirige al hombre hacia la fe, eliminando las dudas y consolidando el conocimiento racional.

Puesto que Agustín, inspirado siempre en Platón, supone que en el hombre existe una sustancia material y otra espiritual, habría también dos tipos de conocimiento, el sensitivo y el intelectual. El conocimiento sensitivo informa de las cosas sensibles, incluido el propio cuerpo, y es necesario para la vida práctica. Además, este conocimiento del mundo sensible, temporal y cambiante, que sirve para resolver las necesidades prácticas de la vida es también común a los animales. Para ser expli­cado biológicamente el ser humano no necesita de un alma y menos de un alma inmortal. Los sistemas de pecado, infierno y dualis­mo de bien y mal no son sostenibles en esta concepción. Por el contrario, las acciones humanas más naturales responden a la satisfacción de sus necesidades de supervivencia y reproducción. Incluso toda la economía, la ética y la política encauza dichas acciones desde la perspectiva social. Pero el hombre dispone además de la razón. Con ella puede alcanzar un conocimiento más elevado, que es el conocimiento inteligible, como los objetos matemáticos. También puede conocer las esencias, que es lo inmutable, necesario, universal y eterno, y que pertenecen al mundo inteligible, e incluso puede conocer a Dios.


Dios y el conocimiento


El conocimiento objetivo no depende del mundo sensible ni tampoco de la mente humana, sino que, pensó Agustín, está referido al mundo inteligible. La mente solo tiene que aceptar sus verdades y reconocer que poseen una validez absoluta, independiente del sujeto que las considera. La verdad es una y la misma para todas las personas, es inmutable y eterna; pero dado que nuestra razón es limitada, temporal y finita, es necesario el auxilio de algo que también sea eterno e inmutable, y aquello es Dios. Las ideas ejemplares y las verdades eternas están en Dios.

El punto de partida de Agustín para probar la existencia de Dios no son las Sagradas Escrituras, sino Platón. El argumento principal parte de las Ideas eternas que se encuentran en el interior del alma de todos los hombres. Las Ideas son universales, inmutables y necesarias, como los primeros principios de la razón a las que nos tenemos que someter. Su fundamento no son las cosas físicas del mundo sensible, pues son realidades contingentes, cambiantes y mortales. Puesto que estas Ideas nos trascienden, debe existir algún ser que posea sus características y sea su fundamento, y este ser es Dios. Probar la existencia de verdades es lo mismo que probar la existencia de Dios, que es la verdad misma. Dado que es tan superior y distinto de las cosas finitas, no podemos conocerlo con total fidelidad, pero sí cabe una cierta comprensión de su ser. Agustín concebía a Dios como eterno, inmutable e idéntico a sí mismo, y por tanto el verdadero ser y opuesto a cualquiera que cambie y mute. Dios es el ser mismo porque no cambia. Además, para él Dios es trino y es el principio y fuente de todos los seres, la realidad plena, inmutable, infinita, única, simple, eterna y perfecta; es el Bien, la Verdad, la Belleza y el Ser.

También probar la existencia de verdades prueba, para Agustín, la existencia de nuestra alma inmaterial, pues si ésta contiene verdad inmortal, también es inmortal. El hombre tiene que conocer solo a Dios y su alma. A partir de ahí él conocerá toda la realidad. Aristóteles había buscado la verdad en el mundo sensible. Agustín la busca en la interioridad. Lo anterior no significa que los seres humanos seamos puramente espirituales. Nuestras almas espirituales están unidas a cuerpos materiales. La relación entre el alma y el cuerpo definen el conocimiento sensible. Cuando el cuerpo es afectado por la acción de otros cuerpos, el alma dirige su atención a dicha perturbación. Agustín definió la sensación como el acto espiritual de poner atención a lo que ocurre en el cuerpo.

Para Agustín la acción iluminadora de Dios para conocer el mundo inteligible no es un auxilio sobrenatural, sino algo estrictamente racional. La luz natural de la razón procede de Dios y permite al alma (intelecto) contemplar las verdades eternas, universales y necesarias. Agustín no aceptaba la doctrina aristotélica de la abstracción. Los neoplatónicos habían dicho que lo Uno irradia luz sobre toda la realidad, lo que resultaba compatible con la concepción evangélica que identifica a Cristo con la luz del mundo. Agustín formuló la teoría de la iluminación: Dios, que es la razón eterna, es la luz espiritual que ilumina la mente humana. Solo la iluminación divina puede explicar que nosotros, seres contingentes y cambiantes, podamos llegar a verdades necesarias y universales. La verdad que el hombre debe buscar en su vida no está en el mundo material, sino en un mundo de Ideas que reside en la mente divina, tesis que representa una cristianización de Platón. No obstante, no podemos alcanzar estas Ideas sin la luz de Dios. La iluminación es un nuevo modo de entender lo que Platón explicaba por medio de la preexistencia de las almas y la doctrina de la reminiscencia. No es necesario que el alma haya contemplado las verdades eternas en una vida anterior, lo que es necesario es que Dios eterno y inmutable abra nuestra mente para acceder a ellas. Y esta iluminación no es una visión o experiencia directa de la divinidad, sino la capacidad natural que Dios nos ha dado.


El problema del hombre


Para Agustín, de todas las sustancias finitas las más perfectas son los ángeles. Después viene el hombre, compuesto de alma y cuerpo. Su concepción del hombre se incluye en la tradición platónica al defender un claro dualismo antropológico: el hombre consta de dos substancias distintas, cada una de ellas completa e independiente, el alma y el cuerpo, siendo la primera superior en dignidad y ser al segundo. El alma es el guardián del cuerpo y cuida de éste. Por su parte, el cuerpo, aunque no malo en sí, pesa fuertemente sobre el alma. Como Plotino pero a diferencia de Platón, Agustín veía al alma prisionera del cuerpo como consecuencia de un castigo. El alma humana, como la de los animales, anima al cuerpo, está unida a él por una inclinación natural y está presente en cada parte del cuerpo. El alma vivifica el cuerpo, y produce la vida vegetativa, sensitiva e intelectiva. Sería inadecuado hablar de unión sustancial o de unión accidental al estilo helenístico. Más propio parece hablar de unión personal. A Agustín le parecía más fácil de explicar la unión hipostática que la unión de un cuerpo con un espíritu, siendo ambos elementos tan heterogéneos, disociables y separables.

El alma humana es una substancia espiritual, inmaterial, simple, lo que asegura su inmortalidad, de la que Agustín ofrece varios argumentos. Por su perfección, el destino más propio del alma es Dios. El alma humana no es una parte de Dios, pero sí su imagen, y con sus tres facultades principales, memoria, inteligencia y voluntad, que para S. Agustín se corresponden con la Trinidad de Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios se refleja de alguna manera en todos los seres, pero de forma especial su imagen está en nuestra alma, en lo más profundo de nuestro ser, por lo que el hombre puede elevarse al conocimiento y cercanía de Dios descubriendo y contemplando dicha huella divina.

Para Agustín está muy claro que el alma ha sido creada por Dios, pero no el tiempo y el modo de dicha creación. Rechaza la tesis platónica de la preexistencia del alma, pero duda entre el traducianismo (transmisión del alma de padres a hijos a partir de Adán, y que mejor explica el dogma del pecado original) y el creacionismo (el alma creada en cada caso desde la nada). Durante toda su vida vaciló sobre las teorías del origen del alma. Al fin estaba dispuesto a aceptar la teoría creacionista, si alguien le resolvía la dificultad de la transmisión del pecado original. Sin embargo, él aceptó la idea de Platón en el Fedón que la muerte es la separación del alma y el cuerpo, reafirmando la noción de la resurrección del cuerpo proclamada en el Credo de Nicea.


El problema del pecado original y Pelagio


El pensamiento teológico de Agustín parte del reconocimiento que él hace, en 389, del pecado original como hecho histórico radical. Quería superar la paradoja de la relación entre la fe y la razón. Aceptando que la fe es la vía universal de la salvación, suponía que debe ser racional si la credulidad viciosa, producto del pecado, debe ser vencida. La sabiduría de este mundo resulta precaria; en cambio, la fe se constituye en régimen permanente del hombre caído. La fe cristiana ha de ser divina, y para eso tiene que apoyarse en el milagro. Cristo conquistó la “autoridad” divina con sus milagros, ofreciendo a la fe un camino racional. Pero para creer en Cristo su mediación reclama la nueva mediación de la Iglesia en la que apoyarnos. Y la incorporación a la Iglesia va ligada a la recepción del Bautismo.

Agustín tuvo un decidido contrincante: Pelagio (Islas británicas, 354 – Palestina, 420) fue un ascético monje britano. Sufrió una dura persecución por parte de la Iglesia de Roma tras fundar una nueva corriente del cristianismo, considerada herética, que negaba el dogma del Pecado Original. Antes de esto había gozado de cierta popularidad entre la curia romana y del propio Agustín. Estudió teología y hablaba griego y latín con fluidez, pero a pesar de que sirvió como monje durante años, nunca llegó a ser realmente un clérigo. Comenzó a ser conocido en torno al año 400, cuando viajó a Roma. Sus obras se han perdido, sobreviviendo escasos fragmentos citados precisamente por sus oponentes.

Entre las mayores influencias en Pelagio está la cultura celta que impregnó con fuerza su formación personal. Ésta otorgaba una mayor responsabilidad personal sobre las acciones individuales. Por el contrario, los griegos y los latinos daban gran importancia al castigo por las culpas. Adicionalmente, el paganismo céltico defendía la existencia de una habilidad humana para el triunfo, incluso sobre lo sobrenatural, idea tan opuesta al pesimismo de Agustín referido al ser humano, pero que Pelagio debió haber aplicado a su concepción del pecado.

En Roma, Pelagio observó con preocupación el relajamiento de la moral cristiana en la sociedad, culpando de éste a la teología de la gracia divina que predicaban Agustín y otros monjes. Se dice que en torno al año 405 oyó una cita de las Confesiones de Agustín que decía “Dame lo que tú ordenes y ordena lo que tú hagas”. Pelagio mostró su preocupación ante la idea que esta nota encerraba, ya que la consideraba contraria a los postulados tradicionales del cristianismo sobre la gracia y el libre albedrío y sostenía que reducía al hombre al papel de mero autómata. En 410, Pelagio huyó de Roma asediada por los bárbaros y se instaló en Cartago.

La rápida difusión del pelagianismo en torno a Cartago, zona donde Agustín tenía su principal base, hizo que éste y sus seguidores fueran quienes atacaran de forma más pronta y dura las doctrinas de Pelagio. Entre 412 y 415, Agustín escribió cuatro obras dedicadas únicamente a discutir el Pelagianismo. Debido a la oposición surgida en África, Pelagio abandonó Cartago y se instaló en Palestina, donde también encontró oposición en la figura de san Jerónimo de Estridón y sobre todo en la de Orosio, un discípulo hispanorromano de Agustín. El hecho de que Pelagio no fuera juzgado como hereje después de algunos sínodos acusatorios contra él sorprendió enormemente a Agustín, que convocó un sínodo en Cartago en 418. Allí expuso nueve creencias que eran negadas por Pelagio:
1. La muerte es producto del pecado, no de la naturaleza humana.
2. Los niños deben ser bautizados para estar limpios del pecado original.
3. La “gracia justificante” cubre los pecados ya cometidos y ayuda a prevenir los futuros.
4. La gracia de Cristo proporciona la fuerza de voluntad para llevar a la práctica los mandamientos divinos.
5. No existen buenas obras al margen de la Gracia de Dios.
6. La confesión de los pecados se hace porque son ciertos, no por humildad.
7. Los santos piden perdón por sus propios pecados.
8. Los santos también se confiesan pecadores porque realmente lo son.
9. Los niños que mueren sin recibir el bautismo son excluidos tanto del reino de Dios como de la vida eterna.
En la actualidad, la Iglesia católica sigue defendiendo los ocho primeros puntos, pero rechaza el noveno al considerar que los niños que mueren sin ser bautizados “quedan confiados a la misericordia de Dios”.

Pelagio escribió dos obras, perdidas hace tiempo, en las que volvía a defender su concepción de la naturaleza del pecado y arremetía una vez más contra Agustín, acusándole de estar bajo la influencia del maniqueísmo al elevar el mal al mismo nivel que Dios, y de contaminar la doctrina cristiana con un fatalismo de origen pagano. Pelagio discutió la idea de que los humanos pudiesen ser condenados al infierno por hacer algo que en realidad no podían evitar, el pecado, y la identificó con ideas típicas del maniqueísmo como el fatalismo y la predestinación, totalmente ajenas al concepto de libre albedrío de la humanidad. Defendió que la humanidad es capaz de evitar el pecado, y que la elección de obedecer las órdenes de Dios es responsabilidad de cada persona. Lo que escribió Pelagio en su libro Pro libero arbitrio no nos puede parecer más sensato: “Toda bondad, toda maldad, que nos hacen dignos de alabanza o merecedores de reprobación, son hechos por nosotros, no nacidas con nosotros. No nacemos en todo nuestro desarrollo, sino con la potencia de hacer el bien o el mal; nacemos tan limpios de virtud como de vicio y, antes del ejercicio de nuestro albedrío, no hay nada en el hombre sino lo que Dios ha puesto en él”. Si prescindimos de la leyenda acerca de la caída de la primera pareja de seres humanos y de las consecuencias de este pecado original, es difícil no estar de acuerdo con el denigrado monje que osó decir lo que pensaba en un medio tan intolerante.

Haciendo caso omiso a este grito por la dignidad humana que se basaba en la capacidad funcional de la persona para la acción intencional y libre, la Iglesia se auto-designó mediadora de la gracia divina hacia todo ser humano que por naturaleza se le supuso sin mérito alguno para ser contraparte de una acción redentora. Posteriormente, en el siglo XVI, Calvino, acentuando la doctrina agustina, afirmó que Dios, en su eterno conocimiento, predetermina el objeto de su gracia, que son los seres humanos favorecidos desde la eternidad, a quienes tampoco se les puede reconocer mérito alguno. En el siglo XVII, el holandés Cornelius Jansenius (1585-1638) llevó la discusión a su límite: el pecado original había corrom­pido tan radicalmente la naturaleza humana, que toda acción humana es sólo pecaminosa y concupiscente sin la ayuda de la gracia, de modo que sólo ésta puede evitar el pecado para que el individuo pueda ser salvado, pero Dios confiere este don a sólo al puñado que Él desea salvar, siendo la redención de Cristo para una minoría.


La gracia


Agustín creía que una vez cometido el pecado original histórico, la humanidad se había desdoblado en dos posturas muy diferentes: el pecado y la gracia; el infierno y el cielo. El “Paraíso” es el estado ideal del hombre, tal como Dios lo planeó y realizó. Pero ¿cómo se entiende psicológicamente el primer pecado dada esa perfección de los primeros padres? Para explicarlo, recurre a la seducción satánica por la cual el pecado fue total y sin atenuantes, ya que Adán se desprendió de Dios. Y puesto que Adán era el “Patriarca”, quedó roto el pacto original. La situación histórica del hombre, consecutiva al pecado, fue de pérdida de la justicia y la moralidad originales, y aparecieron las debilidades naturales: división, ignorancia, concupiscencia, mortalidad, posibilidad, etc. Perdida la unidad original, se perdió también la visión de Dios y con eso se perdió la libertad del amor, ya que la concupiscencia es una inclinación al mal. No se perdió, en cambio, el libre albedrío, si bien quedó amenazado por la situación. El hombre caído en lo sensible, lo carnal, no puede unirse directamente con Dios.

Agustín supone, como Pablo, varios periodos en la historia de la salvación. El primer periodo es la alianza natural, ya que el hombre, a pesar del pecado conservó las reliquias de la imagen de Dios. El segundo periodo es la Ley. El tercer periodo se inaugura con Cristo redentor. En la controversia pelagiana Agustín desarrolló la teología de la redención, la justificación y la gracia auxiliar, así como la de la muerte, la concupiscencia, el bautismo de los niños, la solidaridad humana (con Adán y con Cristo). Agustín sigue a Pablo afirmando que Cristo se encarnó para redimir a los hombres del pecado. La redención es necesaria pues nadie puede salvarse sin Cristo, pues Él es el único mediador en cuanto redentor. La clave para comprender su doctrina es la Cruz de Cristo, cuyo significado y eficacia defendió con energía. La redención es necesaria, objetiva y universal. La redención es objetiva, porque no consiste sólo en el ejemplo, sino que la reconciliación con Dios; también ella es universal, ya que Cristo murió por todos los hombres. Todos los hombres tienen necesidad de ser justificados en Cristo. La justificación lleva consigo la remisión de los pecados y la renovación interior que comienza aquí en la tierra y llega a su perfección después de la resurrección. Porque Cristo ha reconciliado a todos los hombres con Dios, Él es tanto el sacerdote como el sacrificio.

Para llegar a la justificación y perseverar en ella se necesita la gracia divina que consiste en la inspiración de la caridad, del Espíritu Santo, para que hagamos con amor lo que conocemos que hay que hacer. Agustín defendió la necesidad, la eficacia y la gratuidad de la gracia. Sobre el misterio de la predestinación que sintió muy profundamente, puso de relieve la gratuidad de la salvación. Tanto el comienzo de la fe como la perseverancia final son dones de Dios. Así, el tema esencial es la gracia, que unifica, ilumina, supera la concupiscencia y de este modo restablece la libertad en el corazón. Así se recupera la “imagen sobrenatural” y por ella se restaura la imagen natural oscurecida y deteriorada. Sin embargo, ya no hay posibilidad de volver al Paraíso. Por eso no se recobran ciertos privilegios, y la vida del cristiano es drama, lucha, libertad generosa, sacrificio humano, gloria del mundo.

Agustín se centra en la relación del alma con Dios. El alma se hallaba perdida por el pecado y era salvada por la gracia divina. En esta relación el mundo exterior no cumple otra función que la de mediador entre ambas partes. Esta relación tiene un carácter esencialmente espiritualista, que contrasta con la tendencia cosmológica de la filosofía griega. Su visión pesimista del hombre contribuyó a reforzar el papel que, a sus ojos, desempeña la gracia divina en la salvación del alma, por encima del que tiene la libertad humana. Si bien el encuentro del alma con Dios se produce en el amor, en la línea del idealismo platónico Dios es concebido como verdad.

El hombre puede ser salvado por las mediaciones. Éste es el concepto de sacramento. Agustín elabora toda la teología de los sacramentos como signos instituidos por Jesucristo para dar la gracia, y defiende su eficacia “ex opere operato”. Influido por el platonismo, todo lo sensible puede convertirse en imagen o símbolo con referencia a una realidad invisible, que en el Nuevo Testamento es siempre la gracia divina. Así tenemos un elemento sensible, un elemento invisible y una relación entre ambos, de modo que el sensible sea fuente o vehículo del invisible. Los sacramentos, como ritos instituidos supuestamente por Cristo, son fuente de la gracia, la que se constituye en un vehículo de la vida sobrenatural. Tales sacramentos se integran en la dialéctica del Cuerpo Místico entre ministro y sujeto. El rito recibe sentido de esta integración. Podemos suponer que la idea de sacramento habría surgido indirectamente de los ritos de pasaje que todos los pueblos han antropológicamente celebrado para integrar al individuo con la tribu en todos los momentos cruciales de su vida.

La Ciudad de Dios, que Agustín escribió entre 410 y 430, no trata de una ciudad puramente secular, sino que es la ciudad planeada por Dios para la salvación de las almas, y se encuentra más allá del mundo corrupto y efímero. Aunque la salvación es individual, se realiza dentro de una religión eclesial, donde el cristiano forma parte del cuerpo místico de Cristo. La Iglesia, que es el lugar de transmisión de la gracia, es la concreción de la ciudad de Dios y el único camino de salvación.


Conclusión


Tras una mala traducción de un confuso pasaje en la Epístola a los Romanos de Pablo, “por un hombre entró el pecado en el mundo...” (Romanos 5:12), Agustín introdujo la idea del Pecado Original y de la caída de la humanidad por la primera pareja mítica de seres humanos, y de la necesidad de la redención de Cristo en la Cruz. Una caída original, que abarca el universo, requería una redención universal y absoluta, y nada mejor para ello que el sacrificio del mismo Hijo de Dios en la Cruz. La triste, pecaminosa y negativa visión del universo salida de la mente de Agustín se encarnó profundamente en las enseñanzas de la Iglesia romana. El sacramento del bautismo pasó a ser el sacramento indispensable para limpiar la mancha del Pecado Original. La penitencia se constituyó en el sacramento que borraba los pecados personales. El clero adquirió la potestad divina para impartir estos sacramentos y se constituyó así en un poder político y social que competía con el poder del Estado al decidir a quién administrarlos, determinando su futuro transcendente de salvación o condenación.

El mismo imperio que el Mesías debía destruir, el cristianis­mo lo transformó en la base del grandioso esquema de la Cristian­dad. Sin duda, la transformación de un cristianismo de mártires –que se hacían crucificar, quemar y comer por leones hambrientos por no renegar de su adhesión a su Dios– en un cristianismo imperial que dictaba la política de todo el mundo conocido debió haber constituido una profunda y trascendental revolución religiosa. Un siglo antes la cena del pan y el vino se había transformado en sacrificio divino y habían aparecido los sacerdotes que la oficiaban. Con Agustín los sacramentos cobraron fuerza, y fueron administrados por los sacerdotes como medios necesarios de llevar la gracia divina a los fieles. El arma política de la excomunión, castigo eclesiástico que impide la recepción de los sacramentos, permitió a la Iglesia dominar al poder político en la Alta Edad Media. El papado emergió como la suprema autoridad de la Iglesia y con pretensiones de constituirse en la suprema autoridad de la humanidad. Se multiplicaron los templos sagrados para que los cristianos glorificaran a la Trinidad, la autoridad eclesiástica enseñara la verdad revelada y todos comulgaran comiendo efectivamente el cuerpo y bebiendo la sangre de Cristo Redentor en las formas transubstancionadas de pan y vino. Bajo la ideología agustina el cristianismo fue consolidando, en la tradición del Imperio romano, una ciudad de Dios en lugar de un reino de Dios, y se fue transformando en una gran estructura de poder que fue some­tiendo las diversas comunidades y las fue absorbiendo dentro de un imponente sistema de salvación llamado Cristiandad.



LA SINGULARIDAD DE JESÚS NAZARENO



Jesús es un ser humano singular, como lo ilustra el episodio de la transfiguración, cuando una voz divina dijo: "Este es mi hijo elegido, escuchadle" (Lucas 9, 35; Marcos 9, 7; Mateo 17, 5). El Evangelio de Jesús se centra en unos tres temas: 1º Opuesto a la concepción del Yahvé castigador de los israelitas, Jesús afirma que Dios es tan bueno y misericordioso que lo llama Padre. 2º Pide a sus seguidores vincularse en el amor y que incluso amen a sus enemigos. 3º Anuncia que existe un Reino de vida eterna y plena, al que todos están invitados y se accede aceptando la invitación y convirtiendo su corazón. Siguiendo la tradición profética de Isaías, Jesús había proclamado un revolucionario mensaje de amor y fe, de acción y contemplación, de libertad y alabanza, de sacrificio y esperanza, de afirmación y humildad, de acción y piedad, proclamando la misericordia divina para los humildes de corazón y pregonando el reino del Dios en el “más allá”. El punto que se debe discutir es ¿cómo Jesús conoció este mensaje?

La afirmación que exista una verdad revelada por Dios, que se daba naturalmente en pueblos arcaicos, no tiene sustento. Si una verdad es una proposición intelectual que tiene correspondencia con alguna cosa o situación de la realidad, entonces no existe ninguna proposición que Dios nos haya enseñado. Dios es silencioso y solo se manifiesta a través de las leyes naturales que Él instituyó. La verdad sobre cualquier materia es un logro humano; las verdades han ido surgiendo penosamente en el curso de la historia desde los albores de la humanidad y se han ido perpetuando a través de la crítica, la cultura y sus instrumentos. Solo mentes arcaicas utilizan el concepto revelación para apoyar sus creencias y sostener el consecuente dominio sobre los demás. Es el recurso que san Pablo utilizó para hacer valer sus propias elucubraciones. El mito, que es un recurso fácil para interpretar las complejidades de la realidad, se encarga de empañar y oscurecer la verdad. La Biblia no es verdad revelada, como tampoco lo son los Evangelios, que se remiten a intentar describir la obra y enseñanzas de Jesús de Nazaret durante sus tres años de vida pública según lo que se recordaba y se transmitía de él por sus seguidores, algunas 3 y más décadas después de su muerte, cuando fueron escritas. En la actualidad todos sabemos que el modo humano de conocer es exclusivamente por la experiencia, lo cual rechaza cualquier tipo de inspiración y sabiduría infundida o revelada, y la certeza se obtiene empíricamente.

Sólo una verdad cae en el ámbito de la revelación divina, si así se puede decir, y es la que Jesús dijo acerca de Dios y su Reino. Él nos habló en parábolas para referirse a esta verdad, pues relataba una realidad no sólo desconocida, sino que enteramente inasible e imposible describir para nuestra experiencia, sobre la cual no existen experiencias, y el intelecto humano no tiene la capacidad de comprensión. Siendo una verdad que no nos viene por la experiencia sensible, sino del testimonio, no requiere de la crítica intelectual, sino que de la fe. Así, pues, a sus discípulos bastó ver a Jesús vivo después de su muerte en la Cruz para comprender su evangelio. En cambio, sus seguidores de generaciones posteriores necesitaron elevar a Jesús a la categoría de Dios para que hubiera una autoridad suficientemente grande que respaldara la fe en el reino de Dios. Lo que ocurrió en definitiva es que no sólo el mensaje de Jesús se diluyó, haciéndose confuso, sino que resulta muy difícil para nuestros contemporáneos tener que aceptar la divinidad de Jesús. Lo que es peor, se ha perdido la fuerza de su mensaje.

Nuestra tesis es tan sencilla como no científica: Jesús pudo haber tenido conocimiento de Dios y su Reino a través del  conocido fenómeno en el ámbito de lo paranormal de la “experiencia fuera del cuerpo” (EFC), o “desdoblamiento astral”.  El único conocimiento más allá de la experiencia sensible es el raro don del conocimiento parapsicológico, que es un fenómeno que no está en la capacidad de la ciencia poder validar. Si supusiéramos que la revelación divina a personajes bíblicos como Abraham, Moisés y profetas israelitas y de otras religiones son tan solo leyendas, ya que si Dios se manifestara más allá de su forma de actuar a través de las leyes naturales, no lo haría de manera tan antropomórfica ni a través de milagros, que serían rupturas arbitrarias del orden divino, y sostuviéramos además que las EFC son efectivamente fenómenos reales que traspasan nuestro universo material, podríamos avanzar una teoría sobre el origen las enseñanzas de Jesús que están relacionadas con lo divino. Esta suposición es avalada por más de los 5.000 casos que están descritos en https://www.nderf.org. Esta teoría de lo paranormal o parapsicológico señalaría que Jesús tuvo EFC que lo llevaron incluso a través del “viaje por el túnel” hasta experimentar la luz y conocer la bondad, misericordia divina y su reino de amor y plenitud y conocer la misión divina respecto a sí, para luego retornar al mundo. Sería una forma razonable para explicar la verdad de su evangelio, aunque de ninguna manera sería científica, ya que la ciencia no reconoce lo paranormal como objeto de su estudio por no pertenecer al mundo sensible.

Jesús es el enviado de Dios a aquellos seres humanos, ya dispuestos personal e históricamente, para hacerles donación de una vida eterna, mística y gloriosa. Quizá, si no se rechaza aquella fuerza divina, una persona no queda sumergida en la inmanencia del universo y su simple muerte biológica no constitu­ye su desaparición definitiva. No tenemos el más mínimo antecedente, fuera de las antiguas creencias en la otra vida, las que no tienen fundamento alguno, para concluir al menos que una parte de cada uno de nosotros nos sobrevivirá a nuestra muerte. Al parecer, la culminación de la creación, de la transformación de la fuerza en voluntad inteligente que busca transcenderse, requiere la inter­vención especial de Dios. La adquisición de esa posibilidad no le llega al ser humano en forma automática por el mero hecho de pertenecer a la especie humana, pero por el hecho de esta perte­nencia, un ser humano tiene la posibilidad de ser invitado por Dios por medio de Jesús para ser elevado a la transcendencia.




27. BREVE HISTORIA DE LA HUMANIDAD Y SU RELACIÓN CON LO DIVINO




Introducción

La real verdad del ser humano es que Dios regaló un tesoro a toda la humanidad como especie biológica. Éste consistió en que, primero, a diferencia de los animales cada individuo humano es una persona, lo que significa que él es un todo en sí mismo y que libremente razona, posee sentimientos, actúa deliberada e intencionalmente y es responsable. Segundo, más allá de la efímera existencia de todo animal y planta que existe mientras dure su vida, los seres humanos, que pertenecemos a una especie animal más, poseemos en cambio una existencia eterna que no concluye cuando morimos, ya que, a través de nuestra acción intencional (que incluye nuestra acción racional), estructuramos un espíritu que refleja nuestra conciencia y que subsiste a nuestra muerte biológica. Por ello, podemos definir propiamente al ser humano, no meramente como animal racional, sino como un animal transcendente capaz de llegar a relacionarse íntimamente con Dios.

Los evangelios recogen como su tema central el hecho que en nombre de Dios Jesús anunció a todos los seres humanos que nuestra vida eterna acontecería en el reino de Dios. Debemos entender que este reino es espiritual y eterno, que está pleno de una energía que es Dios mismo, donde la causalidad propia del universo material no existe. En Mateo 5 Jesús dice que serán bienaventurados los pobres de espíritu, los mansos, los que lloran, los que tienen hambre y sed de la justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los perseguidos por causa de la justicia, los injuriados, perseguidos y difamados por su causa porque de ellos será el Reino de los Cielos y verán a Dios. También Jesús enseñó que la existencia plena en el Reino demanda que nuestra vida en el mundo sea de amor, justicia y humildad. De esta manera, con la conciencia en paz nuestra existencia podría llegar a una unión íntegra con Dios y participar y gozar de su amor, seguridad y protección. Por el contrario, una persona que hubiera muerto con mala conciencia, esta misma sería un obstáculo para su eterno reposo en Dios, ya que ella le impediría participar en mayor o menor grado de la existencia de Dios. En ningún momento Jesús fundó alguna religión. Esta fue principalmente obra de s. Pablo y Constantino.

Los orígenes de la humanidad

Cada nuevo ser vivo que nace y crece no sólo porta en su genoma las características de su especie, también testimonia la belleza y la funcionalidad de la que está genéticamente dotado. Dios lo ha hecho posible a través de su creación basada en el proceso de estructuración de la materia que partió en su origen, en el Big Bang, del humilde cuanto de energía; en lo biológico Charles Darwin (1809-1882) descubrió el proceso de selección natural mediante la supervivencia del más apto, concepto este último acuñado por Herbert Spencer. En la especie humana, tras centenas de miles de años de vida tribal se fueron desarrollando, a partir de la socialización tan característica de los primates, los rasgos tan humanos de solidaridad y cooperación. Hace tan solo 10 mil años atrás, la economía tribal, basaba en la caza/pesca y la recolección, sufrió una revolución, la agrícola y de pastoreo o ganadera, dando paso a la era neolítica. El ser humano pasó de ser nómade a ser sedentario y la vida tribal devino en la comunidad campesina. Hoy puede observarse en pleno este modo de vida en los pueblos amerindios andinos. Entre sus características más notables es que la propiedad de la tierra no es individual sino comunitaria, la paz y la igualdad son la norma y se reprocha al rico, la religiosidad que surge naturalmente de la mente es animista y tiene diversas deidades que corresponden a fuerzas naturales. La institución de la familia fue indispensable, ya que la prole, separada ahora de la tutela tribal, pasó a reforzar el trabajo de sus padres.

Sin embargo, en ciertos lugares del mundo pronto la producción fue abundante y generó excedentes. Esto permitió a una parte de la población a ocuparse de otras necesidades, como el comercio y las artesanías, lo que generó aún más riqueza. De la natural codicia florecieron propietarios.  En su “Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres” (1755), J. J. Rousseau (1712-1778) esgrimía estas palabras como quien alza un estandarte: “El primero al que, tras haber cercado un terreno (o sosteniendo el lazo al cuello de una vaca) se le ocurrió decir «esto es mío» (posiblemente con un mazo en la mano) y encontró personas lo bastante simples para creerle fue el verdadero fundador de la sociedad civil” (e. d., la propiedad privada). El terreno quedó fértil para la instauración de reyes, quienes para reinar sobre sus reinos y someter como súbditos a los demás requirieron guerreros y establecieron religiones con su casta sacerdotal, ritos, mitos y normas. Entendemos que una religión, que es un fenómeno colectivo, bullicioso y externo, es distinta de la religiosidad, que es una experiencia o actitud personal, silenciosa e interna, y sirve ocasionalmente como base para alguna religión. Se erigieron poderosos dioses para patrocinar a los monarcas e intimidar a los súbditos. Y con toda la razón del mundo en su discurso Rousseau prosigue: “Cuántos crímenes, guerras, asesinatos, miserias y horrores no habría ahorrado al género humano quien, arrancando las estacas o rellenando la zanja, hubiera gritado a sus semejantes: «¡Guardaos de escuchar a este impostor!”; estáis perdidos si olvidáis que los frutos son de todos y que la tierra no es de nadie»”. Fue tan exitoso el nuevo orden político de reinos que pronto por la guerra los más poderosos absorbieron a los reinos vecinos, conformaron imperios y explotaron aún más a sus súbditos. En el imperio romano más de la mitad de la población era esclava.

La Revolución industrial

Al igual que del comercio surgió el dinero, también emergió la escritura por la necesidad de anotar las transacciones y los acuerdos; posteriormente, los reinos la aprovecharon para consignar censos e impuestos y estipular leyes y órdenes, y las religiones para perpetuar mitos y redactar mandamientos. Pero la escritura sirvió para recopilar y transmitir el conocimiento y la sabiduría. Primero surgió la filosofía y posteriormente se desarrolló la ciencia empírica. Cuando se aplicó este nuevo conocimiento a la técnica, emergió la tecnología e hizo su aparición la máquina de vapor. Esta podía remplazar eficazmente el trabajo de miles de músculos animales y humanos. Pronto, en la llamada Revolución industrial, iniciada a mediados del siglo XVIII a partir de la industria textil, las fábricas reunieron en un solo establecimiento múltiples talleres y los obreros se los reclutó de los artesanos y se aplicó la división del trabajo. Mientras la monarquía declinaba, se desarrolló el capitalismo y se intensificó la producción industrial de otros bienes. La sociedad se dividió entre burgueses o propietarios de capital y proletarios o trabajadores que deben producir para sobrevivir. El capitalista sometió el capital y el trabajo a la ley de la oferta y la demanda para determinar la remuneración del trabajador, que resultó con gran desventaja para éste; el trabajo ha venido siendo remplazado cuando la tecnología le dio más ganancia al capital. El resultado ha sido el empobrecimiento del trabajador y el enriquecimiento sostenido del capitalista. Simultáneamente, la clase capitalista gravita decisivamente sobre el poder político y lo secuestra gracias a su gran poder económico y cualquier intento de reforma social que atente contra sus intereses es severamente reprimido. Harold J. Laski (1893-1950) ya señaló en Reflections on the Revolution of Our Time, 1933, “considerando que el Estado pertenece a los poseedores del poder económico, las reformas alcanzan al límite que las clases acaudaladas consentirían sin llegar a las armas”.

La ciencia empírica ha tenido otro efecto y ha sido profundo. Para el conocimiento científico las creencias ancestrales y psicológicas sobre la existencia de Dios que cada cultura va adquiriendo en su experiencia y que cada persona intuye íntimamente no tendrían sentido, puesto que la ciencia, que pretende tener conocimiento de todo en el universo, muestra que todo es obra de causas muy naturales que pueden ser observadas y hasta verificadas experimentalmente. Friedrich Nietzsche (1844-1900) llegó a proclamar en El ocaso de los ídolos. 1887: “Dios ha muerto” y Bertrand Russell (1872-1970) afirmaba: “lo que la ciencia no puede decirnos, el ser humano no puede saber”, y el positivista inglés, A. J. Ayer (1910-1989), sostenía que el principio de verificación es la única base válida de conocimiento y que todo lo demás, en especial lo religioso, no tiene sentido. Con gran soberbia la ciencia no reconoce que puedan existir otras realidades que no son materiales ni causales y que para su restringido método empírico le son inasibles. Adicionalmente, a través de la producción masiva y la generación de riquezas la Revolución industrial había prometido el paraíso y la solución a todas las necesidades materiales de los seres humanos. En masa éstos volcaron toda su atención y energías a esta gesta esperanzadora y liberadora de su opresión, se secularizaron, abandonaron sus convicciones religiosas y olvidaron sus creencias en lo divino y el más allá. En la actualidad el ateísmo es universal. Definirse como agnóstico es sólo un eufemismo.

La revolución cultural moderna ha sido profunda y las sociedades han debido adaptarse con tropiezos al nuevo orden de transmutar lo transcendente por lo inmanente. El sentido de la vida puesto únicamente en la vida y no en la vida, muerte y existencia eterna ha generado todo tipo de fenómenos psicológicos. Una vida inmanente es vacía y quienes la viven la llenan con todo tipo de farsas y mucha liviandad, pero por esta vacuidad deben pagar un alto precio, como la angustia, la depresión, la inseguridad,  el consumismo, el egoísmo, el temor, el horror a la muerte, la apatía, el desamor, la falta de compromiso, el buscar incesantemente el éxito, la riqueza y el poder. También se ha generado fenómenos sociales, como la intensificación de la injusticia, la desigualdad, la opresión, la explotación. La liberal burguesía capitalista ha favorecido consecuentemente instituciones de su conveniencia, como la iniciativa privada, la libre empresa, el libre mercado, el libre comercio, la libre profesión, apropiándose del concepto “libertad”, concebida por ellos como independencia y soberanía individual, significando que cada uno debe tener la capacidad para elegir voluntariamente y la autonomía para conseguir su felicidad y autorrealización, sin entender lo que verdaderamente significa libertad. Brevemente, diremos por el contrario que libertad es la capacidad personal para la autodeterminación y se ejerce para buscar responsablemente la verdad, superar la ignorancia y obtener sabiduría, también se ejerce para ser feliz al superar el miedo, la angustia y el sufrimiento, asimismo se ejerce para buscar el bien, evitar el mal, superar el odio y conseguir amar. Por su parte, la idea individualista de la búsqueda de la felicidad, como si dependiera de la voluntad humana o se obtuviera con dinero, es ilusoria. Esta idea la originó Thomas Hobbes (Leviathan. 1851), la ensalzó John Loche (Essay Concerning  Human Understanting. 1681) como la fundación de la libertad, y la proclamó Thomas Jefferson (Declaración de la Independencia. 1776) como derecho humano fundamental, de modo que ha llegado a convertirse en meta para los seres humanos. Para el Evangelio la felicidad es un sentimiento que será pleno en el reino de Dios para los justos y que es un absurdo pensar en su consecución en esta vida.

El capitalismo

El capitalismo desarrolló la ideología liberal, cuyo origen se encuentra en la filosofía empirista inglesa. Tal es la propaganda de esta ideología que la burguesía reprime ideologías contrarias y por el contrario, ensalzan el sistema económico capitalista y lo difunden a través de los medios de comunicación social de los que ella es mayoritariamente propietaria. Impone los mitos que todos llegamos a aceptar como verdaderos, como el crecimiento económico como finalidad de la acción política, la autorrealización como propósito de la acción personal, la felicidad, concebida como gozo, como objetivo de la existencia individual, el dinero como condición de la felicidad, la participación en el mercado como la expresión de la libertad, y la iniciativa privada como su expresión máxima, mientras el sentido de solidaridad e igualdad queda sin expresión posible y el gran capital sigue apoderándose de las riquezas del mundo. El capitalismo se puede resumir en una serie de proposiciones: La codicia es el motor de la economía. El ser humano no es más que un individuo egoísta que tiene por finalidad perseguir ciegamente su propia felicidad. Para conseguir este objetivo, debe afanarse para producir riqueza material, que es lo único que puede satisfacer todas sus necesidades humanas. En este afán egoísta, se obtiene por rebalse de la sobreabundancia de una minoría el mayor beneficio económico posible, que es irrisorio, para el resto. Todo, incluido las personas, es una mercancía por tener dueño, ser útil y se transa en el mercado. La propiedad de los medios de producción debe ser privada. El capitalista debe invertir siempre calculando conseguir el máximo de beneficio, con el mínimo de riesgo, y en el menor plazo posible. Aquello que hace digno al ser humano es el libre emprendimiento, sin considerar que éste es un privilegio de unos pocos y que se emprende a costa del trabajo obligado y mal remunerado de la inmensa mayoría.

En contra de la ideología liberal se puede afirmar que ella no responde a los hechos antropológicos, ya que ensalza el egoísmo y el individualismo al tiempo de desvalorizar la sociedad. El ser humano es una criatura que, como todo ser viviente, está tras su propia supervivencia y reproducción, pero, como homo sapiens, es una criatura que ha evolucionado genéticamente por el esfuerzo colectivo y cooperativo, siendo su psicología social, no individualista, sino que principalmente social y solidaria. La ética humanista critica al capitalismo porque se basa en el egoísmo y la codicia, contraponiéndose a la igualdad natural de los seres humanos. Adicionalmente, su condición de sapiens le permite proyectar intencionalmente su vida, más que a la pura satisfacción de sus necesidades inmediatas, hacia incluso la posibilidad de lo transcendente, lo que lo hace un ser eminentemente moral. Esta ética afirma que la economía capitalista deshumaniza la estructura social al interponer el dinero como principal vínculo en las relaciones humanas. Genera individuos egoístas al enfatizar el lucro individual como motor y fin de la actividad humana. Impone el valor de la competencia individualista a nuestra natural psicología solidaria. Trastoca el carácter de creatividad y contribución del trabajo por mera mercancía impersonal. Mediante la producción masiva acoplada a publicidad, origina un consumismo y exitismo desenfrenado. Propone modelos para el deber ser que son estereotipos irreales e irrealizables, provocando angustias generalizadas. En definitiva, la realidad contradice la creencia de que el sistema económico capitalista sea reputado de ser el mayor logro intelectual de la humanidad y su panacea, pues éste genera una creciente pobreza y marginación de la gran mayoría de la humanidad y una sobreexplotación de los recursos naturales.

La crisis del capitalismo

En la actualidad, estamos experimentando la crisis terminal del capitalismo que, por su necesidad de continuo crecimiento y control, arrasará a toda la humanidad. Algunos de los ámbitos que producen gran preocupación son el cambio climático, el calentamiento global, la sobreexplotación de la naturaleza, la extinción masiva de especies, la explosión demográfica, la extinción de recursos naturales esenciales, el agotamiento del agua, la total dependencia del petróleo como fuente energética cada vez más costosa de extraer, la contaminación de tierra, aire, mares, ríos, la desigualdad progresiva entre ricos y pobres, la concentración del capital en una pequeña minoría, la manifiesta degradación de la política, el armamentismo desenfrenado, el aumento del peligro de una guerra nuclear, el fanfarroneo prepotente, agresivo y belicista del imperialismo estadounidense que agria cualquier iniciativa de solidaridad internacional y de mantener relaciones amistosas. Adicionalmente, como ha sido experimentado en lugares de la tierra y en el curso de la historia, pero que ahora será global, la crisis política, económica, social y ecológica viene acompañada por la descomposión de valores morales y normas éticas en todos los ámbitos de la sociedad causados por la exigencia de riqueza, poder y placer, lo que podemos constatar observando la desintegración de la familia, la libertad sexual, la demanda del aborto como derecho civil y gratuito, la pornografía, la pedofilia, las drogas, la corrupción, la deshonestidad, el lenguaje obsceno, la ludopatía, los robos, los asaltos, los asesinatos, la mentira, la injusticia, la violencia, la hipocresía, la falta de integridad. Es para exclamar, ¡qué desperdicio del tesoro regalado por Dios a la humanidad!

El futuro profetizado

Aunque el futuro de la humanidad no es parte de su historia, sí es parte de su destino y será considerado como parte integral de la relación de ella con lo divino. Consecuentemente, el relato continúa de la siguiente manera:

Irremediablemente y muy, muy pronto, la ensoberbecida, hipócrita e inamistosa humanidad desencadenará la más mortífera y devastadora guerra de la historia (ver: http://unihum2106parte1.blogspot.com). Esta guerra finalizará con un evento cósmico ordenado por Dios, que serán los Tres Días de Oscuridad (ver: http://unihum2106parte2.blogspot.com), que consistirá en una emisión de masa solar que envolverá e interactuará con la atmósfera terrestre y regenerará la Tierra. Después de este evento Jesús se manifestará a la humanidad y ésta volverá a reconocer a Dios, según las palabras de los diversos videntes que han sido  transcritas, tal como fueron escritas y se presentaron en http://unihum2016parte3.blogspot.com, pero ahora de forma aún más sintetizada y según los siguientes temas:   

1. PAZ, PROSPERIDAD, JÚBILO Y ARMONÍA

Los días oscuros en el comienzo del milenio, serán seguidos por días de júbilo y felicidad y el sol tendrá un nuevo esplendor. Todo el mundo fue transformado en un instante, pues habrá una nueva era, que se llamará la Era Dorada, porque va a ser un tiempo bueno y feliz. Conocerán la Edad de Oro, la armonía y la belleza ilimitados. Será en amor, basada en talentosos hombres y madres mujeres y la gente se llenará de alegría. La esencia de esta nueva era será como materia iluminada por el Espíritu. Será la Tierra transformada en un mundo magnífico que adora a Dios y renovada por el Espíritu de Dios. El hambre se mantendrá durante un par de temporadas y habrá mucho por reconstruir. Pocas ciudades habrán quedado, pero estas personas serán felices.

Jesús establecerá este nuevo orden mundial en Jerusalén, el centro unificado de la armonía y la paz mundial. Llevará a la humanidad a la Edad Dorada, unificando el Cielo y la Tierra. No habrá ya ninguna intención destructiva o cualquier necesidad de armas de destrucción masiva. Él dirigirá el Gobierno del Nuevo Mundo hasta diciembre de 2052. Los ángeles bajarán del cielo y difundirán el espíritu de paz sobre la tierra, pues el tiempo de Nuestro Señor será un tiempo de paz y prosperidad y durará hasta el fin del mundo. Como nunca se ha visto, en la próxima era habrá la más afortunada y fructífera paz que deberá sanar el mundo, puesto que todas las naciones depondrán las armas. Serán mil años de paz, prosperidad y tranquilidad en la tierra. No habrá entonces ni odio ni rencor y en toda la Tierra no quedará ni una familia que viva en la pobreza y que sufra hambre. Seguirá un siglo de paz y de bienestar.

Una vez más los hombres encontrarán el camino recto de la humanidad y la Tierra encontrará la armonía otra vez. Todo entrará en orden y todas las injusticias, de cualquier clase que sea, serán reparadas. Todos serán elevados. Algunos se levantarán más alto que los demás y ya no disfrutarán el plano físico, mientras que algunos se quedarán en la Tierra para reponer y reconstruirla físicamente. Ellos también serán de una elevación más alta que cualquier que esté viviendo allí ahora. Habrá un nuevo tipo de personas más jóvenes y de un carácter pacífico. Un nuevo tipo de gente de muchos colores, clases, credos vendrá a la tierra, y que por sus acciones y obras tomará la tierra de nuevo. Una nueva humanidad emergerá. Ese día, llamado el gran despertar, todos los pueblos formarán un nuevo mundo de justicia, paz, libertad y reconocimiento de Dios. Ofrecerán a la gente los principios para seguir las prácticas de la unidad, el amor y la comprensión. Enseñarán a las personas cómo vivir en armonía, en los cuatro rincones de la Tierra. Una vez más, serán capaces de sentir alegría en la soledad y en las asambleas. Sentirán felicidad en sus corazones, y estos irradiarán calidez, comprensión y respeto por toda la humanidad, la naturaleza y Dios. Habrá lugar para una nueva sociedad y religión que serán satisfactorios a todos.

2. LA RELIGIÓN

Después de purificar al mundo, se preparará un renacimiento milagroso, triunfo de la misericordia de Dios. Habrá reconciliación y paz con Dios. A la prueba le seguirá un renacimiento universal y el amor florecerá en todas partes. Llegará a la Tierra un hombre fuera del planeta que aclarará el misterio que se esconde tras la muerte. La plana mayor de la jerarquía eclesiástica recibirá una gran lección del hijo de Dios, quien les revelará lo que realmente ocurrió en los primeros días de la era cristiana. Su llegada se producirá cerca de Palestina. Le seguirán muchas personas. Los santos del mundo espiritual inspirarán a todas las personas en la tierra de los cambios que debe hacerse en la tierra y habrá un renacimiento Con la llegada de Jesús se inicia una nueva era o un nuevo orden que durará 1000 años. Él regresará como un pacificador y unificará todas las religiones.

Habrá una nueva evangelización, y se dispondrán de nuevas técnicas maravillosas aportadas por él. La religión florecerá en seguida de la manera más admirable. Será una época de una nueva fuerza de la creencia. Los seres humanos volverán a creer en Dios, el Evangelio será predicado por todas partes y los hombres vivirán en el temor de Dios. Habrá una sola fe, se unificarán las ideas y renacerá la verdad. Vendrá que una sola fe, un solo Dios estará en la tierra y instaurará una nueva vida en la tierra purificada por la muerte de las naciones. Entonces será la paz y la reconciliación entre Dios y los hombres.

Los seres humanos estarán en condiciones rápidamente de conocer el Mundo Divino, de fusionarse con la Cabeza del Universo.  La Nueva Era se construirá alrededor de la idea de Fraternidad. No habrá ya conflictos de intereses personales; la única aspiración de cada uno será de conformarse a la Ley del Amor.  ¡Amor y Fraternidad estarán en la base común!

Los seres humanos se involucrarán en el de la Nueva Vida, la de la Salvación.  Los hombres recobrarán el camino de la virtud.  Esta era se caracterizará por la paz y el amor. Los seres humanos serán libres, justos, trabajadores y virtuosos. Todas las sectas religiosas se unirán en una Cristiandad limpiada y renovada; ello unirá a todas las naciones en paz pero sin unirlas a ellas y a sus culturas.

3. LA SALUD

El ser humano sabrá todo sobre la Tierra y su propio cuerpo. Las enfermedades serán curadas antes de que se manifiesten y todo el mundo se curará a sí mismo y entre sí mismos. A un hombre de cada diez, Dios le dará el poder de curar las enfermedades de los que piden ayuda. Los médicos y los boticarios tendrán que cambiar de profesión porque (las enfermedades serán eliminadas por una vida sana y natural). Sin doctores se vivirá más sano; será suficiente con el letargo, el ayuno y el giro de las manos. Los pobres, enfermos y necesitados, serán atendidos por sus hermanos y hermanas. En el año 2315, las personas llegarán a vivir hasta los 145 años y gozarán de una excelente salud.

A todo niño recién nacido se le suministrará una sustancia milagrosa que previene cualquier enfermedad que pueda padecer en el futuro. A esto le llaman inmunización. Según parece, antes de este tiempo, existían enfermedades y dolencias de diversos tipos, pero tres de ellas serán particularmente mortales. Una será el cáncer, las otras dos se llamarán SIDA y Zantus. Esta última enfermedad apareció en la tierra a principios del siglo XXI y fue responsable de la muerte de millones de personas. Se hallará un remedio contra estas dos plagas y con la inmunización estará todo solucionado. Se verán vencidas enfermedades rebeldes con la ayuda de los perros, los gatos y las aves. De los animales llamados salvajes el hombre recibirá nuevos cambios. Los peces dirán al gran doctor cómo se vence el mal de la hinchazón. Las plantas, las piedras y los animales enseñarán a conocer la peste.

La codicia será considerada una enfermedad mental. Después de su primera aparición, el paciente será rápida y silenciosamente llevado a un sanatorio aislado donde los síntomas se observarán cuidadosamente por especialistas cualificados en el tratamiento de este trastorno particular. Aquí serán cuidadosamente cuidados y amablemente atendidos hasta que se eliminen las últimas trazas de la enfermedad.

Si resultaba que un hombre, mujer o niño se lesionaba y que no podía recuperarse, amables amigos le administrarán un opiáceo bajo la dirección de un experto médico, por lo que caerán en un dulce sueño del que no se despierta más en la tierra, pues se considerará un acto inhumano prolongar la agonía que solo podría terminar en la muerte. Así lo harán también para aliviar los últimos momentos de sus amigos, cuando la última lucha agonizante venga, por lo que podrán dormir, suavemente, con amor, tal como un niño se hunde a descansar sobre el pecho de su madre.

La muerte ya no será una ocasión triste, pero más bien un momento de gloria, así como ahora nos regocijamos cuando nuestros amigos están a punto de emprender un viaje agradable al que es esperado con anticipaciones más felices. Pues se sabía que la tumba es el portal a través del cual se pasa a esa vida más grande con sus cada vez mayores oportunidades, con sus mayores libertades y sus alegrías más profundas. El horror a la muerte será superado y el hombre terminará su vida en una gran risa. La muerte llegaba en un momento cuando el individuo había experimentado todo lo que necesitaba experimentar. Morir será acostarse y dejarse ir; entonces el espíritu se eleva y la comunidad se reunirá alrededor. Habrá una gran alegría, porque todos tenían una idea del reino celeste y que el espíritu se uniría con los ángeles que vendrían a su encuentro. Podían ver al espíritu partir y sabían que era el momento para el espíritu de seguir adelante; que había superado la necesidad de crecimiento en este mundo. Las personas que morían habían logrado todo lo que eran capaces de hacer en este mundo en términos de amor, aprecio, conocimiento y trabajo en armonía con los demás. Luego de arrojar esta piel, esta cáscara del mundo físico, será para graduarse y ascender a los cielos, y tener una relación más íntima y creciente con Dios.

4. LA SOCIEDAD

Los seres humanos formarán un gran cuerpo del cual cada uno será una pequeña parte. Juntos van a formar el corazón de este cuerpo. El ser humano habrá comprendido que él tiene que ayudarse a sí mismo para mantenerse derecho. Habrá total igualdad entre las personas.

Después de los días de la insidia y la avaricia, el hombre va a abrir su corazón y su bolso a los pobres; se definirá a si mismo curador de la especie humana. Y así, finalmente, una nueva era comenzará. Cuando el ser humano haya aprendido a dar y compartir, los días amargos de la soledad llegarán a su fin.

Debido a que la mujer llegará a reinar, ella gobernará el futuro y decretará su filosofía al hombre. Ella será la madre del Milenio. Después de los días del diablo ella irradiará la suave dulzura de una madre; después de los días de barbarie ella encarnará la belleza.

Cuando todas las personas en la Tierra cambien, habrá una verdadera hermandad. Los seres humanos formarán una familia, como un gran cuerpo, y cada gente representará un órgano de este cuerpo.  En la nueva raza, el Amor será manifestado de una manera tan perfecta, que el ser humano actual solo puede tener una idea muy vaga.  Los seres humanos se amarán unos a otros, compartiendo todo, sueño, y los sueños se convertirán en realidad. El hombre con la esposa, los padres con los hijos, el amigo con los amigos, el vecino con el vecino se reunirán y un verdadero amor de amistad brillará entre ellos, de modo que todo un corazón conformarán y uno amará al otro. Así, el ser humano tendrá su segundo nacimiento. El espíritu poseerá la masa de los hombres, que estará unido en hermandad.  

Una de las características de esta Edad Dorada consistirá en que en el planeta se establecerán diversas zonas para que se agrupen en ellas los que quieran vivir de la misma manera dentro de una gran libertad de conductas. Es decir que cada persona podrá vivir como quiera y en compañía de otros como él en lugares destinados a ese modo de vivir, en el bien entendido que las áreas “malvadas” serán destruidas por un tipo de “desastre atómico” natural.

Habrá gente en esta Tierra que aparecía más felices y más contentas, aunque aparentemente vivían como las poblaciones indígenas del pasado. Las ciudades, construidas por los antiguos y que fueron enterradas debajo de los océanos, van a ser pobladas por las personas que sobrevivieron en este nuevo mundo. Ellos se unirán a otros y se formarán pueblos y no habrá más guerras. La verdadera paz y felicidad finalmente habrán descendido sobre la humanidad.

Las piernas volverán a usarse para andar. Nadie tendrá ya que superar distancias. Habrá seres humanos en estrecha vecindad y naturaleza además de las ciudades.

5. LA POLÍTICA

La Tierra ha sido un terreno propicio a las luchas, pero las fuerzas tenebrosas van a retirarse y ella será liberada. La gente de la Tierra se unificará en una confederación de los gobiernos. Todos aceptarán a Jesús como el líder universal. La lucha por el poder se desvanecerá sin sentido bajo su dirección espiritual. Este período de paz y alegría durará hasta 2052.

Después de este año  otro líder mundial llegará al poder para continuar el legado espiritual. Él lo dirigirá hasta 2102. En este tiempo un líder de África va a surgir y, posteriormente, descendientes de su dinastía lo conducirán durante los próximos 900 años. Al final de este tiempo la confusión y el caos volverán a ocurrir y miles de años de civilización humana llegarán a su fin en el planeta Tierra.

Los líderes del pueblo serían elegidos a la vieja manera: no por su partido político, o porque podía hablar más fuerte, sino por aquellos cuyas acciones hablaban más fuerte. Los que demostraran su amor, sabiduría y el coraje que demostrara que podía trabajar por el bien de todos. Ese sería elegido como líder o jefe.

6. LA ECONOMÍA

El futuro del mundo será como un jardín, será como el jardín de Dios. Y en este jardín del mundo, lleno de toda belleza, estaban las personas. Las personas van a nacer en este mundo para crecer en su comprensión del Creador. Los hombres cultivarán la tierra con sus propias manos y no habrá almacenes, ni tiendas, ni supermercados. Pero todo será compartido.

Vendrá el tránsito a un modo de vida más ahorrativo, pero no por eso menos feliz. El hombre trabajará sin sudor y no habrá más un amo. Prácticamente ya no se realizarán trabajos manuales. De modo que el trabajo será menos estresante y cada uno tendrá tiempo para consagrarse a las actividades espirituales, intelectuales y artísticas.

Cada uno trabajará en un huerto, con casi ningún esfuerzo físico. Las plantas, con la oración, van a producir enormes frutas y verduras. Al unísono, a través de la oración, la gente va a poder controlar el clima del planeta. Todo el mundo trabajará con la confianza mutua y la gente va a llamar a la lluvia o a que el sol brille cuando sea necesario. Los animales van a vivir en armonía con la gente. Se descontinuará toda ingesta de carne y los seres humanos se nutrirán exclusivamente del mundo vegetal.

El suelo va a ser muy productivo. Tres veces el trigo madurará en el campo. No habrá más granizo ni relámpago. Entonces habrá un verano acortado; el invierno y el verano no serán distinguibles. Y pronto las ortigas crecerán fuera de los edificios antiguos. El bosque crecerá de nuevo. La tierra se transformará en un paraíso. Durante esta era el invierno habrá sido abolido. Los mares serán provechosamente explotados en beneficio del ser humano.

7. LA CULTURA

Una nueva cultura verá el día, la cual se basará en tres principios rectores: La elevación de la mujer, la elevación de los humildes y la protección de los derechos del hombre. La Luz, el bien y la justicia triunfarán. Que el que quiera entrar en la nueva cultura, estudie, trabaje conscientemente y se prepare. Las ideas tendrán el poder de circular, también, libremente, como el aire y la luz de nuestros días. La gente estará interesada ​​ ​​en la sabiduría.

La cuestión de las relaciones entre el hombre y la mujer será, por fin, resuelta en armonía. Tanto el uno como el otro tendrán la posibilidad de seguir sus aspiraciones.  Las relaciones de las parejas serán fundadas sobre la estimación y el respeto recíproco.

Cuando una persona se haga adulta, no habrá sensación de ansiedad, ni odio, ni competencia. Habrá una enorme sensación de confianza y respeto mutuo. En este futuro si una persona se perturba y se aleja de la armonía del grupo, la comunidad entera se va a preocupar por ella. Espiritualmente, a través de la oración y el amor, los otros van a enaltecer la persona afectada. En dicho futuro la gente irá a trabajar, hará justicia, amará al prójimo y será justa.

Habrán terminado la publicidad y el lujo; los preservativos, el aborto y el libertinaje; el ateísmo, el bienestar y las mentiras. De nuevo reinarán horas de honradez y dureza, de castidad y nacimientos de niños, de necesidad y temor de Dios. Los pueblos vivirán sin necesidades.

En lo que todos, absolutamente todos, en este futuro eufórico van a pasar la mayor parte de su tiempo será en la crianza de niños. La principal preocupación de la gente van a ser los niños y todo el mundo considerará que es el bien más preciado en el mundo.

8. LA TECNOLOGÍA

Los seres humanos, también espiritualizados por acción del Espíritu Santo, vivirán una vida más simple, más primitiva., sin todas esas cosas tecnológicas que están en la actualidad copando nuestra atención, como los celulares, el internet, los computadores, los televisores, los vehículos.

Los hombres ya no estarán encerrados en sus cabezas ni en ciudades, sino que serán capaces de ver desde un extremo de la tierra al otro, y entenderse entre sí. Habrá un lenguaje común hablado por todo el mundo, y por lo tanto, una gloriosa humanidad llegará finalmente a existir.

En el futuro (año 2185) no habrá casi ninguna tecnología y todo será hecho con las manos, sin la utilización de máquinas sofisticadas.

9. LA ECOLOGÍA

En el séptimo día después de la vuelta a la luz, la tierra habrá absorbido las cenizas y constituirá una fertilidad tal como no se había experimentado nunca.

Las montañas peladas se cubrirán de bosques. Los bosques serán una vez más ser densos, el desierto volverá a ser irrigado, y el agua volverá a ser pura. La tala de la selva tropical se ralentizará, y en cincuenta años habrá más árboles en el planeta que en mucho tiempo. Nunca más habrá un lugar tan salvaje como lo era antes. Habrá grandes lugares salvajes y reservas donde prosperará la naturaleza.

Los descendientes podrán volver a ser capaces de correr libres y disfrutar de los tesoros de la naturaleza y la Madre Tierra, libres de los temores de toxinas, destrucción y codicia. Los ríos van a volver a ser claros, los bosques serán abundantes y hermosos, los animales y las aves se repondrán. Los poderes de las plantas y los animales de nuevo serán respetados. La conservación de todo lo que es hermoso se convertirá en una forma de vida.

La tierra se tornará nueva como fue al principio. Las flores rebrotarán, las bestias retornarán a las tierras áridas, habrá abundancia de alimento para todos y los que se salven compartirán todo. Reconocerán Dios y hablarán una sola lengua.

La jardinería y las reservas serán la cosa en el futuro. Un cambio en la conciencia cambiará la política, el dinero, la energía. La tierra será como un jardín. Los seres humanos se harán cargo de todo ser viviente y ellos limpiarán todo lo que ensucien; comprenderán que el conjunto de la Tierra es su casa y pensarán con la sabiduría del mañana. El ser humano aprenderá que todas las criaturas son portadores de la luz y que a todas se deberán respetar.

En toda su geografía el clima de nuestro planeta va a ser por moderado y las intensas variaciones ya no existirán.  El aire se volverá puro, al igual que las aguas.  Los parásitos desaparecerán. Incluso como la parra se liberará de sus parásitos y de sus hojas muertas, así también actuarán los Seres evolucionados para preparar a los hombres para servir la Fuente del Amor. Ellos les dan las buenas condiciones para crecer y desarrollarse y, para los que quieren oírlos, les dicen: “¡No teman nada! Todavía un poco de tiempo y todo va a arreglarse; están en el buen camino”.

10. CAMBIOS GEOLÓGICOS

Llegará un feliz y largo tiempo, y quienes vivan esta experiencia serán muy felices. Después de estos eventos vendrá una larga y feliz época. Quienes la experimenten serán muy felices y se reconocerán tener suerte. Pero la gente va a tener que comenzar de nuevo allí, donde nuestros abuelos comenzaron.

Llegará el día cuando se encuentre el Mar Negro cerca de los Urales y el Mar Caspio a la altura del Volga, porque todo cambiará. Habrá nuevas montañas y ríos, nuevas plantas y piedras. La tierra será purificada como una fruta. Muchos ríos y mares desaparecerán; nuevos ríos y mares van a surgir. Algunas extensiones de costa se habrán hundido bajo el mar, y otras se habrán levantado.

El clima va a cambiar. Se convertirá en más cálido, y los frutos del sur y las uvas crecerán muy bien en Baviera. Voluntariamente, mucha gente se trasladará allí. Todo el mundo podrá vivir donde quiera y tendrá tanta tierra como puedan manejar. La tierra al norte y al este del Danubio será reasentada. Sólo unas pocas personas habrán sobrevivido allí.

Debido a los eventos cósmicos, el polo Norte y el polo Sur se moverán a una nueva posición. La tierra no será estable durante algún tiempo por venir debido a terremotos menores.