MONOGRAFÍAS FILOSÓFICAS CRÍTICAS VII
Patricio
Valdés Marín
CONTENIDO
1. Una metafísica del universo
2. Las categorías metafísicas
3. Causalidad y estructuración
4. La energía
5. Energía cuantificada
6. Contradicciones de la teoría general de la
relatividad
7. Una cosmología
Lo
biológico - https://unihummono3.blogspot.com
8. La esencia de la vida
9. El instinto de dominio – una teoría
10.
El sistema de la afectividad
11.
El cerebro y la conciencia
Lo
epistemológico I - https://unihummono4.blogspot.com
12.
La psiquis
13.
El discurso filosófico histórico
14.
Una teoría del conocimiento I
15.
Una teoría del conocimiento II
16.
Los límites del conocimiento humano
17.
Crítica de la ciencia a la epistemología filosófica
18.
La filosofía y la ciencia
19.
El lenguaje
Lo
transcendente I - https://unihummono6.blogspot.com
20.
Una cosmovisión
21.
Cuestiones religiosas
22.
Dios
23.
La eternidad
24.
La línea divisoria
Lo
transcendente II - https://unihummono7.blogspot.com
25.
Reflexionando sobre el significado de la existencia de Jesús
26.
Jesús de Nazaret y el cristianismo
27.
Breve historia de la humanidad y su relación con lo divino
Lo
socio-político I - https://unihummono8.blogspot.com
28.
Antecedentes antropológicos de la sociedad
29.
El ser humano y la sociedad
30.
Fundamentos antropológicos de la política
Lo
socio-político II - https://unihummono9.blogspot.com
31.
La política
32.
La guerra
33.
El Leviatán y los Estados Unidos
Lo
económico - https://unihummono10.blogspot.com
34.
El derecho de propiedad privada
35.
La ética del capitalismo
36.
La tecnología
37.
En el espíritu de El Capital de Karl
Marx
38. Las
peculiaridades de la economía de los Estados Unidos
25. REFLEXIONANDO SOBRE EL SIGNIFICADO DE LA EXISTENCIA DE JESÚS
A casi un año de la
próxima segunda venida de Jesús resulta necesario reflexionar sobre el
significado de su acción en la humanidad, puesto que la proximidad de este
portentoso acontecimiento deberá cambiar completamente la perspectiva que
tenemos de la realidad. No me haré cargo de si Jesús existió o no, puesto que
circulan numerosos videos en la Red que con pésimos argumentos niegan su
existencia. Yendo a lo que nos atañe, primero, a Jesús los evangelios lo
nombran “hijo del hombre”, dando a entender que es tanto un ser humano como el
mesías. De manera específica, para Marcos Jesús es el hijo de Dios pero no lo
diviniza. Mateo sigue a Marcos y agrega que, respecto a la ley, Jesús es como
un nuevo Moisés; también él adapta su evangelio a las profecías judías respecto
al mesías, haciendo nacer a Jesús en Belén y trazando su ascendencia a David.
Lucas considera a Jesús como un profeta y mártir. Juan, más extremo, supone a
Jesús igual al Padre, y es el cordero de sacrificio para redimir al mundo. Por
su parte, en sus encíclicas Pablo elaboró su teología en base al mito del
pecado original para subrayar la idea de que Dios, en su infinita bondad, envió
a su Hijo, Jesucristo, el nuevo Adán encarnado, para cargar con el pecado de
toda la humanidad, redimirla a través de su sacrificio en la cruz y conseguir
la reconciliación con Dios; solo Pablo, quien no conoció a Jesús, designa a
Jesús como Cristo, que significa el ungido; en su cosmología él se hace apóstol
de los gentiles, e. d., las naciones, para hacerlas partes del legado de Israel
y así salvarlas.
Vemos entonces que
no existe gran unanimidad en los distintos evangelios. Desde luego, en los
primeros tiempos del cristianismo, no había ortodoxia ni doctrina definida. Por
el contrario, cada comunidad de los seguidores de Jesús buscaba asimilar el
insólito acontecimiento de su vida, mensaje y muerte que remeció la conciencia
y la cosmovisión de la gente que lo conoció, y cada comunidad seguía sus
escritos favoritos. Estaban de acuerdo en el mensaje de Jesús, que se puede
resumir en que existe un reino celestial de Dios de amor y felicidad al que
todos están invitados y al que se puede acceder después de morir a través de
ejercer el amor y la justicia, y también el martirio. Por estar inexorablemente
sumergidos en su época, los cristianos fueron raptados por el poder imperial
para sus intereses hegemónicos, que obligó a unificar y dogmatizar sus
creencias, sin que éstas hubieran madurado, el año 325, en Nicea, bajo el poder
militar de Constantino y la batuta de Atanasio de Alejandría. El credo niceno
resume las conclusiones a las que se llegó, habiendo sido la discusión central
el problema de la naturaleza de Jesús, si humana o divina. El emperador quería
forzar la unidad doctrinal. Surgió entonces la Iglesia imperial, que no tardó
en perseguir a los disidentes y a ambicionar las dos espadas del poder total,
la espiritual y la temporal. Aunque en el seno de la Iglesia han surgido muchos
grandes y venerados santos, es porque allí se difunde y practica parcialmente el
Evangelio de Jesús, pero ella ha sido cómplice de los peores y más crueles
momentos sufridos por la humanidad. Buscando el ideal de unidad constantiniana,
la Iglesia ha sido intolerante y represiva, y se ha valido de su enorme poder
para satisfacer las ansias de poder y riqueza de sus dignatarios. No obstante,
aún tan tremendamente indigna, ella también es la Iglesia de Jesús, pero de
ninguna manera ella prefigura el reino de Dios, como Agustín hizo creer en su La ciudad de Dios.
La alegoría del
pecado en el Edén, usada por Pablo, se refiere en realidad a nuestra
animalidad. Efectivamente, somos miembros de la especie humana, la cual, como
toda especie animal, posee entre otros los instintos de supervivencia y
procreación, que la hacen prolongarse y subsistir. Sin embargo, por la voluntad
de nuestra razón, debemos subordinarlos para conseguir el bien superior de
desarrollar nuestro espíritu. Tradicionalmente, se ha juzgado que los pecados
capitales de soberbia, codicia, envidia, ira, lujuria, gula y pereza, que
surgen realmente de nuestros instintos desbocados, están detrás de todos los crímenes,
violencias y guerras que jalonan la historia. Por el contrario, el mensaje de
Jesús es buscar el reino de Dios a través del amor y la justicia. En nuestro
actual mundo de rampante ateísmo y descreimiento el imperio de la animalidad en
los seres humanos nos está llevando rápidamente a nuestra aniquilación total.
Desde la Ilustración, hemos supuesto miopemente que nos bastamos para construir
el paraíso, donde nuestras necesidades se verán colmadas y viviremos felices,
mientras olvidamos a Dios.
Pablo tuvo razón
para calificar a Jesús como Cristo, pero no para la finalidad que él supuso,
que fue de redención. En una perspectiva histórica y profética más amplia, el
Mesías es el enviado de Dios para regir la humanidad, tal como se suponía que
el rey reina por derecho divino y los reyes eran ungidos por la autoridad
eclesiástica en representación de Dios. Cuando Jesús acepta ser llamado
“Mesías”, no lo concibió, como los judíos del siglo I, como el jefe militar que
derrotará al ejército romano ni tampoco, como los sionistas del siglo XXI, como
el que liderará a los judíos para dominar al mundo. Sin embargo, si Jesús
hubiera terminado su vida crucificado como un criminal y sin haber logrado
transformar la humanidad, no merecería ser llamado Mesías. En su primera venida
Jesús no ameritó ser llamado Mesías. Sólo cuando se cumplan las profecías y
Jesús vuelva por segunda vez en gloria y majestad para liderar un nuevo orden mundial,
él se constituirá efectivamente en el Mesías y también en el Cristo.
A la luz del
conocimiento profético, se puede afirmar que Lucas acertó plenamente al
reconocer en Jesús al profeta, pues profetizó su segunda venida. "Entonces
aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre; y entonces se golpearán el
pecho todas las razas de la tierra y verán al Hijo del hombre venir sobre las
nubes del cielo con gran poder y gloria." (Mt. 24,30). No sólo las
profecías bíblicas de Joel, Isaías, Zacarías, Jeremías, Ezequiel, Daniel,
Apocalipsis, sino también las de varias centenas de clarividentes coinciden en
señalar a Jesús como el Mesías de la nueva era feliz y dorada llamada
“Milenio”, cuyo inicio será la segunda venida, como ha sido profetizado. El
Milenio durará mil años, será una época de amor y justicia, solidaridad y paz,
en una Tierra regenerada, donde prefigurará el Reino de Dios como la Iglesia no
logró hacerlo. Para entonces, habrá desaparecido la “tecnología”, la industria,
el dinero, la propiedad privada. En el milenio los oprimidos y explotados de
dos mil años soñaron. Por su realización hasta lucharon hasta morir pero lo
hicieron infructuosamente. El poder establecido fue siempre más poderoso y
siempre los reprimió. “Libertad, igualdad y fraternidad”, fueron ideas que
nacieron indudablemente de los anhelos más profundamente humanos, iluminaron
breve y salvajemente la Revolución Francesa, también destilaron la esencia
profética del Jesús del Milenio. Por otra parte, todos los sistemas sociales,
políticos y económicos han demostrado su fracaso en sus expectativas y han
producido sólo miseria para la mayoría, que son las víctimas inocentes.
Sin embargo, antes
que venga Jesús nuevamente, se producirá la “gran tribulación”. Ésta será una
cadena de calamidades que incluirá una devastadora guerra mundial, los Tres
Días de Oscuridad, que hace finalizar la guerra y que transforma profundamente
la Tierra, enfermedades y hambruna, de modo que sólo el 10% de la humanidad
actual permanecerá vivo para atestiguar la Segunda Venida. La fecha de estos
próximos y asombrosos eventos ya se puede adivinar, aunque se diga en Mateo 24,36: "Mas
de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo,
sino sólo el Padre." (Ver: http://unihum2016cronologia.blogspot.com). Ya no es materia
de creer o no creer, sino de comprenderlo y hasta desearlo, como los
milenaristas. Tendría que ser muy ciego quien no viera ahora mismo a toda la
civilización comenzar a derrumbarse catastróficamente entre un incontrolable e
irreversible cambio climático, montañas de basura, un inatajable
enriquecimiento de pocos y empobrecimiento de muchos, un odioso y belicoso
clima internacional, un desarrollo aún más sofisticado de armas nucleares,
líderes corruptos y mediocres, y un endeudamiento generalizado. Sería muy
ingenuo quien confiara la salvación de la humanidad a la tecnología y una
supuesta y mayoritaria buena voluntad, que por lo demás nunca ha sido
demostrada. Los sistemas humanos fracasan porque se busca satisfacer los
instintos antes que poner la mirada en la trascendencia. Las construcciones
sociales, políticas y económicas caen víctimas de la codicia y el afán de
riqueza y poder.
Respecto a la muy
próxima venida de Cristo a la Tierra, Marcos (13,26) escribe: “Y entonces verán
al Hijo del hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria”. Sin embargo,
esta representación es tan alegórica como aquella en que se describe al
Anticristo. Por ejemplo, Hildegard von Bingen, en el siglo XII, escribió, “el
Anticristo vendrá cuando el mundo pierda su estabilidad. Este Hombre de Pecado
nacerá de una mujer impía. Como Satanás, va a caer en estos días cuando diga
que es el Salvador del mundo. Se aliará con reyes, príncipes y los poderosos de
la tierra. Condenará la humildad y ensalzará todas las doctrinas de la
soberbia. Fingirá los prodigios más asombrosos y, a la vista de sus milagros,
muchos se aterrorizarán y creerán en él… La caridad se extinguirá en los
hombres. Entonces tanta tristeza los ocupará en ese momento que se llevarán a
morir como si para nada”. Y en el siglo XIV, santa Brígida de Suecia anotaba
que “el tiempo del Anticristo estará cerca cuando la medida de la injusticia se
haya desbordado y cuando la maldad haya crecido hasta proporciones inmensas,
cuando los cristianos amen herejías y el injusto arrolle bajo los pies de los
siervos de Dios. Al final de esta época el Anticristo nacerá. Él será un
fenómeno al nacer. Su madre será una mujer maldita (Margaret Thatcher cabe en
ese rol) y su padre (Milton Friedman también) será un hombre maldito. El tiempo
de este Anticristo vendrá cuando la maldad, la injusticia y la impiedad hayan
crecido en proporción ilimitada”.
Nosotros, que ya
estamos viviendo los tiempos del Anticristo, no necesitamos representar
simbólicamente los acontecimientos, porque entendemos muy bien lo que es el
lucro, la propiedad privada (que no es la propiedad personal, sino el medio
para aumentar la propia riqueza y poder), la empresa privada, el soborno, el
chantaje, el deshonor. Lo que las profecías nos transmiten es la radical
oposición entre Cristo y el Anticristo. El tiempo de Cristo es de amor,
justicia, humildad, solidaridad, comunidad, fe en Dios. El del Anticristo es de
codicia, explotación, prepotencia, desigualdad, individualismo, ateísmo. El
mandamiento: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mc. 12,31) es
contrario a la subjetiva percepción de Hobbes: “el hombre es un lobo para el
hombre”. En el orden de la creación, no tiene sentido alguno que la inmensa
mayoría de las criaturas humanas, todas invitadas al reino de Dios (Mt. 22,
1-14), estén tan descarriadas y que esta situación no pueda ser rectificada. La
libertad personal, que es la función racional máxima generada por la creación,
no solo sirve para elegir peras o manzanas en el mercado, sino que nos permite
aceptar o no dicha invitación divina, pero ella está siendo anulada por la
engañosa y masiva propaganda del poder político y económico. Lo que las profecías vienen anunciando es que
los sistemas creados por los seres humanos se derrumbarán en caos (ya algunos
economistas están prediciendo una inédita depresión y tontamente aconsejan
comprar oro, como si se pudiera preservar la riqueza y el poder) y tras una
gran tribulación vendrá el milenio, cuando el Evangelio de Jesús sea
reestablecido y él se manifieste por segunda vez.
Quedan en el
tintero las respuestas para una enorme cantidad de preguntas. Seleccionaré una
de ellas: ¿Por qué para llegar a Dios Él ha querido un camino tan tortuoso e
infeliz para nosotros los seres humanos y no nos diseñó desde el inicio para
que no dependamos tanto de nuestros instintos animales? Diré simplemente que
nuestra cavidad craneana de tan sólo 1450 cc no es capaz de entender la mente
divina. Sólo es capaz a medias de comprender el infinito amor de Dios hacia
cada uno de nosotros y entender que nuestro don de ejercer la libertad sin
egoísmo es esencial para transitar por el mencionado camino destinado a los
seres humanos, que somos animales trascendentes.
26. JESÚS DE NAZARET Y EL CRISTIANISMO
A comienzos del siglo XXI, cuando se
ha avanzado tanto en las investigaciones bíblicas e históricas y se tiene
acceso libre al internet y los vastos conocimientos que atesora, resulta muy
difícil seguir aceptando la doctrina tradicional eclesiástica. En vano muchos
esperaron que la autoridad eclesial pudiera ponerse a tono con el nuevo
conocimiento, sobre todo durante el Concilio Vaticano II. Como si fuera un
castigo por haber renunciado al esfuerzo demandado, la enseñanza de la Iglesia ha
llegado no satisfacer las apremiantes necesidades religiosas de los seres
humanos y a caer en el desprestigio total por el tema de la pedofilia. Este
ensayo se ha centrado en analizar la desconexión entre Jesús y el cristianismo,
habiendo constatado que el segundo es sólo una elaboración demasiado humana. La
esperanza para el ser humano no debiera ponerse en la religión cristiana, sino
en el Evangelio de Jesús.
INTRODUCCIÓN
El Evangelio (significa “la buena nueva”) de Jesús de
Nazaret (1er personaje analizado) nos ha llegado a nosotros a través de los
libros bíblicos llamados evangelios, incluidos los sinópticos, los papiros de
Nag Hammadi, llamados apócrifos, y el de S. Juan. Estos escritos son lo más
fiel que históricamente ha quedado en intentar describir la vida y enseñanzas
de Jesús según lo que se recordaba y se transmitía de él por sus seguidores cuando
fueron escritos algunas décadas después de su muerte en la cruz. Los
evangelistas, judíos ellos, quisieron además vincular a Jesús con la tradición
de Israel. Jesús fue un hombre que supo que Dios es un padre que acoge en su
reino transcendente a quienes han vivido en caridad. El evangelio es el mensaje
universal de Jesús para la conversión personal a lo transcendente y para
colocar a Dios en el centro de su vida. Resumidamente, Jesús habló de una
existencia plena y eterna después de la muerte si la persona en vida hubiera
amado a Dios y al prójimo, quienquiera que fuese. Incluso no es necesario saber
expresamente del evangelio, siempre que según su natural entender la persona
viva en el amor y la justicia con humildad de corazón. Aunque jamás haya
escuchado hablar de Jesús, cada persona del mundo tiene un destino
transcendente en el reino de Dios, siempre que libre y consecuentemente
responda a este llamado de amor.
Existe una diferencia entre persona y personaje. Una
persona puede definirse como un ser humano histórico que tuvo una existencia
real y concreta, en tanto que un personaje es una representación imaginaria e
idealizada de una persona que un grupo social llega a construir. De este modo,
la muy humana persona de Jesús dio paso al fantástico personaje que fue siendo
sucesivamente exaltado por sus seguidores: desde el Maestro, pasando por el
Mesías, el Ungido (Cristo), el Unigénito, hasta llegar a ser identificado con la Tercera persona de la Trinidad y el mismo Dios.
El proceso, que había comenzado en Galilea y Judea, tuvo dos condicionantes
particulares: primero, la incorporación de gentiles al movimiento de Jesús y el
término de la hegemonía judía en la naciente Iglesia, y segundo, la guerra
Romano-judía que culminó con la destrucción de Jerusalén, en el año 70. Se
puede decir que Jesús llegó a ser el personaje más incomprendido y tergiversado
de la historia. Entre la humilde vida de Jesús en Galilea y la magnificencia y
poder de la Iglesia
cristiana existió un proceso que duró unos cuatrocientos años. Este se
caracterizó por la mitificación de Jesús entre sus seguidores según las
creencias y los intereses mantenidos por distintos grupos de poder. Quienes
adquirieron supremacía en esta estructuración determinaron su sentido y
definieron los significados. En los primeros cuatro siglos de este proceso debe
distinguirse entre la persona de Jesús, en tanto ser histórico, y el personaje
que sus dirigentes fueron creando acerca de lo que él fue. En dicho lapso de
tiempo los escritos que terminaron por integrar el Canon del Nuevo Testamento
fueron tomando forma y fueron seleccionados principalmente con el criterio de
que hubiesen sido obra, supuesta o no, de los apóstoles o de sus discípulos inmediatos
en consideración a haber sido testigos directos de los hechos relatados. El
Canon Bíblico llegó a ser instituido por el Concilio de Roma, en el año 382,
bajo el pontificado de Dámaso I (366-384), dejando fuera a los evangelios
apócrifos, considerados de ser gnósticos, puesto que el gnosticismo había caído
en desgracia.
Aunque el evangelio se sostiene por sí mismo, sin
necesidad de ser sustentado por alguna religión, forma una parte relativamente
importante del cristianismo, en especial del catolicismo, ya que el
protestantismo concede igual valor a toda la Biblia. Esta religión ligó
artificiosamente este mensaje transcendente y misterioso con la filosofía
griega, y en particular con la filosofía de Platón (2º personaje analizado). El
cristianismo es la religión que se originó del pensamiento teológico de san
Pablo (3er personaje analizado) y de su eficaz actividad misionera. Aunque
muchos han descubierto el evangelio en la maraña doctrinal y ritual de esta
religión y seguido las enseñanzas de Jesús llevando una vida de santidad, el
cristianismo ha sido más bien un vehículo tortuoso y enrevesado para la
propagación del mensaje del Maestro. Así, después de Pablo el cristianismo
continuó siendo elaborado por los Padres de la Iglesia, principalmente de acuerdo
con una línea dualista, ascética y sacramental hasta conformar una unidad de
dogma, rito y norma. Lo primero que llama la atención sobre los Padres de la Iglesia es que no fueron
judíos, sino gentiles, todos varones, todos habitantes dentro de los confines
del Imperio romano y todos formados en las enseñanzas de la filosofía griega.
La raíz cultural hebrea se había perdido por completo, exceptuado una minoría
desvinculada que aún vivía en la remota Judea.
El nombre de “cristianos” apareció en Antioquía para
designar a los conversos por Bernabé, compañero de Pablo. Entre los
cristianos-gentiles de los primeros siglos una estructura de poder eclesiástico
o religioso, basado en episkopos u obispos,
se estableció muy pronto tras la labor misionera de Pablo. La política estuvo
presente en cuestiones dogmáticas. Se buscaba la unidad doctrinal en una época
de definiciones conceptuales que ligaba el ámbito especulativo con el ámbito
transcendente alrededor de la persona de Jesús. Los temas que dividieron a los
primeros cristianos fueron principalmente dos: la Trinidad y la naturaleza
de Jesucristo. El debate en torno a la Trinidad tuvo su inicio con Tertuliano (4º
personaje analizado) y se definió en el Concilio de Nicea (325) a instancias
del emperador Constantino (5º personaje analizado). No es que estos temas
fueran tan relevantes para la salvación personal de los fieles, pues no
aportaban nada a las enseñanzas de Jesús. Tampoco las verdades intrínsecas de
estos temas fueron tan relevantes, considerando las débiles razones teológicas
y filosóficas de las vehementes argumentaciones. Siempre que fueran
consideradas ortodoxas en los concilios y sínodos, por medio de distintas
posturas teológicas las diversas facciones en pugna buscaban su propia
supremacía en el poder eclesiástico. Quienes figuran como Padres de la Iglesia,
principalmente griegos, fueron los vencedores. El resto, los herejes, fueron
anatematizados, perseguidos, condenados y hasta asesinados. Desde un punto de
vista más benévolo, se trató más bien de digerir el mensaje de Jesús sobre un
Dios paternal y una vida eterna en su reino y de amor y paz, y también la
cosmovisión de la cultura judaica, tan extraña como religiosa. Estas ideas
fueron sometidas al escrutinio racional de letrados según los parámetros de la
sofisticada, dualista y metafísica cultura helenística con el objeto de
comprender la sobrenatural epifanía de Jesús que Pablo había propagado de
acuerdo a su propio entendimiento.
Ya consolidado el cristianismo como la religión oficial
del Imperio romano, en el año 390, aún restaba por darle forma y coherencia a
la mezcolanza de Sagradas Escrituras, teología paulina y el reciente y
excluyente dogma niceno. Esta titánica labor la efectuó san Agustín de Hipona
(6º personaje analizado) supeditado a la filosofía de Platón. La síntesis
obtenida consolidó un nuevo paradigma, tuvo inmediata aceptación, en especial
en la Iglesia
latina, y trascendió el tiempo hasta nuestros días, ayudada por ingentes
esfuerzos apologéticos. También conformó la nueva era que vino después de la
caída del Imperio Romano, que fue la
Edad Media.
JESÚS
Nuestra historia comienza con Jesús de Nazaret. En realidad, él es el hito más importante de la
historia de la humanidad. Su importancia no le viene por la doble atribución
que algunos de sus seguidores le dieron de profeta y Mesías. Como profeta, él
sería el último de una larga lista en la tradición hebraica que comienza con
Abraham. También a él se le otorga la condición de Mesías. Sin embargo, ambos
conceptos, profeta y Mesías, no se le pueden aplicar con total propiedad.
Podría ser que profeta bíblico sea una persona que de alguna manera predice por
una suerte de inspiración divina y se dirige, no hacia la conversión personal
como fue su enseñanza, sino que hacia una colectividad para exigirle que pida
perdón o para anunciarle el castigo divino.
Respeto al concepto Mesías, traducido al griego por
Cristo, que significa el ungido de Dios, tampoco le es aplicable si suponemos
que el ungimiento es para conducir victoriosos ejércitos y establecer reinos
terrenos. Específicamente, como ha sido ya reiteradamente señalado por
innumerables autores, Jesús fue un estruendoso fracaso en la historia judía.
Fue crucificado y años después Jerusalén fue completamente devastada por los
romanos. Sus seguidores mesiánicos supusieron que él debía volver una segunda
vez, ahora en gloria y majestad, para terminar lo que consideraron su
inconclusa obra.
El reino de Dios
La importancia de Jesús en la historia humana se resume
en que, primero, él reveló a los seres humanos la existencia de un reino de
Dios y, segundo, por su medio Dios invitó a todos los seres humanos a
pertenecer a dicho reino. En Marcos podemos encontrar el meollo de este
mensaje: “El tiempo se ha cumplido, el reino de Dios está cerca. Cambien sus
corazones y crean en la buena nueva” (Mc. 1:5). En el medio judío de su época
el ‘tiempo que se ha cumplido’ es escatológico, y hasta puede ser considerado
como apocalíptico.
Jesús no predicó ni a Dios ni a sí mismo, sino que
predicó el reino de Dios para decir dónde y cómo los seres humanos podemos
encontrar a Dios, que es lo mismo que decir dónde y cuándo encontrar el sentido
y el destino de la vida. La importancia de Jesús se resume en que, primero, él
describió a Dios, no como un ser castigador, vengativo, irascible, sino que
como un padre bondadoso, misericordioso y amoroso, y segundo, él anunció a los
seres humanos la existencia de un reino de Dios, invitando por su medio a todos
los seres humanos a pertenecer a este Reino. Desde el punto de vista de la
evolución del universo y de la evolución biológica el destino de los seres
humanos era morir después de vivir, tal como ocurre con todos los organismos
biológicos, terminando definitiva, irreversible y radicalmente sus existencias.
Dios, a través del anuncio de Jesús, quiso regalar una existencia plena y
eterna a quienes adquirieran la capacidad de reconocerlo, glorificarlo y ser
consecuentes con ello.
Lo central en los Evangelios es la idea de reino de Dios.
El reino de Dios tiene que ver con la vida y la libertad de los seres humanos.
El mensaje de Jesús está dirigido a los pobres, los indignos, los hambrientos,
los enfermos, los desvalidos, los sometidos, los que sufren. La doctrina de
Jesús dignifica a los seres humanos, les confiere sentido pleno a sus vidas y
responde siempre a los anhelos humanos más profundos. Promete una existencia
eterna en unión con Dios, siendo la muerte y el sufrimiento un paso necesario
para aquella. El reino de Dios se hace presente en esta vida, no mejorando las
condiciones de vida, sino que asumiendo estas condiciones, aunque sean
extremadamente duras y precarias; da sentido y significado al ofrecer la
paternidad divina al desvalido y prometer la vida eterna en el Paraíso. El
reino de Dios se hace presente en la vida de la persona cuando ésta acepta su
propia realidad y su propia herencia de ser una criatura sujeta a la naturaleza
del universo. El reino de Dios puede estar en la persona más desvalida,
miserable, agobiada, desprotegida, rechazada, fracasada y sufriente.
Según se podría entender este difícil concepto, reino de
Dios significaría que existe un “ámbito” para “existir” en la “cercanía” de
Dios. Dios invita a toda persona a esta existencia, y una persona entra al
Reino si desde su conciencia profunda acepta la invitación y se transforma. La
implicancia es que Dios se constituiría en el centro de interés y en la
finalidad última de la acción intencional de la persona; el sentido de la vida
de una persona se haría pleno aceptando el llamado de Dios para pertenecer a su
Reino. Jesús predicó que el Reino es de Dios y que una persona, al aceptar
libremente la invitación divina, ingresaría al Reino ya en su vida terrenal. En
esta perspectiva, al centrar la existencia personal en Dios, siguiendo el
modelo de vida de Jesús, un ser humano establecería una relación de amor con
los seres humanos y de comprensión y respeto con la creación. De Dios Jesús nos
dijo sólo que es un padre siempre bondadoso y misericordioso que está siempre
preocupado de cada uno de nosotros con un amor sin límites. Definitivamente, la
idea de Dios que Jesús nos transmitió no es la del Yahvéh justiciero de los
judíos.
Es posible pensar que la idea de participar del Reino de
Dios significa que sería posible que una persona pueda vencer a la muerte para
siempre. Considerando que la mismidad no puede subsistir por sí misma,
adquiriría una existencia dependiente del poder de Dios. La persona entraría en
una existencia “gloriosa”, de completa autonomía e independencia respecto a las
necesidades físicas y biológicas y de nuestro universo espacio-temporal. Esto
es, una persona no continuaría su existencia en un lugar. La vida gloriosa no
vendría tras una resurrección de entre los muertos. Tal concepción proviene del
pensamiento griego de considerar al ser humano como un compuesto de alma y
cuerpo, y donde la muerte es una separación temporal de ambos componentes hasta
su lógica y eventual reunificación mediante la resurrección.
El destinatario del mensaje de Jesús es el pequeño. Quien
llega al Paraíso es quien tiene un corazón humilde, se considera a sí mismo
pequeño frente a Dios y posee la ingenuidad propia del niño para relacionarse
con Dios. Lo que distingue a Jesús es que su mensaje se dirige directamente a
las personas individuales. Él invita a todos los seres humanos a participar del
reino de Dios, apelando únicamente a la libertad personal de cada cual. El Dios
predicado por Jesús no es el objeto de la mortificación, el sacrificio y la
humillación, sino que es objeto de alegría para los seres humanos. No es un ser
justiciero, sino que es un padre amoroso. Jesús niega un Dios amenazador, que
rechaza al perdido y que recompensa según los méritos. El Dios de Jesús es
misericordioso y bondadoso como el mejor padre posible, siendo todos nosotros
hijos de Dios y hermanos de Jesús.
Jesús habría sido el hombre señalado por Dios para
proclamar su voluntad: todo ser humano, criatura racional, ha sido invitado por
Dios para compartir su gloria en una existencia eterna y trascendente. Su
atributo de Mesías no puede ser el concepto fuerte que tenían los judíos de ser
un liberador del pueblo de Israel. Sería más bien un Mesías que porta un
mensaje de liberación de la muerte al hombre y la mujer de fe, al justo, al
humilde, al caritativo, de cualquier época, raza, credo, lugar, para ser
acogido en el reino de Dios. La importancia de Jesús en la historia fue el
abrir la cerradura, de recurso divino, de la puerta del reino de Dios a todos
los seres humanos. La llave para la segunda cerradura la debe fabricar cada
cual por sí mismo. Esta llave es el amor: amor al prójimo, amor a quien ofende,
amor al enemigo, amor a sí mismo, amor filial, amor paternal, amor conyugal,
amor a la creación, amor a la verdad, amor a la bondad, amor a la justicia.
Todas estas acciones intencionales, que son libres y voluntarias y que se
oponen al egoísmo, reflejan el amor a Dios. El ser humano no es un ángel caído,
como supuso Pablo, sino que es el fruto sublime de la evolución del universo, y
tiene además un destino transcendente porque es capaz de amar.
El punto clave de las enseñanzas de Jesús fue hacer
accesible una nueva y maravillosa dimensión a los seres humanos, que para la
estructuración natural del universo es imposible: el acceso a la gloria de Dios
y el compartirla. Contrariamente a lo esperado por los judíos –la salvación
inmanente del pueblo elegido–, Jesús predicó la salvación personal y trascendente
a todos los seres humanos. Por lo tanto, el acento de la misión de Jesús no
debe ser colocado en su mesianismo ni en su supuesta divinidad, pero sí en la
apertura de una transcendencia para las personas. Esta enseñanza es plenamente
evidente tras la lectura de los evangelios, los que deben leerse con el mismo
espíritu de un san Francisco de Asís, una san Juan de la Cruz, una Madre Teresa de
Calcuta y de tantos otros venerables seres humanos que por su misma humildad no
ocupan lugares en los altares.
El ser humano es el vástago de una ascendente evolución
biológica que adquirió la capacidad para tener conciencia de sí y la
posibilidad para estructurar una conciencia profunda, desde la cual llega a
percibir una trascendencia a la que puede alabar, glorificar y desear. El
sentido de su conocimiento y acción se vería frustrado sin la intervención divina
que le tendiera un puente. La vida natural de un ser humano transcurre, como la
de cualquier otro animal, con una mezcla de gozos y sufrimientos, de buena y
mala fortuna, de logros y fracasos, de heroísmo y cobardía, de buenas y malas
acciones, pero en la que prima el deseo de vivir y amar. Sin duda, al término
de su vida, haciendo un balance entre lo positivo y lo negativo, un ser humano
podría darse por satisfecho el haber vivido, por muy miserable que haya sido su
existencia. No obstante, según entendemos el mensaje de Jesús, Dios quiso darle
a cada ser humano, sin excepción, la oportunidad de una existencia gloriosa y
eterna, pero bajo dos condiciones indispensables: primero, que lo desee, y
segundo, que lo amerite. Y el ameritarlo es una consecuencia del desearlo
responsablemente.
El mensaje de Jesús es una invitación a una “vida” en una
dimensión que transciende los parámetros propios del universo material de
espacio-tiempo. Jesús hace un llamado explícito a la persona para que se libere
del instinto genético que la impulsa a actuar en procura de su propia
supervivencia. Afirmó: “Quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien
perdiera su vida por mí, la salvará” (Mt. 10:39 y 16:25, Mc 8:35, Lc. 9:35 y
17:33), y tal es la clave de su mensaje, que es una invitación a una dimensión
transcendente que necesariamente se impone sobre el determinismo biológico que
estimula al individuo a actuar en procura únicamente de su supervivencia y
reproducción.
La religión
Jesús no vino a fundar una Iglesia. Su mensaje es
universal. Aunque su auditorio fueron galileos del siglo primero, está dirigido
a las personas de todos los tiempos y lugares. Una iglesia, en cambio, es una
expresión y práctica religiosa particular que posee ritos, mitos y normas muy particulares.
Desde el punto de vista de la sociología, convivimos en un mundo de culturas
muy diversas, todas éstas surgidas por la necesidad de subsistencia y
comunicación de los diversos grupos humanos. De esta manera, todas las
distintas culturas merecen nuestro respeto. Mal hace una iglesia sostener que
posee la verdad e intentar a continuación imponer su forma de existencia al
resto de las gentes bajo el pretexto de una misión evangelizadora divina. El
primer requisito de estos evangelizadores es comprender cuál es el mensaje de
Jesús. A continuación entenderán que las gentes no necesitan adoptar costumbres
que le son foráneas para recibir el evangelio de Jesús.
La religión divide a las personas en dignos e indignos,
en respetables y miserables, en santos y pecadores. El dios de la religión
condena, amenaza y castiga. La religión genera incesantes enfrentamientos,
constituyendo a algunos en triunfadores y a otros en fracasados. Pero el reino
de Dios no es para intachables, sino que para los despreciables, pues los
intachables son esencialmente hipócritas que usan la religión para encubrir su
propio narcisismo.
En cuanto la religión tenga por finalidad la subsistencia
del grupo social a través de incentivar el cumplimiento de normas éticas, no
responde precisamente a la invitación de Jesús a cada persona. Jesús fue ajeno
a tales objetivos, pues no sólo la vida propuesta por él es una renuncia a la
vida natural en cuanto se oponga a su invitación, sino que la realización plena
de su invitación ocurre después de la muerte biológica de la persona. Jesús
sería efectivamente el Cristo, el ungido de Dios, y el Mesías, el salvador,
pero no para la solucionar nuestras dificultades de supervivencia y
reproducción, ni menos la de la subsistencia y el desarrollo de la estructura
social de explotación e injusticia, sino que para hacernos accesible una vida
que transciende nuestra propia vida natural. El ser humano puede ser explicado
como un animal trascendente que genera su propia alma inmortal de energía
estructurada psíquicamente (ver “Una cosmovisión” donde se explica más
extensivamente esta idea) a través de su propia acción intencional, que lo
libera del condicionamiento natural. Toda persona, incluso la más humilde,
miserable en fortuna, enferma y limitada, es un invitado de honor al banquete
de Dios. Según el evangelio los ricos y poderosos son aquellos que más
dificultades tendrían para aceptar tal invitación.
La muerte de Jesús en la Cruz no fue para redimirnos a
causa de la desobediencia de la primera pareja de seres humanos, según lo ha
interpretado tradicionalmente la Iglesia a partir de Pablo. La salvación no es
un estado de existencia que se recupera a través del sacrificio del Cristo, el
Dios encarnado, en la cruz tras el pecado Original y posterior castigo de Adán
y Eva. El ser humano no fue creado perfecto, a imagen de Dios, ni la primera pareja sufrió posteriormente una
caída por la cual mereció la muerte y el
sufrimiento y la legó a toda su descendencia. Pareciera un cuento infantil. Es
probable que la pasión y la muerte de Jesús en la cruz tenga mucho menos
significado que el que se le ha dado desde Pablo: reeditar el antropológico
mito estereotípico sobre que en el origen del ser humano hubo un estado de
armonía y paz, que fue perdido por su propia acción, y que ese mismo estado
será recuperado por un sacrificio redentor.
La revelación
La verdadera comprensión de este mensaje tuvo lugar, no
en vida de Jesús, sino que después de su muerte en la cruz. Un significado que
se puede dar a la muerte de Jesús es el haber puesto a la prueba de sus
discípulos su mensaje acerca del reino de Dios. Sus apariciones posteriores fueron
la ratificación de la certeza de su enseñanza. La “resurrección” de Jesús fue
una gloriosa proyección y prolongación de su espíritu (su energía psíquica estructurada)
después de su muerte biológica y que aparecía a los sentidos, como resucitado.
Como lo relatan los evangelios, la persona real, pero como fantasma de Jesús,
se manifestó en varias ocasiones a sus discípulos, lo que confirmó sus
enseñanzas respecto al Dios transcendente y su reino de los Cielos. Si Jesús no
hubiera aparecido ante sus discípulos, la verdad sobre Dios y su reino no
habría sido aceptada. A sus discípulos bastó ver a Jesús para comprender su Evangelio,
que la vida humana es transcendente.
Una verdad revelada es la que Jesús dijo acerca de Dios y
su Reino. Él nos habló en parábolas para referirse a esta verdad, pues relataba
una realidad no sólo desconocida, sino que enteramente inasible, sobre la cual
no existen experiencias y al intelecto humano le es difícil comprender. El
único conocimiento más allá de la experiencia sensible es el raro don del
conocimiento parapsicológico. Se podría sugerir hipotéticamente que Jesús tuvo
conocimiento del reino de Dios a través del reconocido fenómeno paranormal
sobre “experiencias fuera del cuerpo”.
PLATÓN
La filosofía griega, en particular el pensamiento de
Platón (428-347 ó 348 a.
de C.), sirvió de fundamento al medio cultural del mundo helenístico tardío, el
del Imperio romano. Este pensamiento forjó el cristianismo en sus primeros
siglos de desarrollo, o más bien, el cristianismo creció en toda la extensión y
en todos los estratos del Imperio romano gracias a que sus dirigentes habían
sido educados en dicho pensamiento. Platón fue amigo y discípulo de Sócrates,
de quien tomaría su convencimiento de que la verdad existe y es cognoscible, y
que el conocimiento del bien a través de la educación es la clave para lograr
una sociedad justa. Su filosofía fue ampliamente difundida en el mundo
helenístico y después en el Imperio romano. La mayoría de los Padres de la Iglesia habían sido
instruidos en la filosofía de Platón. La cultura helénica misma (y a través de
ésta, también la cultura occidental) estaba permeada por el idealismo
epistemológico y el dualismo espíritu-materia de esta filosofía.
La epistemología platónica
Dos temas filosóficos fueron decisivos en la formación
del pensamiento cristiano: su epistemología (qué conocemos) idealista y su
teoría dualista del conocimiento (cómo conocemos). El punto de partida que
llevó a Platón a formular su teoría de las Ideas fueron los pensadores jonios
que desde la observación de la naturaleza intentaban alcanzar un conocimiento
racional de la realidad, y también la antinomia que resultó de las ideas de
Heráclito de Éfeso (c. 535 a.
C. – 484 a.
C.) y Parménides de Elea (Entre 530 y 515 a. C. – después de 445 a. C.). El primero veía
en la realidad que todo es devenir y cambio, en cambio el segundo veía que todo
es uno eterno e inmutable. Además, Platón constataba que en el mundo sensible
no se encuentra lo perfecto que veía en la ética y las matemáticas, como la
justicia perfecta, la virtud perfecta, el triángulo perfecto. Supuso que estas
cualidades perfectas tenían que existir en algún lugar.
La solución de Platón fue conciliar el pensamiento
contrapuesto de Heráclito y Parménides y rechazar todo conocimiento adquirido
por los sentidos mediante la separación del mundo en dos realidades separadas.
Una de ellas es el mundo sensible o visible que tiene los caracteres del
devenir de Heráclito. Por tanto es múltiple y mutable. Pero supuso que el tipo
de conocimiento que nos aporta es meramente de opinión, pues el conocimiento de
lo que cambia no es episteme o ciencia, sino que es sólo apariencia (doxa). En
su diálogo Teetetos muestra que el
conocimiento no puede provenir de los sentidos ni de las cosas sensibles, pues
dichas cosas conducirían al relativismo y del relativismo al absurdo. El otro
mundo es el de de las Ideas y tiene las características del ser de Parménides,
siendo uno y eterno (inmóvil), y el conocimiento que nos aporta es auténtica
ciencia (episteme).
Platón introdujo la radical dualidad entre el mundo de
las Ideas y el mundo de las sensaciones. Existe para él el mundo de los
universales o las Ideas, donde se encuentra el caballo perfecto, el círculo
perfecto, la bondad perfecta, y el mundo de las entidades imperfectas, que es
el que experimentamos. Platón estaba introduciendo por primera vez en la
filosofía el problema de los universales cuando supuso que el concepto de algo
es un universal. El mundo consistiría en universales e individuos. Éstos
ejemplifican a aquéllos. Existen sillas, gatos, azules individuales, y también,
universales ser silla, ser gato, ser azulado. La relación entre universales e
individuos es como un original y una copia o imitación. Esta relación no debe
ser confundida con la relación de género a especie, que es una relación de un
universal a otro de menor jerarquía. Mientras el concepto está en la mente, el
universal existe en el mundo de las Ideas donde tiene sustento propio, autónomo
e ideal. También los individuos que ejemplifican a los universales existen,
pero en el mundo sensible.
El meollo de la filosofía de Platón es el de las Ideas
(logos) y su realidad, y el objetivo de su teoría de las Ideas es demostrar que
la verdad existe, y que tiene contenido objetivo y existencia real. Platón
piensa que las Ideas son esencias trascendentes e inmutables. Las Ideas
adquieren carácter ontológico. Ellas son reales y son la verdadera realidad.
Las Ideas son el ser y son subsistentes, existen por sí mismas, no sólo en la
mente humana. Que las Ideas sean trascendentes quiere decir que son realidades
separadas; que las Ideas sean inmutables quiere decir que son realidades
eternas, perfectas e imperecederas. Platón había encontrado que las Ideas
inmutables, subsistentes y reales, purgadas de inconsistencia e incertidumbre,
no son entes de la razón humana, sino que son la verdadera realidad. Había
relegando a la mera apariencia el mundo sensible de lo mutable y lo múltiple,
el que captamos por los sentidos. Mientras que el mundo sensible es sólo
apariencia, su nivel de realidad es inferior al del mundo de las Ideas.
Las Ideas se conocen mediante la parte más excelente del
alma para lo cual tenemos que recurrir al método dialéctico y a la “anamnesis”,
que es la reminiscencia o los recuerdos. No adquirimos las Ideas por la razón,
ni son el resultado de pensamientos o reflexiones. Platón dice que el alma ya
tenía esos conocimientos desde siempre, por haberlas contemplado en períodos
anteriores a nuestra existencia, puesto que el alma preexistió, junto a los
dioses, en el Olimpo. Como el alma está encerrada en un cuerpo material y en
contacto con realidades materiales espaciotemporales, sólo puede tener
recuerdos de las Ideas que en su momento contempló directamente. Son, por
tanto, conocimientos a priori, anteriores a cualquier tipo de experiencia o
impresión sensible. Cuando vemos objetos concretos (árboles, casas, libros...)
esos objetos nos evocan la idea correspondiente que conocimos en la eternidad.
Ni siquiera estas Ideas se adquieren por el estudio o la reflexión.
Podrá discutirse la afirmación que ninguna cosa resulta
ser tan perfecta como la idea de la misma. Sin embargo, lo impropio fue que
Platón diera el siguiente paso, el que fue ilógico e irreal. Platón escinde la
realidad para poder explicarla: el mundo sensible o visible y el mundo de las
Ideas. Esta división conlleva el menosprecio del mundo sensible y del
conocimiento de los sentidos, ya que para él ninguna cosa de la realidad
resulta ser tan real como la idea de la cosa; la idea existe más allá de la
razón y la cosa fue disminuida a ser una mera apariencia de la idea. Platón
estaba terriblemente equivocado en desconfiar de la experiencia sensible como
única manera que tenemos para conocer la realidad y poner su mirada en las
Ideas perfectas. Simplemente no poseemos ideas innatas (ver en esta obra “Una
teoría del conocimiento I y II”). No debe sorprendernos, por tanto, que los
teólogos de los primeros siglos del cristianismo, que eran seguidores de
Platón, pudieran tan confiadamente hacer tantas afirmaciones sobre el mismo
misterio que es Dios, que pudieran tener argumentos para rebatir a sus
adversarios que hacían lo mismo y, peor aún, que pudieran anatematizarlos,
perseguirlos, castigarlos y hasta quemarlos vivos con la intolerancia más
sublime.
La teoría del conocimiento de Platón.
La superioridad del mundo de las ideas sobre el de las
cosas se traduce en el contexto antropológico en una prioridad absoluta del
alma sobre el cuerpo. Alma y cuerpo forman una unidad accidental, precaria, en
un sentido parecido a como afirmamos que un jinete está unido a su caballo. El
cuerpo es la cárcel del alma, algo así como el caparazón que lleva dentro a la
ostra. Supone un lastre negativo para el alma, pues le crea necesidades,
enfermedades, deseos, temores, pasiones y sensaciones que le obstaculizan la
búsqueda de la verdad. Es un estorbo del que el alma tiene que liberarse poco a
poco, del que tiene que purificarse para poder ascender a la contemplación de
las Ideas. El cuerpo inclina al alma a poseer cada vez más, a ser ambiciosa, al
comportamiento violento y a la guerra, a los placeres sensibles.
El alma en cambio es muy superior al cuerpo. Es la que
constituye nuestro yo. Representa lo más auténtico del ser humano, y al lado de
ella el cuerpo es sólo una sombra, una apariencia. El alma racional es una
creación directa del Demiurgo, tomando como modelo las Ideas eternas. El alma
obtuvo sus conocimientos mientras estuvo en contacto con las Ideas, en su
primera existencia. Preexiste en el mundo de las Ideas, y su objetivo en esta
vida es purificarse, separándose lo más posible del cuerpo. Platón propone los
siguientes caminos de purificación: 1º. La ascesis o represión de las pasiones.
Platón tiene una concepción negativa del placer y de la corporalidad,
despreciando el cuerpo y la vida y proponiendo el ascetismo como ideal ético.
2º. El ejercicio de las virtudes. Platón va a diferenciar las siguientes
virtudes: la Sabiduría,
que es la virtud propia del alma racional; la Fortaleza, que es la
virtud propia del alma irascible; la Templanza, que es la virtud propia del alma
concupiscible; la Justicia,
que es la virtud que armoniza las tres almas. 3º. El tercer camino es el amor,
pero sobre todo el amor a las Ideas, no el amor carnal.
Platón propone que el destino del alma es el regreso al
Mundo de las Ideas, y sobre esto nos habla en varios diálogos: el “Fedro”,
“Gorgias”, “Fedón”. Nos cuenta que en primer lugar el alma será juzgada,
recibiendo una sentencia conforme al nivel de purificación que haya logrado.
Después, aquellos que hayan logrado una purificación total regresarán al Mundo
de las Ideas, pero caben otras dos posibilidades: Los iniciados en el camino de
purificación irán a los “Campos Elíseos”, un lugar paradisíaco según Platón,
pero no absolutamente feliz. Para aquellas almas que no hayan logrado
purificación alguna, propone el castigo del infierno con atroz sufrimiento. A
diferencia del cristianismo, Platón propone que los dos últimos destinos no son
definitivos, las almas se reencarnarían y le serían asignados nuevos destinos,
atendiendo al mayor o menor nivel de responsabilidad moral que hubieran
alcanzado en la vida anterior.
La ética de Platón, que tuvo enorme importancia en la
ascesis y las virtudes cristianas, es consecuencia del origen del alma, lo que
cuenta Platón en el mito del “Caballo alado” o “Mito del auriga”. Las almas
cuando habitan en el mundo de las Ideas marchan en procesión sobre un carro,
conducido por una Auriga, tirado por dos caballos, uno negro y otro blanco. El
caballo negro se desboca y pese a los esfuerzos del Auriga se sale del camino,
viéndose arrojado a este mundo. El mito nos habla sobre la estructura del alma,
que según Platón está compuesta por tres aspectos: 1º. El auriga representa el
aspecto racional del alma. 2º. El caballo blanco representa el alma irascible,
que es la que controla las pasiones nobles, es decir, la voluntad. 3º. El
caballo negro simboliza el alma concupiscible de la que provienen las pasiones
innobles. Las almas vienen destinadas a este mundo por una falta del alma
concupiscible que no puede ser controlada por la razón, el Auriga. Según este
mito la relación alma-cuerpo consistiría en que el alma racional, la parte
noble y eterna del hombre, sea capaz de controlar las pasiones del cuerpo, el
alma concupiscible. El cuerpo que es sólo una cárcel para el alma, es un
obstáculo para el alma racional. El objeto de la unión entre ambos es la
expiación de una culpa por la que nos debemos purificar en esta vida.
Con esta concepción, Platón deja abierto un profundo
abismo entre el mundo material de lo sensible y de lo físico y el mundo de lo
espiritual, de las ideas y de lo mental. Esta tajante oposición entre
materialismo y espiritualismo hará del hombre un ser escindido, imperfecto,
incapaz de conseguir unidad y auténtica armonía. La tarea de la filosofía
consiste en ascender desde el mundo sensible al mundo de las ideas y en éste
contemplar la idea de Bien. Por eso Platón define la filosofía como “una
ascensión al ser”. La ascética como ética y el monasticismo cristianos fueron
formas de vida religiosa que derivaron sin duda alguna del filósofo de las
Ideas.
La influencia de Platón
En siglos posteriores la filosofía de Platón fue
revitalizada como neoplatonismo. En la Alejandría del siglo III, en el contexto
intelectual del helenismo tardío de la época romana, se definió un sistema
filosófico que fue enseñado en diferentes escuelas hasta el siglo VI. Es la
última manifestación en la
Antigüedad del platonismo, y constituye una síntesis de
elementos muy distintos además de los platónicos, con aportes de las doctrinas
filosóficas de Pitágoras, Aristóteles y Zenón, unidas a las aspiraciones
místicas de origen hinduista o judío. El fundador de la doctrina parece haber
sido Amonio Saccas (Alejandría, c. 175 – Alejandría, 242), siendo Plotino
(Alejandría, 205 – Roma, 270) su discípulo más importante. Según los
neoplatónicos, el principio de todo lo existente es la unidad absoluta, lo Uno,
llamada realidad suprema o gran vacuidad, de la que surgen todas las demás
realidades por emanación. El primer ser emanado del Uno es el Logos, llamado
también Verbo, o Inteligencia, que contiene las ideas de las cosas posibles.
Después, la Inteligencia
engendra el Alma como idea, principio del movimiento y de la materia. El Uno, la Inteligencia y el
Alma son las tres hipóstasis de la
Trinidad neoplatónica. En forma similar, la doctrina central
de Plotino es su teoría de la existencia de tres hipóstasis o realidades
primordiales: el Uno, el nous y el alma.
La filosofía de Platón pasó a formar parte de la
cosmovisión del mundo en torno al Mediterráneo, y algunos Padres de la Iglesia
que hicieron explícitamente suya la filosofía de Platón son los siguientes:
●
Agustín de Hipona, san, (Tagaste, Argelia, 354 – Hippo Regius, 430) leyó a los
platónicos con ojos cristianos y a los cristianos con ojos platónicos; a todos
los asimiló e interpretó a su propio modo. Aceptó absolutamente la filosofía
griega y confió en ella. Se presentaba a sí mismo como un Platón cristiano.
Puede decirse que después de Agustín la Iglesia católica propagó más la filosofía de
Platón que el mensaje de Jesús. De Platón obtuvo los conceptos de luz
inteligible, trascendencia, ser eterno y dualismo; también obtuvo el método
mayéutico. Discrepó de los platónicos en algunos puntos: hay un camino
universal de salvación y no sólo una vía aristocrática; la fe es un absoluto,
mientras que la filosofía es siempre un relativo; no hay preexistencia de las
almas en el sentido filosófico; el Pecado Original no es filosófico, sino
histórico; la mística racionalista de Dios es pura ilusión y la unión con Dios
exige “mediaciones”; lo sobrenatural
coincide con la gracia de la Redención. La filosofía se constituyó en base
esencial de toda especulación teológica. Tal como Platón, Agustín fue dualista:
el hombre posee dos principios o elementos, uno material y otro inmaterial, y
ambos constituyen el ser del hombre. (Ver más adelante).
●
Atenágoras de Atenas (s. II) fue filósofo cristiano de Atenas y uno de los
primeros apologetas cristianos. Su teología y las relaciones entre el
cristianismo y la filosofía resultan más claras y más lógicas que la de otros
apologistas de su época. Platónico de mentalidad, hace resaltar las
concordancias que existen entre la razón y la fe. En sus discursos toma de la
filosofía su método y sus formas, pero como filósofo cristiano procura mantener
un equilibrio entre razón y fe.
●
Clemente de Alejandría, san, (Atenas, c. 150 – Palestina c. 215) tuvo una
amplia cultura pagana, la que no fue borrada por su encuentro con el
cristianismo. Según él, los filósofos gentiles, Platón en especial, se hallaban
en el camino recto para encontrar a Dios; aunque la plenitud del conocimiento y
por tanto de la salvación la ha traído el Logos, Jesucristo, que llama a todos
para que le sigan.
●
Caius Marius Victorinus, conocido también Victorino el Africano (Cartago, c.
300 – Roma, c. 382) fue un filósofo neoplatónico, retórico y polemista
cristiano. Fue un estudioso de la lengua latina y antes de su conversión al
cristianismo alcanzó fama en todo el Imperio romano como maestro de retórica.
Su pensamiento filosófico, está muy mediatizado por sus estudios de gramática y
retórica. Adscribió por una parte a la lógica aristotélica y, por otra, al
pensamiento neoplatónico.
●
Tertuliano (Cartago, c. 160 – Cartago, c. 220) fue un Padre de la Iglesia, uno de los
mayores teólogos de la cristiandad del siglo III y un prolífico escritor. Fue
un académico que recibió una excelente educación. (Ver más adelante).
PABLO
El cristianismo puede definirse como la religión que san
Pablo originó en el Imperio romano a partir de la muerte y “resurrección” de
Jesús de Nazaret, desmintiendo el relato tradicional que fueron los apóstoles
quienes diseminaron el evangelio por el mundo. De ser un perseguidor sanguinario de “herejes”, Saulo de Tarso surgió
como un converso singular, pasando a ser él mismo el mayor defensor y promotor
de la figura del Crucificado, difundiendo como idea principal precisamente su
resurrección. Afirmaba, “Si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra
predicación, vana es también vuestra fe” (1ª Corintios 15: 14). Convertido y
autoproclamado como apasionado apóstol, Pablo en lo que
denominó un extraordinario evento personal de conversión mística, asegurando
que había tenido una revelación divina, aunque no sin antes verse envuelto en ciertos conflictos con los líderes
naturales; con Pedro se enfrenta
en Antioquia (Gálatas 2: 11ss) y con Santiago
se confronta ideológicamente en torno al papel de la fe y de las obras. Por otra
parte, Pablo nunca había tenido la oportunidad de conocer personalmente
a Jesús, nada más que de oídas, y lo poco que supo
de él fue de parte de algunos de sus discípulos. Además, hay que considerar que
en su tiempo los evangelios aún no habían sido escritos.
Pablo era un judío de la diáspora que había nacido y
vivido en Tarso, Siria. Antes de ejercer su nueva misión, había sido un fariseo
estudioso del judaísmo y ferviente perseguidor de los seguidores de Jesús.
Incluso había participado en el asesinato de Esteban. De la tradición hebrea
Pablo heredó una visión antropológica fuertemente inspirada en el mito del Pecado
Original, del Génesis, y de la
importancia de la Ley mosaica. Pero su cosmovisión estaba más impregnada por la
cultura de su entorno helénico, de fuerte raigambre dualista propia de la
filosofía de Platón, y la ética estoica. Aquello que más le impresionó de Jesús
no fueron ni su vida ni sus enseñanzas, sino que él hubiera “resucitado”
después de muerto en la cruz.
Juntando el relato del Génesis con el dualismo platónico,
el estoicismo y la muerte y resurrección de Jesús, Pablo elaboró una teología
que ciertamente no gustó a los rígidos monoteístas judíos, pero maravilló a los
gentiles. El punto de partida de su teología (Rom. 5-8) fue el mito judaico del
pecado original. Éste fue una desobediencia de Adán, el mítico primer hombre y
padre de la humanidad, que transgredió un mandato expreso de Dios y que mereció
como castigo una condena que implicaba la muerte, el trabajo y el dolor para él
y toda su descendencia. Pablo prosiguió con la idea de que Dios, en su infinita
bondad, enviara a su Hijo, Jesucristo, el nuevo Adán, se hiciera hombre de
carne y hueso y cargara con el pecado de toda la humanidad para redimirla a
través de su pasión y muerte en la cruz y conseguir la reconciliación con Dios,
la justificación de la humanidad, la gracia divina, la justicia, la salvación y
la vida eterna. La resurrección de Jesús en la gloria de Dios es, para Pablo,
la destrucción del pecado y la muerte.
Para Pablo la salvación en una nueva vida requiere el
bautismo en Cristo, que consigue sepultar el pecado y participar de la muerte y
resurrección gloriosa de Jesús, pues si se muere con Cristo, quedando absuelto
del pecado, también se vive con Él para Dios. El pensamiento de Pablo sigue
parcialmente la moral estoica. El bautizado no debe acceder a la concupiscencia
de su cuerpo mortal para que no domine el pecado, sino que debe reinar la
gracia. Solo liberado del pecado se tiene la santificación y la vida eterna.
Pablo supone que el pecado está natural y necesariamente en uno, ser de cuerpo
mortal. El pecado se lo reconoce por la ley, la que define el pecado. Liberado
de la ley, uno se libra del pecado y la muerte. Quien puede liberarlo de la ley
es Jesucristo, y quien es de Él se libera de la condenación, el pecado, la
muerte y la ley. Quien es de Cristo no vive según la carne, que es muerte, sino
según el espíritu, que es vida, y el Espíritu de quien resucitó a Jesús llegara
a habitar en uno, también le dará vida a su cuerpo mortal al testimoniarle que
es también hijo de Dios y coheredero de Cristo para padecer con Él y ser con Él
glorificado.
Pablo concibió al personaje de Jesús como el solo
intermediario sacerdotal entre Dios y los seres humanos, quien, a través del
sacrificio expiatorio de su muerte en la cruz y haciendo de sumo sacerdote,
redimió del pecado y la muerte a los seres humanos, y por su resurrección se le
manifestó el Cristo –el ungido–, cual Mesías de carácter celestial y arquetípico,
imagen de Dios y su primera creación. De este modo transformó al Mesías
tradicional de mundano a celestial y de protector de Israel a salvador de todos
los pueblos. Nunca llegó a deificar al Cristo, como convenía al pensamiento
eminentemente monoteísta de todo judío, pero sí cristificó a Jesús,
constituyéndolo en el centro de la creación para que así Dios pudiera al fin
reinar sobre toda ella. Sin embargo, al exaltar al Cristo no hacía otra cosa
que relegar la persona histórica de Jesús al olvido. Y al centrar la doctrina
en esta entidad etérea, desvinculada de las enseñanzas de Jesús, lo obligó a
inventar un Espíritu para guiar la acción de la comunidad cristiana, la
emergente Iglesia. Así expresado, Pablo fue en efecto un hereje para los
seguidores de Jesús. El teólogo Hans
Küng (1928-) escribió: “Como judío piadoso, Jesús predicó un monoteísmo
estricto. Jamás se autodenominó Dios, por el contrario: ‘Jesús le dijo: ¿Por
qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino sólo uno, Dios’ (Mc.10:18). Además, en las enseñanzas de Jesús
está significativamente ausente la asociación de sí mismo con Dios.
Tan importante como su pensamiento teológico en la
construcción del cristianismo fue la acción apostólica que Pablo desarrolló.
Vio ante sí, como campo de misión, el Imperio romano, con su población
unificada por una misma cultura y una misma lengua. Comprendió que su acción
debía dirigirse a los gentiles. La doctrina
de Pablo estaba formulada a la medida de las necesidades de ellos. Los gentiles
no necesitaban un Mesías que permitiera a los descendientes de Jacob reinar
sobre el resto de las naciones, sino un Cristo que fuera la víctima sacrificial
que pusiera fin a las injusticias, penurias, angustias, pesares, infelicidades
y necesidades propias de la vida terrenal, mientras aseguraba la vida eterna y
plena para los conversos.
El método misionero de Pablo partía de las sinagogas de
la ciudad que se tratase, donde se encontraban los judíos de la diáspora, los
prosélitos y los temerosos de Dios. Les dio un sentido
de identidad; les marcó pautas de comportamiento; introdujo normas de conducta;
redefinió algunas de las doctrinas básicas del judaísmo; impuso una nueva
ética; estableció un sistema de solidaridad inter-comunidades (cfr. ofrenda a
favor de la hambruna en Jerusalén); abrió las puertas de par en par a los
gentiles, para lo cual tuvo que hacer tabla rasa con algunas exigencias judías;
estableció un sistema de jerarquía en las incipientes comunidades de creyentes,
ordenando pastores, ancianos y obispos; ofreció a los creyentes, en su propia
persona, un ejemplo de dedicación y sacrificio consumado en el martirio que
emulaba la figura del Maestro, convirtiéndose de esta forma en el líder
indiscutible de la que muy pronto sería conocida como Iglesia cristiana. Pablo suscitaba
la discusión, encontrando acogida o rechazo. La mayoría de los judíos rechazó
su prédica, mientras que la mayoría de las conversiones venía de parte de los
prosélitos y los temerosos de Dios. Los judíos no solo sospecharon de la idea
de un Cristo, sino que también, en la espera de un Mesías inmanente y solo para
los judíos, rechazaron la idea de una salvación trascendente y universal. En la
mayoría de las ciudades donde misionó, surgieron comunidades cristianas, para
las que se nombraron jefes. Una vez fundadas comunidades en ciudades de cierta
importancia, ellas deberían ser las que continuaran en el lugar la tarea
misionera. Pablo no imponía a los gentiles la circuncisión ni la observancia de
otras prescripciones rituales judías, lo que trajo el rechazo de una corriente
judeocristiana. Pronto las comunidades cristianas se separaron de las sinagogas
para reunirse en sus propios hogares.
Pablo organizó sus comunidades creando el orden de la
vida comunitaria, y nombró a algunos de sus miembros de la comunidad para
asumir deberes especiales que sirven a este orden y organización. En este orden
jerárquico aparecen hombres dedicados a la asistencia de los pobres o a dirigir
el culto. Los que tienen estos cargos son llamados ancianos, diáconos y presbíteros,
dirigidos por un episcopoi, e.d., que
debe regir la Iglesia
como pastor con su rebaño. En este orden, su fundador, Pablo, ocupa un puesto
único, que tiene su última motivación en su inmediata llamada a ser apóstol de
las Gentes. El es consciente de tener autoridad y plenos poderes para ello,
tomando decisiones que vinculan a su comunidad. Pablo es para sus comunidades
la máxima autoridad como maestro, juez y legislador; él es el vértice de un
orden jerárquico. Las comunidades paulinas no se consideran independientes las
unas de las otras. Un cierto nexo se había construido ya con la persona de su
fundador. También les había inculcado el ligamento que les unía con la
comunidad de Jerusalén. Pablo era consciente de que todos los bautizados de
todas las iglesias constituyen el “único Israel de Dios” (Gal. 6, 16), que son
miembros de un único cuerpo (1Cor. 12, 27), la iglesia formada por judíos y
gentiles (Ef. 2, 13-17).
La vida religiosa en las comunidades paulinas tuvo su
centro en la fe en Cristo glorificado, que confiere tanto a su culto como a su
vida religiosa cotidiana la huella decisiva. Esta fe en el Kyrios (significa
“el Señor” o “el Maestro”), incluyó el convencimiento de que en él habita
corporalmente la plenitud de la divinidad. A la comunión de los creyentes en el
Señor se es acogido mediante el bautismo, que hace eficaz la muerte expiatoria
que Jesús tomó sobre sí por nuestros pecados (1Cor. 15, 3). Con el bautismo se
renace a una nueva vida. Esta convicción hizo que el bautismo tuviera un puesto
esencial en el culto del cristianismo paulino. Los fieles se reunían en el
primer día de la semana (Hch. 20, 7), abandonando el sábado judío. Se cantaban
himnos de alabanza y salmos, con los que se expresaban la alabanza al Padre en
el nombre del Señor Jesucristo (Ef. 5, 18). El núcleo central del culto fue la
celebración eucarística para reforzar la íntima cohesión de los fieles. La
fracción del pan se presentaba como la real participación del cuerpo y la
sangre del Señor. El contacto con el mundo pagano exigía que las nacientes
comunidades ejercitaran una ascesis y autodisciplina mayores aún que las del
judaísmo de la diáspora.
La idea de iglesia se usa naturalmente para
designar a las comunidades cristianas. El concepto “iglesia” tiene significados
diferentes. En primer lugar, iglesia
se asocia con las religiones cristianas y se aplica a las diversas dimensiones
en que se fraccionó el cristianismo. Etimológicamente,
la palabra iglesia es de origen latino ecclesia,
y éste del griego ekklesia,
significa asamblea, congregación, convocación (Hechos 19:32, 35, 39, 41); corresponde a la traducción de la
palabra hebrea “qahal”, que en la versión de Los Setenta es usada 71 veces.
También iglesia es el conjunto de fieles unidos por la
misma fe, y que celebran las mismas doctrinas religiosas; está formada
por todos los que tienen una relación personal con Jesucristo (1 Corintios
12:13-14); es el cuerpo de creyentes o el “pueblo de
Dios”. Sociológicamente, la iglesia es una sociedad,
jerarquizada y monárquica, con carácter estable, destinada a congregar los
fieles hasta el fin de los tiempos. Constitucional e institucionalmente, la
iglesia se caracteriza por ser un grupo religioso organizado y jerarquizado, ya
que no hay sociedad que pueda subsistir sin autoridad y representa además un
sistema de mitos, dogmas, ritos y normas; es una organización jerárquica en la
que los fieles están divididos en laicos y clero y éste está dividido en
obispos, presbíteros y diáconos. Por último, la iglesia es el cuerpo de Cristo
(Efesios 1:22-23); para la iglesia Católica es el cuerpo místico de Cristo, siendo
Él el jefe invisible, que a todos los miembros comunica la vida espiritual a
través del Espíritu Santo mediante los sacramentos; el Cuerpo de Cristo está
formado por todos los creyentes desde el tiempo de Pentecostés (Hechos 2).
En cambio, en los evangelios no existe
referencia alguna a la iglesia; ninguna regla,
ningún proyecto eclesial, ninguna orientación acerca de obispos, sacerdotes,
pastores o diáconos. La actividad pública que Jesús llevó a cabo durante algo
menos de tres años no supuso la fundación de una nueva religión. Jesús resta
valor, o incluso condena abiertamente, muchos de los rituales que tanto
fariseos como saduceos habían introducido en la religión judía; que se muestra
crítico con la hipocresía religiosa y reivindica el amor a Dios y al prójimo;
pero nada de eso era nuevo en el entorno de la fe de sus ancestros. Los
discípulos se reúnen entre sí después de la crucifixión, comentan las
experiencias vividas con el Maestro, añoran su presencia, pero nada indica que
no sigan considerándose fieles y devotos judíos.
El liderazgo que Pablo ejerció
en
el mundo helenístico y fuera de Jerusalén ̶ donde Santiago, hermano de Jesús, fue como
obispo-supervisor ̶ había producido una red de células cristianas cuya vitalidad aseguró la
ulterior propagación de la nueva fe a su propia la muerte. Su liderazgo le sería arrebatado bastantes años después, una vez que la
historia de la Iglesia fuera manipulada por intereses romanos de poder para
erigir como “primer papa” a Pedro, a quien se le sitúa como mártir en Roma, sin
ningún tipo de apoyo historiográfico contrastable, y reelaborando para ello, en
torno a su figura, una historia artificial que prevalece en Occidente hasta
nuestros días.
Puede discutirse cuan buen vehículo ha sido el
cristianismo para enseñar el evangelio de Jesús. Sin duda, muchos santos de
altar y muchos creyentes en Jesús que no están en los altares solo pudieron
conocer y practicar el Evangelio de Jesús a través del cristianismo. Así, sin la
religión generada por Pablo no hubiera sido posible para la humanidad haber
conocido el Evangelio. Tan completa fue la impronta de Pablo que de los 74
Padres de la Iglesia registrados, solo uno, Epifanio de Salamis (Judea, c. 310 –Chipre, 403), era
judío de origen. Los restantes fueron todos gentiles, varones y habitantes del
Imperio romano. Nada se supo de los seguidores de Jesús de Galilea y Judea,
relatados en los Hechos de los Apóstoles, después de la destrucción de Jerusalén.
TERTULIANO
Tertuliano (Cartago, c. 160 – Cartago, c. 220) fue un
Padre de la Iglesia,
uno de los mayores teólogos de la cristiandad del siglo III y un prolífico
escritor. Fue un académico que recibió una excelente educación. Escribió por lo
menos tres libros, pero ninguno se ha conservado. Su especialidad fueron las
leyes y fue un destacado abogado en Roma. Su conversión al cristianismo
aconteció alrededor del 197-198. Fue ordenado presbítero en la Iglesia de Cartago. Hacia
el año 207, se separa de la
Iglesia católica, siendo llevado al grupo religioso de
Montano (Montano era de Frigia y se convirtió al cristianismo hacia 156.
Asistido por dos profetisas llamadas Maximila y Priscila, comenzó a anunciar el
comienzo de una nueva era en la
Iglesia a la que llamó “Era del Espíritu” y el fin de la
historia al considerarse directamente enviado por el Espíritu Santo y que se
caracterizaba por una vida moral más rigurosa.). Pero los montanistas no fueron
lo suficientemente rigurosos para Tertuliano, quién rompió con ellos para
fundar su propio movimiento religioso. Tertuliano continuó su lucha contra la
herejía, especialmente contra el gnosticismo.
Hacia la Trinidad
Existen triadas de dioses desde la antigüedad histórica,
tal vez por el carácter místico que algunas culturas tienen del número tres. En
casi todas las tradiciones religiosas y sistemas filosóficos hay conjuntos
ternarios, tríadas que corresponden a fuerzas primordiales hipostasiadas o a
aspectos del Dios supremo. En la
India existe un concepto parecido, la Trimurti,
que es un término sánscrito que hace referencia a los tres dioses principales
de la compleja mitología hindú: Brahma, Visnú y Shivá. En la religión de Egipto
faraónico existió el grupo trinitario de Osiris, Isis y Horus. Por su parte, el
filósofo griego Platón concibió una cosmología en la que se distinguen dos
planos fundamentales, el ideal y el sensible; para la plasmación del mundo
sensible, Dios (el Demiurgo) trabaja sobre una base caótica o espacio (chóra), a través de los modelos
inteligibles, según se expone en el Timeo. En desarrollos ulteriores dentro de
algunas corrientes platónicas, se distinguen varios niveles de realidad, entre
las que encontramos tres de gran importancia: Dios, ser absoluto y causa
primera; Logos, o razón universal, y Anima Mundi, alma universal emanada de
Dios que anima y gobierna el mundo visible. Según los neoplatónicos, el
principio de todo lo existente es la unidad absoluta, lo Uno, llamada realidad
suprema o gran vacuidad, de la que surgen todas las demás realidades por
emanación. El primer ser emanado del Uno es el Logos, llamado también Verbo, o
Inteligencia, que contiene las ideas de las cosas posibles. Después, la Inteligencia engendra
el Alma como idea, principio del movimiento y de la materia. El Uno, la Inteligencia y el
Alma son las tres hipóstasis de la
Trinidad neoplatónica.
En
otras ocasiones, la trinidad platónica es descrita como las ideas de Bien, el
resto de ideas inteligibles que proceden del Bien, y las ideas materializadas o
mundo visible.
Tertuliano consideró al Logos de Dios como Dios en
sentido derivado, por ser de la misma substancia de Dios; Dios que viene de
Dios como luz que proviene del sol. Logos (Verbum)
significa en griego la palabra en cuanto meditada, reflexionada o razonada. En
el prólogo del Evangelio de San Juan, se menciona al Logos identificándolo con
la persona espiritual de Dios en el principio de la creación. Juan 1:1 dice:
“en el principio era el Logos y el Logos era con Dios el Logos era Dios”. El
Logos en este versículo se ha prestado a muchas interpretaciones. Algunos lo
relacionaron con el Logos de la filosofía griega y la judeohelenística de Filón
de Alejandría (Alejandría, 15/10 a. C. – Alejandría, 45/50), renombrado
filósofo del judaísmo helénico, quien utiliza esta palabra para significar la
sabiduría y, especialmente, la razón inherente a Dios. A partir del Evangelio
según Juan Logos obtiene una significación cristiana, y los cristianos
apologistas del siglo II identificaron Logos con el Hijo de Dios. Sin embargo,
Tertuliano diferenció entre el Logos como atributo interno en Dios y el Logos
que engendró Dios, que se tornaría en una persona. Además no consideró al Hijo
coeterno con el Padre. El Hijo de Dios no siempre existió, sólo a partir de ser
engendrado por el Padre.
En el año 215, Tertuliano fue el primero en usar el
término Trinidad (trinitas). Anteriormente, Teófilo de Antioquía (†183) ya
había usado la palabra griega trias
(tríada) en su obra A Autólico (c.
180) para referirse a Dios, su Verbo (Logos) y su Sabiduría (Sophia).
Tertuliano diría en Adversus Praxeam II
que “los tres son uno, por el hecho de que los tres proceden de uno, por unidad
de substancia”. Tertuliano, al igual que Hipólito de Roma (Roma, segunda mitad
del siglo II – Roma, 235), escribió contra el Modalismo, doctrina que
profesaban Noeto, Práxeas y Sabelio, quienes afirmaban que el Padre, el Hijo y
el Espíritu Santo eran la misma persona. Él es el primero en usar la palabra
latina “trinitas”. Con respecto al
Padre, al Hijo y al Espíritu Santo nos dice: “La unidad en la trinidad dispone
a los tres, dirigiéndose al Padre y al Hijo y al Espíritu, pero los tres no
tienen diferencia de estado ni de grado, ni de substancia ni de forma, ni de
potestad ni de especie, pues son de una misma sustancia, y de un grado y de una
potestad.” (Adversus Praxeam II, 4).
Por la misma época Orígenes (Alejandría, 185 – Tiro,
254), quien junto con san Agustín y santo Tomás es considerado uno de los tres
pilares de la teología cristiana, también estuvo preocupado del tema
trinitario. En su Comentario sobre el
Evangelio de Juan, Orígenes afirma que el Logos (El Verbo de Dios) es theos
(dios) sin el artículo definido (“el”), en cambio el Padre es ho theos (el Dios) con artículo. En la
teología de Orígenes el Hijo de Dios es subordinado al Padre, tendencia
presente en otros Padres del período; esta tendencia subordinacionista puede
ser considerada, sin embargo, ortodoxa. “Ya que nosotros que decimos que el
mundo visible está bajo el gobierno del que creó todas las cosas, declare así
que el Hijo no es más fuerte que el Padre, sino inferior a Él. Y esta creencia
que basamos en el refrán de Jesús mismo, “el Padre que me envió es mayor que
yo”. Y ninguno de nosotros es tan insano para afirmar que el Hijo del hombre es
el Señor sobre Dios.” (Contra Celso
libro VIII, 15).
Orígenes afirmó también sobre el Ser de Dios: “Dios ni
siquiera participa del ser: porque más bien es participado que participa,
siendo participado por los que poseen el Espíritu de Dios.” (Contra Celso libro
VI, 64). En esta cita se muestra su visión del Espíritu Santo: “Si es verdad
que mediante el Verbo ‘fueron hechas todas las cosas’ (cf. Jn 1, 3), ¿hay que
decir que el Espíritu Santo también vino a ser mediante el Verbo? Supongo que
si uno se apoya en el texto ‘mediante él fueron hechas todas las cosas’ y
afirma que el Espíritu es una realidad derivada, se verá forzado a admitir que
el Espíritu Santo vino a ser a través del Verbo, siendo el Verbo anterior al
Espíritu. Por el contrario, si uno se niega a admitir que el Espíritu Santo
haya venido a ser a través de Cristo, se sigue que habrá de decir que el
Espíritu es inengendrado... En cuanto a nosotros, estamos persuadidos de que
hay realmente tres personas (hypostaseis),
Padre, Hijo y Espíritu Santo; y creemos que sólo el Padre es inengendrado; y
proponemos como proposición más verdadera y piadosa que todas las cosas
vinieron a existir a través del Verbo, y que de todas ellas el Espíritu Santo
es la de dignidad máxima, siendo la primera de todas las cosas que han recibido
existencia de Dios a través de Jesucristo. Y tal vez es ésta la razón por la
que el Espíritu Santo no recibe la apelación de Hijo de Dios: sólo el Hijo
unigénito es hijo por naturaleza y origen, mientras que el Espíritu seguramente
depende de él, recibiendo de su persona no sólo el ser sino la sabiduría, la
racionalidad, la justicia y todas las otras propiedades que hemos de suponer
que posee al participar en las funciones del Hijo [...]” (Comentario en Juan
libro II, 10).
La Trinidad como dogma cristiano
La escritura y la doctrina cristianas descansan en el
monoteísmo (un solo Dios), por lo tanto había que ajustarla a lo que decía la
Escritura con respecto al Padre, al Hijo y el Espíritu, sin caer en el
politeísmo, ni tampoco modificando la Escritura por conveniencia (Eisegesis).
Los teólogos de los primeros siglos del Cristianismo elaboraron explicaciones
que generaron varias corrientes de pensamiento y una intensa polémica. Esta
polémica se acentuó durante el reinado del emperador Constantino I, cuando los
dirigentes de la Iglesia
comenzaron a contar con el apoyo imperial y tuvieron que precisar cuál debía
ser la doctrina compartida por las diversas comunidades cristianas. Un grupo
abigarrado de doctrinas sobre la naturaleza de Jesús terminó por ser condenada
por el sistema de poder. El docetismo, que al creer que la carne es pecaminosa,
suponía que Cristo parecía ser hombre, pero que en realidad no se había
encarnado. El arrianismo sostenía que el Hijo, en tanto Verbo, no puede tener
la misma naturaleza del Padre porque había tenido un principio. El monofisismo
mantenía que si el Padre y el Hijo tienen una naturaleza únicamente divina, la
naturaleza humana de Cristo no es más que apariencia. El nestorianismo
sustentaba que Cristo tenía dos naturalezas: una humana, la otra divina, ambas
no consustanciales. Estas aparentemente abstrusas posturas teológicas
dividieron la cristiandad, no tanto en torno al significado de ellas, que muy
pocos entendían verdaderamente, sino por los intentos hegemónicos de los
distintos grupos eclesiales de poder. Tras el esfuerzo por imponer una idéntica
visión de Cristo a todos, se encontraba la hegemonía grecolatina. Sólo el
trinitarismo predicado por san Gregorio Nacianceno perduró. Las restantes
doctrinas teológicas en competencia fueron atacadas violentamente por la
ortodoxia, centrada principalmente en Grecia.
En el año 325, en el Concilio de Nicea, que fue convocado
por el emperador, empezó a asentarse la doctrina del trinitarismo, estableciendo
que las relaciones entre el Padre y el Hijo son consustanciales (homoöusion), y terminó por consolidarse
en el Concilio de Calcedonia, en 451, que definió que Jesucristo es una persona
con dos naturalezas, una divina y otra humana, distintas pero
consustancialmente unidas, y sin explicar qué se entiende por naturaleza divina
ni cómo es posible tal unión. La Trinidad llegó a ser el dogma central sobre la
naturaleza de Dios de la mayoría de las iglesias cristianas. Esta creencia
afirma que Dios es un ser único que existe simultáneamente como tres personas
distintas o hipóstasis: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Para la Iglesia católica, la Trinidad es el término
con que se designa la doctrina central de la religión cristiana. Así, en las
palabras del símbolo Quicumque: ‘el
Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios, y sin embargo no
hay tres Dioses, sino un solo Dios’. En esta Trinidad las Personas son coeternas
y coiguales: todas, igualmente, son increadas y omnipotentes. Según esta
doctrina el Padre es increado e inengendrado; el Hijo no es creado sino
engendrado eternamente por el Padre; el Espíritu Santo no es creado, ni
engendrado, sino que procede eternamente del Padre y del Hijo (según las
iglesias evangélicas y la iglesia católico-romana) o sólo del Padre (según la
iglesia católica-ortodoxa).
La fórmula inicial fue adquiriendo cuerpo con el paso de
los años y no fue establecida definitivamente hasta el siglo IV. La definición
del Concilio de Nicea, sostenida desde entonces con mínimos cambios por las
principales denominaciones cristianas, que el Hijo es consustancial al Padre, fue
cuestionada y la Iglesia pasó por una generación de debates y conflictos hasta
que el “Credo niceno” fue reafirmado en el Primer Concilio de Constantinopla
(381). En Nicea toda la atención fue concentrada en la relación entre el Padre
y el Hijo, inclusive mediante el rechazo de algunas frases típicas arrianas
mediante algunos anatemas anexados al credo; y no se hizo ninguna afirmación
similar acerca del Espíritu Santo. Frente al arrianismo, se intentaba sentar la
doctrina de la Iglesia en lo referente a la figura de Jesucristo, por lo que se
incluyeron frases como “engendrado, no creado” y “consubstancial al Padre”. El
Credo niceno fue ampliado por el Concilio de Constantinopla, en el que se
estableció, siguiendo lo dispuesto en el Evangelio de Juan (15,26b), que el
Espíritu Santo “procede del Padre” al decir: “Creo en un solo Dios... y en el
Espíritu Santo... que procede del Padre”, es decir, que el Espíritu es adorado
y glorificado junto con el Padre y el Hijo Este nuevo texto es conocido como
Credo niceno-constantinopolitano que, sin embargo no tuvo carácter normativo
hasta el Concilio de Calcedonia. Pero, en Constantinopla se indicó, sugiriendo
que era también consustancial a ellos. Esta doctrina fue posteriormente
ratificada por el Concilio de Calcedonia, sin alterar la substancia de la
doctrina aprobada en Nicea. Según el dogma católico definido en el Concilio de
Constantinopla, las tres personas de la Trinidad son realmente distintas pero son un solo
Dios verdadero. Esto es algo posible de formular pero inaccesible a la razón
humana, por lo que se le considera un misterio de fe. Para explicar este
misterio, en ocasiones los teólogos cristianos han recurrido a símiles. Así,
Agustín de Hipona comparó la
Trinidad con la mente, el pensamiento que surge de ella y el
amor que las une. Por otro lado, otros teólogos clásicos, como Guillermo de
Occam, afirman la imposibilidad de la comprensión intelectual de la naturaleza
divina y postulan su simple aceptación a través de la fe. Además de la polémica
sobre la naturaleza de Jesús —si era humana, divina, o ambas a la vez—, de su
origen —si eterno o temporal— y de cuestiones similares relativas al Espíritu
Santo, el problema central del dogma trinitario es justificar la división entre
“sustancia” única y triple “personalidad”. La mayoría de las iglesias
protestantes, así como las ortodoxas y la Iglesia Católica, sostienen que se
trata de un misterio inaccesible para la inteligencia humana. Entonces uno se
puede preguntar legítimamente que si esta doctrina es cuestión de fe porque es
incomprensible para la razón humana, entonces quienes la formularon no estaban
en sus cabales o pretendían tener ciencia infusa. Lo más probable es que no
entendía bien de lo que estaban hablando.
Para complicar más las cosas, en el año 397, durante el
primer Concilio de Toledo, se produjo la añadidura del término Filioque, por lo que el Credo pasaba a
declarar que el Espíritu Santo “procede del Padre y del Hijo” al decir:
“Creemos en un solo Dios verdadero, Padre, Hijo y Espíritu Santo ... que
procede del Padre y del Hijo.” La cláusula Filioque
siguió siendo utilizada en el reino franco con el beneplácito implícito de
Roma. Esta actitud será una de las causas del cisma fociano, germen del
posterior, y hasta hoy definitivo, Cisma de Oriente, en el año 1054.
La palabra latina “substantia”
(del griego ousía) que Tertuliano aplicó a la unidad entre el Padre, el Hijo, y
el Espíritu Santo proviene de Platón. Para este filósofo la realidad está
compuesta por dos tipos de sustancias que corresponden a dos mundos distintos.
El mundo sensible, que captamos por medio de nuestros sentidos, es de
apariencias, los objetos tienen una existencia o sustancia relativa. En cambio,
el mundo inteligible, de las Ideas, propio de la razón, está formado por las
Ideas. Las Ideas no son representaciones abstractas de nuestra mente, sino
entidades que existen separadas de los individuos, del mundo sensible. Para
Platón la sustancia propiamente tal es la Idea inmutable, eterna, trascendente.
Otro concepto discutible es “persona”, que es una palabra
latina cuyo equivalente griego es prósopon
y que significa la “máscara” del actor en el teatro griego clásico. En consecuencia,
en esta acepción persona equivaldría a “personaje”. Pero también para persona
existe en griego la palabra hipóstasis. Esta palabra se ha aplicado en teología
a la Trinidad
y sus tres personas, y también a Jesucristo y su unidad hispostática, queriendo
significar sustancia individual o singular, como algo distinto de la naturaleza
o de la esencia. Tiempo después el filósofo romano Boecio (Roma 480, - Pavía,
524/425) definió formalmente persona como una substancia individual de
naturaleza racional, y esta definición fue aceptada oficialmente por la Iglesia. En fin,
Hipóstasis fue usado a menudo, aunque imprecisamente, como equivalente de ser o
sustancia, pero en tanto que realidad de la ontología. Puede traducirse como
‘ser de un modo verdadero’, ‘ser de un modo real’ o también ‘verdadera
realidad’. En teología cristiana se emplea la palabra persona para referirse a
la hipóstasis de la
Santísima Trinidad. En particular, en el cristianismo
ortodoxo, se proclama que la Santísima Trinidad son tres personas distintas e
inconfundibles, pero, cada una de ellas, hipóstasis de una misma esencia
inmaterial
Padres de la Iglesia del siglo IV que
elaboraron el dogma trinitario
Los Padres de la Iglesia fueron extraordinariamente
audaces para no solo pensar en Dios sino que polemizar duramente sobre la
naturaleza divina en términos de la pura razón y la filosofía griega. En el
tercer milenio del cristianismo, tras la explosión del conocimiento producido
por el advenimiento de la ciencia moderna, la polémica teológica suscitada en
los siglos III, IV y V aparece de la mayor ingenuidad si no fuera porque otros
intereses más mundanos estaban en juego. Se mencionará a continuación algunos
de los Padres del siglo IV más importantes.
●
Ambrosio de Milán, san, (Tréveris, c. 340 – Milán, 397) fue un destacado obispo
de Milán, un importante teólogo y orador y un eximio político cristiano que
combatió a arrianos e impuso la autoridad de la Iglesia por sobre la del
Imperio. Consiguió que se reconociera el poder de la Iglesia por encima de la
del Estado y desterró definitivamente en sucesivas confrontaciones a los
paganos de la vida política romana.
●
Atanasio de Alejandría, san, (Alejandría, c. 296 – Alejandría, 373) defendió
con pasión y vehemencia la homoousios
(igual substancia) del Padre y el Hijo, saltando así de la idea evangélica, “el
hijo de Dios”, a la imperial, “Dios el Hijo”, y la existencia de una Trinidad
santa y completa: Padre, Hijo y Espíritu Santo; es homogénea, las tres personas
tienen el mismo rango. Estas ideas pasaron a ser el fundamento teológico de la Iglesia.
●Basilio
de Cesarea, san, (Cesareaca, 330 – Cesarea, 379) fue obispo de Cesarea.
Mediante la ayuda de Atanasio, intentó superar sus recelos hacia los
homoiousianos. Las dificultades habían aumentado al plantear la cuestión de la
esencia del Espíritu Santo. A pesar de que Basilio había defendido con
objetividad la consustancialidad del Espíritu Santo con el Padre y el Hijo, se
sumaba aquellos que, fieles a la tradición oriental, no admitían el predicado
homoousios al tercero; esto se le había reprochado ya en 371 por los zelotes
ortodoxos, que había entre los monjes, y Atanasio lo defendió.
●
Cirilo de Jerusalén, san, (Casarea Marítima, c. 315 – Jerusalén, 386) fue
obispo de Jerusalén. En el Primer Concilio de Constantinopla (381), en el que
estuvo presente, votó por la aceptación del término homoioussios, al
haber quedado finalmente convencido de que no había mejor alternativa. Aunque
su teología era indefinida en fraseología, adhería a la ortodoxia nicena y
evitaba el debatible término homoioussios.
●
Dámaso I, san, (Gallaecia o Lusitania (Portugal), 304 – Roma, 384) fue el 37º
papa de Roma. Su entrada al trono papal (366) estuvo marcada con la expansión
del arrianismo, la expansión y legitimación del cristianismo y la adopción
posterior como la religión oficial del Imperio romano. Se mostró intransigente
frente a otras doctrinas cristianas, tal y como exigía la Iglesia romana del
momento, deseosa de lograr unidad y centralismo. Promulgó (374) el canon de
Escritura Sagrada, es decir, una lista de los libros del Viejo y Nuevo
Testamentos que debían ser considerados la palabra inspirada de Dios.
●
Diodoro de Tarso (Antioquía, siglo IV – Antioquía, c. 392) fue obispo y maestro
en la escuela exegética de Antioquía. Defendió la profesión de fe nicena, pero
sus aseveraciones que enfatizaban la verdadera humanidad de Cristo, en coexistencia
de su divinidad que vertió en contra de las herejías apolinaristas, le hicieron
parecer, décadas más tarde, como antecesor de las doctrinas del hereje
Nestorio, llegándose a decir que afirmaba la existencia de dos Cristos, uno
conformado por el hombre y el otro por el logos. Debido a estas condenas no se
conservaron la mayor parte de sus obras.
●
Efrén de Siria, también conocido como Efraín de Nísibe o Nisibi, (Nisibis,
Siria, 306 – Edesa, 373) fue un diácono y escritor. Fundó una escuela de
teología en Nesaybin. Fue gran defensor de la doctrina cristológica y
trinitaria en la Iglesia
siria de Antioquía.
●
Eusebio de Cesarea (c. 275 – Cesarea, 339) fue obispo de Cesarea (313). Durante
el Concilio de Nicea (325), tuvo cierto protagonismo. No era un líder nato, ni
tampoco un pensador profundo, pero como hombre bastante instruido, cayó en la
gracia del emperador, y acabó por sobresalir entre los más de 300 miembros que
se reunieron en el Concilio. Tomó una posición moderada en la controversia, y
presentó el símbolo (credo) bautismal de Cesarea que acabó por convertirse en
la base del Credo de Nicea. Al final del Concilio, Eusebio suscribió sus
decretos.
●
Gregorio de Nisa, san (Cesarea de Capadocia, entre330 y 335 – Nisa, Capadocia,
entre entre 394 y 400) también conocido
como Gregorio Niseno, fue obispo de Nisa en Capadocia y teólogo. Considerado
entre los cuatro Padres griegos de la Iglesia y uno de los tres Padres Capadocios. Fue
hermano menor de san Basilio el Grande y amigo de Gregorio Nacianceno. En el
Concilio de Constantinopla (381), usó la filosofía platónica, afirmando la
unidad y la Divinidad
de las tres personas en una sola idea divina, tres personas distintas en un
solo Dios verdadero.
●
Gregorio Nacianceno, san, (Nacianzo, Capadocia, 329 – Nacianzo, Capadocia, 389)
fue arzobispo de Constantinopla. Influyó significativamente en la forma de la
teología trinitaria, en los padres tanto griegos como latino, y es recordado
como el “teólogo trinitario. Las contribuciones teológicas más significativas
de Gregorio surgen de su defensa de la doctrina nicena de la Trinidad. Destaca
especialmente por sus contribuciones en el campo de la pneumatología, esto es,
la teología referente a la naturaleza del Espíritu Santo. A este respecto,
Gregorio es el primero que usó la idea de procesión para describir la relación
entre el Espíritu y las demás personas de la Trinidad: “El Espíritu
Santo es verdaderamente Espíritu, viniendo en verdad del Padre pero no de la
misma manera que el Hijo, pues no es por generación sino por procesión, puesto
que debo acuñar una palabra en beneficio de la claridad”. Aunque Gregorio no
desarrolla plenamente el concepto, la idea de procesión permanecería en la
mayor parte del pensamiento posterior sobre el Espíritu Santo. Enfatizó que
Jesús no dejó de ser Dios cuando se hizo hombre, ni perdió ninguno de sus
atributos divinos cuando tomó la naturaleza humana. Es más, Gregorio afirmaba
que Cristo era perfectamente humano, con un alma perfectamente humana.
Igualmente proclamó la eternidad del Espíritu Santo, diciendo que las acciones
del Espíritu Santo estaban de alguna forma ocultas en el Antiguo Testamento,
pero se hicieron más claras desde la ascensión de Jesús al Cielo y el descenso
del Espíritu Santo en la fiesta de Pentecostés. Él y los otros Padres
capadocios ayudaron a desarrollar el término hipóstasis, o tres personas unidas
en un solo Dios. Conforme las obras de Gregorio circularon por todo el imperio
influyeron en el pensamiento teológico. Sus discursos eran citadas como
autoridad por el Concilio de Éfeso (431), y era llamado Teólogo por el Concilio
de Calcedonia /451).
●
Hilario de Poitiers, san, (Poitiers, c. 315 – Poitiers, 367) fue obispo de
Poitiers. Se crió en el paganismo, pero su curiosidad le llevó a estudiar
filosofía, especialmente el neoplatonismo y a la lectura de la Biblia. Descubrió
a Orígenes, como también la gran producción teológica de los Padres orientales.
Con estas bases escribe un riguroso estudio titulado De Trinitate, el tratado más profundo hasta entonces sobre el dogma
trinitario.
●
Juan Crisóstomo o Juan de Antioquia, san, (Antioquía, 347 – Comana Pontica, c.
407) fue patriarca de Constantinopla. Confrontó a Teófilo, el patriarca de
Alejandría, que quería someter a Constantinopla a su poder alegando que Juan
seguía las enseñanzas de Orígenes. Fue un cruel y fanático antisemita.
●
Juan II (356 – 417) fue arzobispo de Jerusalén entre los años 387 y 417. Su
autoridad fue severamente cuestionada en dos ocasiones por san Jerónimo, por
entonces abad en Belén. Fue acusado primero (390) por enseñar las ideas de
Orígenes, y luego (414) por apoyar a Pelagio.
●
Julio I, papa nº 35 de la Iglesia católica, entre 337 y 352, fecha de su
muerte. Persiguió a los arrianos y sufrió también la persecución del emperador
arriano Constancio (350). Fue el autor del calendario juliano al fijar la
solemnidad de Navidad el 25 de diciembre, en vez del 6 de enero.
●
Osio de Córdoba, san, (Córdoba, 256 – Sirmio, en Serbia, 357) fue obispo de
Córdoba y consejero del emperador Constantino I. Presidió el Concilio en Nicea
(325), en el que participaron 318 obispos. Osio mismo redactó el Símbolo de la Fe (el Credo Niceno).
●
Paciano, san († entre 379 y 393) fue influido especialmente por los modelos
exegéticos y teológicos africanos. Estuvo interesado, especialmente, en el tema
de la penitencia. Distingue entre distintos tipo de pecados (cotidianos y
graves), y anima a los fieles a confesar estos. Conocía ya la teología sobre el
pecado original.
●
Potamio de Lisboa (siglo IV) fue el primer obispo de la ciudad de Olissipo
(actual Lisboa). Profesó el niceanismo durante sus inicios obispales, pasándose
hacia el 355 al arrianismo. Presionó al papa Liberio para que este rompiese con
Atanasio y se adhiriese a la fórmula del sínodo de Sirmio (351). Participó
también en la redacción de la segunda fórmula propuesta en un segundo sínodo en
Sirmium, con un acento aún más arriano. Hacia 360, regresó a la ortodoxia
católica, tras la muerte del emperador arriano Constancio II.
●
Siricio (Roma, 334 – Roma, 399) fue el 38º papa de la Iglesia católica,
oficiando de pontífice desde 384. Fue el primer papa en utilizar su autoridad
en sus decretos utilizando palabras como: “Mandamos”, “Decretamos”, “Por
nuestra autoridad...” en el estilo retórico típico del emperador. Fue también
el primero en usar el título de Papa. Decretó el celibato para los clérigos.
CONSTANTINO
Constantino I el Grande
(Naissus, Serbia, c. 272 – Nicomedia, Turquía, 337) fue un emperador romano que
llegó por amarga experiencia al convencimiento
de que el engrandecimiento y la unidad del Imperio pasaba por la lucha
por el poder absoluto y por la adopción del cristianismo como la religión
principal. La despiadada lucha por el poder comenzó justamente cuando fue
proclamado césar por sus tropas en Eboracum, actual York, Britania, en 306,
apenas muerto su padre, el augusto césar. Comenzaba un período de 20 años de
cruentas guerras internas que culminarán con su asunción al poder absoluto. Al
final del año 307 quedaban 4 augustos: Constantino, Majencio, Maximiano y
Galerio y un césar, Maximino Daya. Al final del año 310 la situación era aún
más confusa con 7 augustos: Constantino, Majencio, Maximiano, Galerio,
Maximino, Domicio Alejandro y Licino. En este convulso entorno comenzaron a
desaparecer candidatos: Domicio Alejandro fue asesinado por orden de Majencio;
Maximiano se suicidó asediado por Constantino y Galerio falleció por causas
naturales. Finalmente, Majencio fue relegado por los tres augustos restantes y
finalmente vencido por Constantino en la batalla del Puente Milnio, en las
afueras de Roma, el 28 de octubre de 312. Una nueva alianza entre Constantino y
Licinio selló el destino de Maximino que se suicidó tras ser vencido por
Licinio en 313. Finalmente, tras las victorias sobre Licino en la batalla de
Adrianópolis y la batalla naval de Crisópolis (324) Constantino logró ser
reconocido como el único emperador romano, en 326, dando nacimiento a la
monarquía absoluta, hereditaria y por derecho divino.
Sin ahora rivales Constantino pudo fundar Constantinopla
que obedecía a su política imperial de adoptar al cristianismo como religión
oficial, recuperar militarmente vastos territorios que estaban en manos de
bárbaros, introducir importantes cambios que afectaron a todos los ámbitos de
la sociedad del bajo imperio, reformar la corte, las leyes y la estructura del
ejército. En 312, antes de ganar la crucial batalla del Puente Milvio, la
tradición dice que tuvo la visión de una cruz en el cielo y un sueño que
mostraba una cruz con la inscripción, “Con este signo vencerás”, luego de lo
cual se convirtió al cristianismo. Lo cierto es que si hubo conversión, ésta
fue fríamente calculada en vista a la enorme influencia que el cristianismo
estaba teniendo. En 313, y probablemente aconsejado por el obispo Osio de
Córdoba, Constantino se reunió con Licinio en Milán, donde promulgaron el
Edicto de Milán, declarando que se permitiese a sus súbditos seguir la fe de su
elección. Con ello, se retiraron las sanciones por profesar el cristianismo,
bajo las cuales muchos habían sido martirizados como consecuencia de las
persecuciones a los cristianos, y se devolvieron las propiedades confiscadas a la Iglesia. Una serie de
seis edictos más fueron promulgados hasta 323, con lo que se completó una
revolución en la base de la sociedad romana. Tras esta nueva legislación, se
permitió la construcción de nuevas iglesias y los obispos cristianos, que
obtuvieron variados privilegios, adoptaron unas posturas agresivas en temas
públicos que nunca antes se habían visto en otras religiones. Con visión de estado Constantino
calculaba que el imperio sería más seguro si descansaba sobre súbditos
cristianos que sobre intrigas palaciegas o un ejército de mercenarios. El nuevo
régimen permitió que el cristianismo se extendiera dentro de los confines del
imperio y los cristianos llegaran a ser la gran mayoría.
Constantino había constatado que el cristianismo se
estaba constituyendo rápidamente en una pujante fuerza social, cultural,
intelectual y moral de primera magnitud en el imperio. En 312, para el Edicto
de Milán, existían ya entre 1000 y 1500 episcopados repartidos por todo el
territorio el Imperio romano. El 15% de sus habitantes profesaban esta fe,
atravesando transversalmente todos los estratos de la sociedad; eran
disciplinados, sumisos y probos, y entre ellos estaban las personas más
ilustradas de su tiempo. Después de luchar encarnizadamente por la unidad del
Imperio y el poder absoluto contra sus competidores al trono imperial
Constantino vio en esta religión la amalgama para los heterogéneos habitantes
del imperio. El cristianismo había sido una religión que guardaba la
organización paulina en base de unidades episcopales autónomas. Para
constituirse en la Iglesia
y transformarse posteriormente en la Cristiandad el cristianismo debió adquirir unidad
en doctrina y autoridad religiosa e imperial. Ambas fueron tareas que durarían
siglos, pero que los dirigentes episcopales se pusieron con ahínco a trabajar
apenas Constantino no sólo terminó con la persecución religiosa, sino que les
demandó unidad dogmática en favor de la unidad del Imperio romano. La demanda
imperial por la unidad cristiana bien valía la ortodoxia, aunque fuera forzada,
y la consecuente persecución de los herejes. Sin embargo, Constantino utilizó la Iglesia en su política
imperial, restándole la independencia que anteriormente gozaba.
En 325, Constantino convocó el Primer Concilio de Nicea
que legitimó al cristianismo, lo cual fue esencial para su expansión. Aunque el
cristianismo no se convertiría en religión oficial del Imperio hasta el final
de aquel siglo, un paso que daría Teodosio en el 380 con el Edicto de
Tesalónica, Constantino dio un gran poder a los cristianos, una buena posición
social y económica a su organización, concedió privilegios e hizo importantes
donaciones a la Iglesia,
apoyando la construcción de templos y dando preferencia a los cristianos como
colaboradores personales. Adoptó el cristianismo como sustituto del paganismo
oficial romano, llegando a ser el primer emperador cristiano. Su reinado llegó
a ser un momento crucial en la historia del cristianismo. Fue cuando emergió la
Iglesia con “i” mayúscula; había nacido la Iglesia imperial.
La Iglesia
Al elevar a Jesús de Nazaret a la categoría divina la
Iglesia naciente se hizo imperial y nuevas formas fueron adoptadas. La cena
eucarística paulina se transformó en el sacrificio de la misa, la humilde mesa
de comedor que el feligrés ofrecía a su comunidad para la cena eucarística se
transformó en un altar sacrificial. Su acogedor hogar devino en marmóreo templo
de adoración y sacrificio.
Poco después de la batalla del Puente Milvio, Constantino
entregó al papa Silvestre I un palacio romano que había pertenecido a
Dioclesiano y anteriormente a la familia patricia de los Plaucios Lateranos,
con el encargo de construir una basílica de culto cristiano. El nuevo edificio
se construyó sobre los cuarteles de la guardia pretoriana de Majencio,
convirtiéndose en sede catedralicia. Actualmente se la conoce como Basílica de
San Juan de Letrán. En 324, el emperador hizo construir otra basílica en Roma,
en la colina del Vaticano, que era el lugar donde según la tradición cristiana
martirizaron a san Pedro. En el 326, financió la construcción de la Iglesia del Santo Sepulcro
en Jerusalén. Su programa de construcción de iglesias hizo expandir de forma
crucial la fe cristiana y permitió un considerable incremento del poder y la
influencia del clero.
Inmediatamente después de su plena legalización, la
Iglesia cristiana comenzó a atacar a los paganos. Entre 326 y 330, Constantino
también colaboró en esta empresa, ordenando la destrucción de todas las
imágenes de los dioses y la confiscación de los bienes de los templos. Entre el
siglo IV y el siglo VI muchos templos paganos y las imágenes de sus dioses
fueron destruidos por las hordas cristianas, sus sacerdotes y miles de
creyentes paganos fueron perseguidos y asesinados.
Por otra parte, demostrando su autonomía como emperador,
Constantino retendría el título de pontifex
maximus hasta su muerte, un título que los emperadores romanos llevaban
como cabezas visibles del sacerdocio pagano. Tampoco patrocinaría únicamente al
cristianismo. Después de obtener la victoria en el Puente Milvio, mandó erigir
un arco triunfal, el Arco de Constantino, construido en 315 para celebrarlo. El
arco no contiene ningún simbolismo cristiano. En 321, Constantino dio
instrucciones para que los cristianos y los no cristianos debieran estar unidos
en la observación del “venerable día del sol”, que hacía referencia a la
esotérica adoración oriental al sol que Aureliano había ayudado a introducir.
Las monedas todavía llevarían los símbolos de culto al sol (Sol Invictus) hasta el 324. Incluso
después de que los dioses paganos hubiesen desaparecido de las monedas, los
símbolos cristianos aparecían sólo como atributos personales de Constantino.
Incluso cuando Constantino dedicó la nueva capital de Constantinopla, que se
convertiría en la sede de la cristiandad bizantina durante un milenio, lo hizo
usando la diadema de rayos de sol de Apolo.
Los concilios
Constantino descubrió prontamente que los cristianos
estaban muy divididos en torno a definir la naturaleza de Cristo. Por ello,
convocó al Concilio de Nicea. Fueron los concilios los que sentaron la unidad
de doctrina y los metropolitanos los que centraron la autoridad local. Un
concilio ecuménico era una asamblea celebrada por la Iglesia con carácter
general a la que eran convocados todos los obispos para reconocer la verdad en
materia de doctrina o de práctica y proclamarla. Los concilios de los siglos IV
y V fueron griegos, fueron convocados por los emperadores y fueron presididos
por metropolitanos. En el Concilio de Constantinopla I (381) se enumeran cuatro
patriarcados como cúspide de la organización eclesiástica que son el Patriarca
de Alejandría, el Patriarca de Antioquía y el Patriarca de Constantinopla y el
Patriarca de Occidente, Papa y obispo de Roma. En el concilio de Calcedonia
(451) se incluyó el Patriarcado de Jerusalén, por tener una importancia
simbólica dentro de la
Iglesia. El Concilio viene
a ser en lo sucesivo, en lo que a la Iglesia en su conjunto se refiere, el
equivalente del Imperio al Estado civil, pero en ningún caso lo son ninguno de
los patriarcados ni sus patriarcas por separado.
La cristología fue la preocupación fundamental a partir
del Primer Concilio de Nicea (325) hasta el Tercer Concilio de Constantinopla
(680). A lo largo de este período, los diferentes puntos de vista cristológicos
de los grupos de la comunidad cristiana llevaron a acusaciones de herejía, y,
en algunos casos, a la posterior persecución religiosa. En algunos casos, la
principal característica distintiva de una secta era su cristología; y, en
estos casos, era común que la secta fuera conocida por el nombre dado a su
cristología. En el Concilio de Nicea y en el Primer Concilio de Constantinopla
(381), se estableció la doctrina oficial de la Iglesia católica, que
abarcaba todo el territorio del Imperio romano (desde España hasta Siria). Esta
instituyó que Cristo es eterno, una encarnación divina consustancial con Dios
Padre, una sola persona pero con dos naturalezas: una completamente divina y otra
completamente humana. Hasta el siglo VII sucesivos concilios condenaron
doctrinas que diferían de la del Credo niceno en materias cristológicas.
Los
concilios griegos fueron los siguientes:
·
Nicea I (325) fue convocado por Constantino I
y presidido por el obispo Osio de Córdoba. Formuló el Credo Niceno, definiendo
la divinidad del Hijo de Dios.
·
Constantinopla I (381) fue convocado por
Teodosio I y presidido sucesivamente por cuatro patriarcas. Formuló la segunda
parte conocida como Credo Niceno Constantinopolitano, definiendo la divinidad
del Espíritu Santo. Se condenó el macedonismo.
·
Efeso (431) fue convocado por Teodosio II y
presidido por Cirilo de Alejandría, definiendo que Jesús es una persona y no
dos personas distintas. Se condenó el nestorianismo.
·
Calcedonia (451) fue convocado por Marciano y
presidido por Anatolio de Constantinopla. Proclamó a Jesucristo como totalmente
divino y totalmente humano, dos naturalezas en una persona.
·
Constantinopla II (680) fue convocado por
Justiniano I y presidido por Eutiquio de Constantinopla. Confirmó las doctrinas
de la Santa Trinidad
y la persona de Jesucristo. Se condenaron los errores de Orígenes, varios
escritos de Teodoreto, del obispo Teodoro de Mopsuestia y del obispo Ibas de
Edesa.
·
Constantinopla III (680-681) fue convocado
por Constantino IV y presidido por él en persona. Definió dos voluntades en
Cristo: divina y humana, como dos principios operativos. Se condenó el
monotelismo.
·
Nicea II (787) fue convocado por Irene,
regente de Constantino VI, y presidido por Tarasio de Constantinopla. Afirmó el
uso de íconos como genuina expresión de la fe cristiana, regulándose la
veneración de las imágenes sagradas.
·
Constantinopla IV (869 a 870) fue convocado por
Basilio I. Fue depuesto Focio y rehabilitado Ignacio. No fue reconocido por la Iglesia ortodoxa en la que
Focio era un santo teólogo.
Las controversias de la Iglesia, que habían existido
entre los cristianos desde mediados del siglo II, eran ahora aventadas en
público, y frecuentemente de forma violenta. Constantino, que nada sabía de
teología, consideraba que era su deber como emperador, designado por Dios para
ello, calmar los desórdenes religiosos, y por ello convocó el Primer Concilio
de Nicea para terminar con algunos de los problemas doctrinales que infestaban
la nueva Iglesia. Su principal preocupación era la unidad del Imperio, la cual
se podría ver resquebrajada debido a estas divergencias en esta Iglesia que
había sido llamada por Constantino para unificar el Imperio.
Constantino inauguró el concilio vestido imponentemente,
dio un discurso inicial ataviado con telas y accesorios de oro, para demostrar
justamente el poderío del Imperio por un lado, y el apoyo e interés al concilio
desde el Estado por el otro, lo que debió haber contrastado con las austeras
vestimentas de los prelados. El Estado proveyó de comida y alojamiento, e
incluso de transporte, a los clérigos que convergieron a Nicea para el
concilio, que fue el primer Concilio Ecuménico (universal), con la
participación de 318 obispos (la mayoría de habla griega). La importancia de
este concilio residió en la formulación del Credo Niceno, redactado en griego,
no en latín, y que esencialmente permanece inalterado en su mensaje 1700 años
después, y en establecer la idea de la relación Estado-Iglesia que permitiría
la expansión del cristianismo con una vitalidad inédita. Sin embargo,
Constantino debió haber quedado muy desilusionado, pues las disputas teológicas
no solo no habían terminado, sino que habían cobrado un renovado y vigoroso
impulso.
Cristología
Las disputas cristológicas fueron una serie de polémicas
sobre la naturaleza de Jesús/Cristo mantenidas en el seno de la Iglesia durante
los primeros siglos de su historia. Entre Nicea I y Constantinopla III los
diferentes puntos de vista cristológicos de los grupos de la comunidad
cristiana llevaron a acusaciones de herejía, y, en algunos casos, a la
posterior persecución religiosa. Formalmente, la cristología es la parte de la
teología cristiana que se dedica a estudiar el papel que desempeña Jesús de
Nazaret desde los puntos de vista tanto humanos como divinos, bajo el título de
Cristo o Mesías. Para esta rama los detalles menores de su vida no fueron
relevantes, y sí lo fueron las naturalezas humana y divina de Cristo, la
interrelación e interacción entre estas dos naturalezas, la Encarnación, la Redención y los eventos
más importantes de su vida: su nacimiento, su muerte y su resurrección. La
cristología entonces también abarcó cuestiones concernientes a la naturaleza de
Dios como la Trinidad,
el Unitarianismo. La creencia fundamental cristiana era (y es) que a través de
la muerte y resurrección de Jesús como Hijo de Dios, el pecado original de los
seres humanos es perdonado, la humanidad se reconcilia con Dios y con ello se
les ofrece la salvación y la promesa de vida eterna.
Las polémicas entre ortodoxos y herejes acerca de la
naturaleza de Jesús de Nazaret giraban en torno a conceptos de la filosofía
griega, en particular platónica, y también de origen hebraico, como espíritu,
materia, alma, cuerpo, divino, humano, bien, mal, encarnación, resurrección,
Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo, substancia, logos,
consubstancialidad, hipóstasis, persona, criatura, creación, preexistencia,
eternidad, etc. Existía la pretensión generalizada de poder comprender la
misteriosa e inalcanzable realidad con la pura razón, y la excesiva confianza
de poder conocer o rememorar el mundo de las Ideas de Platón. Las controversias
no estuvieron relacionadas con la defensa de la ortodoxia contra la herejía,
sino que estuvo más bien relacionada con la búsqueda de la ortodoxia a través
del método de ensayo y error. En estas controversias todos los participantes
cambiaron sus posturas en un momento u otro.
Las controversias trataron en el fondo de dar
interpretaciones a pasajes de las Sagradas Escrituras hebraicas o judías a
través de particulares premisas teológicas o filosóficas griegas. Por ejemplo,
en la confrontación teológica entre Arrio y el obispo Alejandro, en 318, el
primero adoptó una postura conservadora a tono con sus conocimientos de la
escritura. En cambio, el segundo fue mucho más innovador al seguir los
postulados de Orígenes basados en la filosofía griega. La controversia se dio
como un choque entre las escrituras y la filosofía griega, o más bien, cómo
explicar las escrituras de una primitiva y remota cultura de Palestina desde el
elaborado y racional punto de vista de la filosofía griega. El arrianismo
resultó finalmente derrotado, y como la historia la escriben los vencedores,
Arrio quedó estigmatizado como el archi-hereje que quiso sentar una nueva
teología que la ortodoxia debió destruir.
Estas polémicas no eran banales. Lo que subyacía en
algunos era la sincera fidelidad a la verdad de Jesús; otros tenían una
mentalidad más abstracta y lógica, y otros estaban ciertamente más preocupados
de aprovechar las nuevas oportunidades de poder, privilegio, dominio y
engrandecimiento de la Iglesia
que Constantino estaba ofreciendo a cambio de trabajar por la unidad del
Imperio y su propia autoridad imperial. Para ello, debían conseguir la unidad
de doctrina al interior de la
Iglesia.
Los
Padres de la Iglesia
fueron tanto los estrategas como los soldados en las batallas por la
uniformidad dogmática. Cuando más arreciaba la lucha, mayor fue la cantidad de
Padres que fueron reconocidos. El siglo IV, que fue pródigo en conflictos
teológicos, fue cuando existió el mayor número de Padres registrados,
concentrado el 48% de los Padres que existieron entre el siglo II y el siglo
VIII. En el siglo VIII el dogma ya había sido consolidado.
Las principales corrientes cristianas que intervinieron
en las disputas cristológicas se pueden agrupar en tres categorías principales:
trinitarismo, unitarismo, y unicidad de Dios. El trinitarisno es la posición
doctrinal de la Iglesia católica. Cree que hay un Dios, que existe como una
pluralidad de tres personas divinas y distintas, que comparten los mismos
atributos y la misma naturaleza divina. En el trinitarismo, Jesucristo es
considerado como la segunda persona de la Santísima Trinidad.
El Unitarismo cree que sólo hay un Dios que es
indivisible, y niega la deidad de Jesucristo. En el unitarismo Jesús es
considerado como un semidiós, o simplemente como una criatura. Dentro de los
principales grupos unitarios encontramos el apolinarismo, el arrianismo, el marcionismo,
el monofisismo, el monotelismo, el nestorianismo, el origenismo, el priscilianismo
y el patripasianismo.
·
El apolinarismo, creado por el teólogo
Apolinar de Laodicea (Laodicea, c. 310 - Constantinopla, c. 390), afirmaba que
en Cristo el espíritu estaba sustituido por el Logos divino, con lo que
implícitamente negaba su naturaleza humana. Fue condenado en el Primer Concilio
de Constantinopla, en el año 381.
·
El arrianismo, fundado por el presbítero de
Alejandría Arrio (Libia, 256 –
Constantinopla, 336), fue diametralmente opuesto al apolinarismo al negar la
consustancialidad (homoousia) del
Hijo (Cristo) con el Padre (Dios), ya que Cristo es una criatura creada como
todas las demás. Esta doctrina fue derrotada en el Concilio de Nicea (325) y
Arrio fue relegado a Iliria, de donde fue formalmente llamado a instancias de
Constantino que buscaba una reconciliación entre ambas partes. Años después la
herejía fue favorecida por el emperador Constancio II (337-361) y también fue
adoptada oficialmente por el reino visigodo en España hasta su rechazo por el
rey Recaredo, en 589, cuando se convirtió a la fe católica. Esta doctrina fue
rechazada finalmente por Teodosio I (379-395).
·
El marcionismo, predicado por Marción de
Sínope (Ponto, c. 85 – Roma, c. 160), afirmaba la existencia de dos espíritus
supremos, uno bueno y otro malo, y consideraba al Dios del Antiguo Testamento
un inferior de éstos, simple modelador de una materia preexistente, y que Jesús
no se encarnó jamás, que su cuerpo fue sólo apariencia, por lo que negaba la
encarnación del Verbo, así como la resurrección de los muertos, y concluye que
ambas religiones son paralelas y que tienen por única conexión a la geografía.
·
El monofisismo, herejía iniciada por el monje
griego Eutiques (Constantinopla, 378 – 454), afirmaba que en Cristo existe una
sola naturaleza, la divina. Actualmente la Iglesia Copta de
Egipto y las Ortodoxas de Siria (jacobitas), Armenia y Eritrea son monofisitas.
·
El monotelismo, herejía predicada por el
patriarca Sergio I de Constantinopla (c. 565-638), admitía en Cristo dos
naturalezas, la humana y la divina, y una única voluntad (intentado de ser una
solución de compromiso entre la ortodoxia cristiana y el monofisismo); para la
ortodoxia había dos, de lo contrario Jesús no hubiera sufrido tanto en la cruz
como humano. La herejía fue condenada en el Tercer concilio de Constantinopla,
entre los años 680 y 681, en el que se estableció la doctrina católica de las
dos voluntades.
·
El nestorianismo, herejía propuesta por
Nestorio (Siria, c. 386 – Libia, c. 451), monje cristiano sirio y patriarca de
Constantinopla, afirmaba que en el Verbo
(Jesucristo, tal como está descrito en el evangelio de Juan 1:1) existían dos
personas, la divina (Cristo, hijo de Dios) y la humana (Jesús, hijo de María),
sosteniendo que Cristo era un hombre en el que había ido a habitar Dios, por lo
que Cristo estaba radicalmente separado en dos naturalezas (difisismo). En la
cruz, por lo tanto, sólo había muerto el humano, sin haber sufrido el dios. Fue
condenada en el Concilio de Éfeso (431). Actualmente los cristianos asirios, en
Irak, mantienen esta creencia.
·
El origenismo, difundido por el monje,
escritor y místico del siglo IV Evagrio Póntico, afirmaba la eternidad y
pre-existencia de las almas humanas. Una de esas almas habría sido la de
Cristo, en quien se encarnó el Verbo de Dios, con el objetivo de conseguir la
salvación de los hombres. Fue rechazada en el segundo concilio de
Constantinopla (553).
·
El priscilanismo, predicado por el obispo hispano
Prisciliano de Ávila (¿Gallaecia?, c. 340 – Treverorum, actual Tréveris, 385) y
basado en los ideales de austeridad y pobreza, negaba el dogma de la Trinidad y la encarnación
del Verbo, ya que atribuía a Jesús un cuerpo solo aparente. Fue condenado en el
concilio de Braga, en el año 563. Prisciliano junto a otros compañeros fueron
los primeros sentenciado a muerte acusados de herejía, ejecutados por el
gobierno secular, en nombre de la Iglesia Católica.
·
El patripasianismo, también conocida como sabelianismo
al ser su principal defensor el obispo Sabelio,.fue una doctrina cristiana
moniarquista de los siglos II y III, que negaba el dogma de la Trinidad al
considerar la misma como tres manifestaciones de un ser divino único,
sosteniendo que fue el mismísimo Dios Padre quien había venido a la Tierra y
había sufrido en la cruz bajo la apariencia del Hijo. Esta doctrina fue
considerada herética tras ser condenada en 261 por el Concilio de Alejandría.
Los antiguos creyentes de la Unicidad de Dios, fueron etiquetados
por sus oponentes como modalistas, o sabelianitas.
·
El modalismo, también fue conocido como
moniarquisno modalístico, enfatizaba que el Rey del universo es uno solo, y
modalismo porque Dios se ha manifestado al hombre de diversos modos. El monarquianismo
modalístico identificaba a Jesucristo como Dios mismo (el Padre) manifestado en
carne. El Modalismo, se oponía férreamente contra el dogma de la Trinidad. De
acuerdo con la concepción trinitaria, Padre, Hijo y Espíritu Santo son cada una
de las tres personas de la trinidad. En cambio, los modalistas explicaban que
de acuerdo con la Biblia
estos términos nunca pretendían hacer distinciones de tres personas eternas
dentro de la naturaleza de Dios, sino que simplemente se referían a modos (o
manifestaciones) de Dios. En otras palabras, Dios es un ser individual y único,
y los diversos términos usados para describirle (tales como Padre, Hijo, y
Espíritu Santo) son designaciones aplicadas a las diferentes formas de su
accionar o a las diferentes relaciones que El tiene para con el hombre.
Epílogo
Constantino pronto llegó a caer en cuenta que se había
metido en un juego peligroso. Por demandar la ayuda de la Iglesia para consolidar el
Imperio estaba arriesgando su poder absoluto. Personalmente, él no tenía duda
alguna que su autoridad imperial provenía del mismo Dios, pero el juego que
estaba haciendo la Iglesia
por su parte era identificar a Cristo, su fundador, con Dios mismo, ya que en
aquella época si hasta el emperador César Augusto había sido deificado. El
título de pontifex maximus le podía
ser arrebatado por algún sucesor de san Pedro, la piedra sobre la cual Cristo
había edificado su Iglesia. Por ello Constantino prefirió estar de parte de
Arrio. Él no fue bautizado hasta cerca de su muerte, en 337, eligiendo para ser
bautizado al obispo arriano Eusebio de Nicomedia.
AGUSTÍN
Agustín de Hipona, san, (Tagaste, actual Souk-Ahras,
Argelia, 354 – Hippo Regius, actual Annaba, Argelia, 430) tuvo una profunda
influencia en la historia de la Iglesia latina. Agustín aceptó absolutamente la
filosofía griega y confió en ella. Su pensamiento cristiano estaba en línea con
la especulación filosófica de su época. Leyó a los platónicos con ojos
cristianos y a los cristianos con ojos platónicos; a todos los asimiló e
interpretó a su propio modo. Subordinaba la razón y la filosofía a los
intereses del cristianismo y a la autoridad de Cristo. Filosofaba siempre al
servicio de la sabiduría cristiana y cuando filosofaba lo hacía inspirado por
Platón. Afirmaba que la fe necesita la razón para entender lo que creemos.
Suponía que entre el cristianismo y Platón había una continuidad y un acuerdo
fundamental. Se presentaba a sí mismo como un Platón cristiano.
Agustín cursó sus estudios en Tagaste, Madaura y Cartago.
En su Confesiones hace una severa
crítica de sí cuando estudiante en Cartago. A los 17 años se procuró una
concubina, y de ella tuvo el año siguiente un hijo. Su primera lectura de las
Escrituras, cuando niño, a instancia de su madre, santa Mónica, le decepcionó y
acentuó su desconfianza hacia una fe impuesta y no fundada en la razón. Más
tarde, inspirado por el tratado Hortensius
de Cicerón, se convirtió en un ardiente buscador de la verdad, que le llevó a
pasar de una escuela filosófica a otra. Adicionalmente, estaba obsesionado por
el problema del mal, que lo acompañaría toda su vida. Se preguntaba cómo Dios,
que era toda bondad, permitía la existencia del mal en el mundo, lo que, a sus
19 años, fue determinante en su adhesión al maniqueísmo, que era una filosofía
dualista persa influenciada por el gnosticismo. Esta doctrina afirmaba la
existencia de dos principios, el bien y el mal, ambos igualmente eternos y en
eterno conflicto entre ellos. El alma es el principio de la luz y el cuerpo es
el de la oscuridad. Esta explicación que liberaba su conducta de toda
responsabilidad le aligeraba la culpa por su propio comportamiento moral que lo
atormentaba. Nueve años más tarde, abandonó el maniqueísmo cuando el obispo
maniqueo Fausto no le pudo dar respuestas racionales a sus preguntas, sino
palabras poco documentadas más cercanas a la magia que a la razón.
Decepcionado con los maniqueos, Agustín fue a Roma (383),
abrió una escuela de elocuencia y se decidió por el escepticismo.
Simultáneamente tuvo contactos con un círculo de neoplatónicos de la capital,
uno de cuyos miembros le dio a leer las obras de Plotino y Porfirio, que
determinaron su conversión intelectual. La lectura de los neoplatónicos,
probablemente de Plotino, debilitó sus convicciones maniqueístas y modificó su
concepción de la esencia divina y de la naturaleza del mal. A partir de la idea
de que “Dios es luz, sustancia espiritual de la que todo depende y que no
depende de nada”, comprendió que las cosas, estando necesariamente subordinadas
a Dios, derivan todo su ser de Él, de manera que el mal sólo puede ser
entendido como pérdida o ausencia de bien, y en ningún caso como sustancia. La
unidad de una realidad jerárquica y gradual resolvía la dualidad maniquea y
superaba su escepticismo y materialismo, pero no superaba su problema moral.
En 384, Agustín ganó la cátedra de Retórica de Milán y
conoció al obispo Ambrosio y su gran elocuencia y calidez. Como catecúmeno del
obispo, se convirtió al cristianismo, lo que le hizo cambiar de opinión acerca de
la Iglesia,
la fe, la exégesis y la imagen de Dios. La conversión religiosa sobrevino poco
después (386), de un modo inesperado, haciéndose al mismo tiempo cristiano y
monje, influido por un ideal de perfección, y decidió vivir en ascesis. Se
consagró al estudio formal y metódico de las ideas del cristianismo. Renunció a
su cátedra y se retiró cerca de Milán para dedicarse por completo al estudio y
la meditación. Ya bautizado, regresó a África. Se retiró con unos compañeros
para hacer vida monacal, y comenzó a planear una reforma de la vida cristiana.
En 391, en viaje a Hipona, fue ordenado sacerdote y en 395, fue consagrado
obispo.
Agustín combatió la herejía maniquea y participó en dos
grandes conflictos religiosos, el uno contra los donatistas, secta que sostenía
que los sacramentos administrados por eclesiásticos en pecado eran inválidos.
El otro, contra Pelagio, un monje británico de la época que negaba la doctrina
del pecado original. Durante este conflicto, que duró mucho tiempo, Agustín
desarrolló sus doctrinas sobre el pecado original, la gracia divina, la
soberanía divina y la predestinación. Participó en los concilios regionales, en
los cuales se sancionó definitivamente el Canon bíblico. Los últimos años de su
vida se vieron turbados por la guerra. Los vándalos sitiaron su ciudad y tres
meses después (430) murió en pleno uso de facultades y de su actividad
literaria.
Razón y fe y el problema del
conocimiento
Antes de buscar la verdad que añoraba, Agustín, que había
sido escéptico, estaba afligido por encontrar la certeza en el conocimiento. La
escuela de los Académicos aseguraba que la certeza es imposible, ya que no se
puede confiar en el conocimiento entregado por los sentidos. Ahora como
platónico, Agustín pensaba que la certeza puede lograrse solo a través de la
mente. Usaba como ejemplo de conocimiento necesario e inteligible, que nos
trasciende, el hecho de las verdades matemáticas y éticas, que no provienen de
impresiones sensibles contingentes ni tampoco a través de una mente individual.
Escribía en Contra Académicos que “yo
estoy absolutamente cierto que yo soy, y que yo conozco y amo esto”. Había
resuelto el problema de la certeza del conocimiento en el subjetivismo. La
verdad no se encuentra en el mundo externo, sino en el interior de uno mismo.
Resuelto para él el problema de la certeza, Agustín
recurrió, en su perenne búsqueda de la verdad, a la razón según la filosofía
platónica de la iluminación y la fe según las Sagradas Escrituras.
Manteniéndose en un plano idealista y lejano de la experiencia sensible, para
él razón y fe no son más que medios que se exigen mutuamente para encontrar la
verdad, no se excluyen, sino que se complementan. Ni creer es algo irracional,
ni el conocimiento racional destruye la fe. Agustín decía, “cree para
comprender y comprende para creer”, proponiendo que la fe se sitúe al comienzo
y al final de la especulación racional, donde la fe es guía y pauta de la
razón; por otro lado la razón dirige al hombre hacia la fe, eliminando las
dudas y consolidando el conocimiento racional.
Puesto que Agustín, inspirado siempre en Platón, supone
que en el hombre existe una sustancia material y otra espiritual, habría
también dos tipos de conocimiento, el sensitivo y el intelectual. El
conocimiento sensitivo informa de las cosas sensibles, incluido el propio
cuerpo, y es necesario para la vida práctica. Además, este conocimiento del
mundo sensible, temporal y cambiante, que sirve para resolver las necesidades
prácticas de la vida es también común a los animales. Para ser explicado
biológicamente el ser humano no necesita de un alma y menos de un alma
inmortal. Los sistemas de pecado, infierno y dualismo de bien y mal no son
sostenibles en esta concepción. Por el contrario, las acciones humanas más
naturales responden a la satisfacción de sus necesidades de supervivencia y
reproducción. Incluso toda la economía, la ética y la política encauza dichas
acciones desde la perspectiva social. Pero el hombre dispone además de la
razón. Con ella puede alcanzar un conocimiento más elevado, que es el
conocimiento inteligible, como los objetos matemáticos. También puede conocer
las esencias, que es lo inmutable, necesario, universal y eterno, y que
pertenecen al mundo inteligible, e incluso puede conocer a Dios.
Dios y el conocimiento
El conocimiento objetivo no depende del mundo sensible ni
tampoco de la mente humana, sino que, pensó Agustín, está referido al mundo
inteligible. La mente solo tiene que aceptar sus verdades y reconocer que
poseen una validez absoluta, independiente del sujeto que las considera. La
verdad es una y la misma para todas las personas, es inmutable y eterna; pero
dado que nuestra razón es limitada, temporal y finita, es necesario el auxilio
de algo que también sea eterno e inmutable, y aquello es Dios. Las ideas
ejemplares y las verdades eternas están en Dios.
El punto de partida de Agustín para probar la existencia
de Dios no son las Sagradas Escrituras, sino Platón. El argumento principal
parte de las Ideas eternas que se encuentran en el interior del alma de todos
los hombres. Las Ideas son universales, inmutables y necesarias, como los
primeros principios de la razón a las que nos tenemos que someter. Su
fundamento no son las cosas físicas del mundo sensible, pues son realidades
contingentes, cambiantes y mortales. Puesto que estas Ideas nos trascienden,
debe existir algún ser que posea sus características y sea su fundamento, y
este ser es Dios. Probar la existencia de verdades es lo mismo que probar la
existencia de Dios, que es la verdad misma. Dado que es tan superior y distinto
de las cosas finitas, no podemos conocerlo con total fidelidad, pero sí cabe
una cierta comprensión de su ser. Agustín concebía a Dios como eterno,
inmutable e idéntico a sí mismo, y por tanto el verdadero ser y opuesto a
cualquiera que cambie y mute. Dios es el ser mismo porque no cambia. Además,
para él Dios es trino y es el principio y fuente de todos los seres, la
realidad plena, inmutable, infinita, única, simple, eterna y perfecta; es el
Bien, la Verdad,
la Belleza y
el Ser.
También probar la existencia de verdades prueba, para
Agustín, la existencia de nuestra alma inmaterial, pues si ésta contiene verdad
inmortal, también es inmortal. El hombre tiene que conocer solo a Dios y su
alma. A partir de ahí él conocerá toda la realidad. Aristóteles había buscado
la verdad en el mundo sensible. Agustín la busca en la interioridad. Lo
anterior no significa que los seres humanos seamos puramente espirituales.
Nuestras almas espirituales están unidas a cuerpos materiales. La relación
entre el alma y el cuerpo definen el conocimiento sensible. Cuando el cuerpo es
afectado por la acción de otros cuerpos, el alma dirige su atención a dicha
perturbación. Agustín definió la sensación como el acto espiritual de poner
atención a lo que ocurre en el cuerpo.
Para Agustín la acción iluminadora de Dios para conocer
el mundo inteligible no es un auxilio sobrenatural, sino algo estrictamente
racional. La luz natural de la razón procede de Dios y permite al alma
(intelecto) contemplar las verdades eternas, universales y necesarias. Agustín
no aceptaba la doctrina aristotélica de la abstracción. Los neoplatónicos
habían dicho que lo Uno irradia luz sobre toda la realidad, lo que resultaba
compatible con la concepción evangélica que identifica a Cristo con la luz del
mundo. Agustín formuló la teoría de la iluminación: Dios, que es la razón
eterna, es la luz espiritual que ilumina la mente humana. Solo la iluminación
divina puede explicar que nosotros, seres contingentes y cambiantes, podamos llegar
a verdades necesarias y universales. La verdad que el hombre debe buscar en su
vida no está en el mundo material, sino en un mundo de Ideas que reside en la
mente divina, tesis que representa una cristianización de Platón. No obstante,
no podemos alcanzar estas Ideas sin la luz de Dios. La iluminación es un nuevo
modo de entender lo que Platón explicaba por medio de la preexistencia de las
almas y la doctrina de la reminiscencia. No es necesario que el alma haya
contemplado las verdades eternas en una vida anterior, lo que es necesario es
que Dios eterno y inmutable abra nuestra mente para acceder a ellas. Y esta
iluminación no es una visión o experiencia directa de la divinidad, sino la
capacidad natural que Dios nos ha dado.
El problema del hombre
Para Agustín, de todas las sustancias finitas las más
perfectas son los ángeles. Después viene el hombre, compuesto de alma y cuerpo.
Su concepción del hombre se incluye en la tradición platónica al defender un
claro dualismo antropológico: el hombre consta de dos substancias distintas,
cada una de ellas completa e independiente, el alma y el cuerpo, siendo la
primera superior en dignidad y ser al segundo. El alma es el guardián del
cuerpo y cuida de éste. Por su parte, el cuerpo, aunque no malo en sí, pesa
fuertemente sobre el alma. Como Plotino pero a diferencia de Platón, Agustín
veía al alma prisionera del cuerpo como consecuencia de un castigo. El alma
humana, como la de los animales, anima al cuerpo, está unida a él por una
inclinación natural y está presente en cada parte del cuerpo. El alma vivifica
el cuerpo, y produce la vida vegetativa, sensitiva e intelectiva. Sería
inadecuado hablar de unión sustancial o de unión accidental al estilo
helenístico. Más propio parece hablar de unión personal. A Agustín le parecía
más fácil de explicar la unión hipostática que la unión de un cuerpo con un
espíritu, siendo ambos elementos tan heterogéneos, disociables y separables.
El alma humana es una substancia espiritual, inmaterial,
simple, lo que asegura su inmortalidad, de la que Agustín ofrece varios
argumentos. Por su perfección, el destino más propio del alma es Dios. El alma
humana no es una parte de Dios, pero sí su imagen, y con sus tres facultades
principales, memoria, inteligencia y voluntad, que para S. Agustín se
corresponden con la Trinidad
de Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios se refleja de alguna manera en
todos los seres, pero de forma especial su imagen está en nuestra alma, en lo
más profundo de nuestro ser, por lo que el hombre puede elevarse al
conocimiento y cercanía de Dios descubriendo y contemplando dicha huella
divina.
Para Agustín está muy claro que el alma ha sido creada
por Dios, pero no el tiempo y el modo de dicha creación. Rechaza la tesis
platónica de la preexistencia del alma, pero duda entre el traducianismo
(transmisión del alma de padres a hijos a partir de Adán, y que mejor explica
el dogma del pecado original) y el creacionismo (el alma creada en cada caso
desde la nada). Durante toda su vida vaciló sobre las teorías del origen del
alma. Al fin estaba dispuesto a aceptar la teoría creacionista, si alguien le
resolvía la dificultad de la transmisión del pecado original. Sin embargo, él
aceptó la idea de Platón en el Fedón
que la muerte es la separación del alma y el cuerpo, reafirmando la noción de
la resurrección del cuerpo proclamada en el Credo de Nicea.
El problema del pecado original y
Pelagio
El pensamiento teológico de Agustín parte del
reconocimiento que él hace, en 389, del pecado original como hecho histórico
radical. Quería superar la paradoja de la relación entre la fe y la razón.
Aceptando que la fe es la vía universal de la salvación, suponía que debe ser
racional si la credulidad viciosa, producto del pecado, debe ser vencida. La
sabiduría de este mundo resulta precaria; en cambio, la fe se constituye en
régimen permanente del hombre caído. La fe cristiana ha de ser divina, y para
eso tiene que apoyarse en el milagro. Cristo conquistó la “autoridad” divina
con sus milagros, ofreciendo a la fe un camino racional. Pero para creer en
Cristo su mediación reclama la nueva mediación de la Iglesia en la que
apoyarnos. Y la incorporación a la
Iglesia va ligada a la recepción del Bautismo.
Agustín tuvo un decidido contrincante: Pelagio (Islas británicas,
354 – Palestina, 420) fue un ascético monje britano. Sufrió una dura
persecución por parte de la
Iglesia de Roma tras fundar una nueva corriente del
cristianismo, considerada herética, que negaba el dogma del Pecado Original.
Antes de esto había gozado de cierta popularidad entre la curia romana y del
propio Agustín. Estudió teología y hablaba griego y latín con fluidez, pero a
pesar de que sirvió como monje durante años, nunca llegó a ser realmente un
clérigo. Comenzó a ser conocido en torno al año 400, cuando viajó a Roma. Sus
obras se han perdido, sobreviviendo escasos fragmentos citados precisamente por
sus oponentes.
Entre las mayores influencias en Pelagio está la cultura
celta que impregnó con fuerza su formación personal. Ésta otorgaba una mayor
responsabilidad personal sobre las acciones individuales. Por el contrario, los
griegos y los latinos daban gran importancia al castigo por las culpas.
Adicionalmente, el paganismo céltico defendía la existencia de una habilidad
humana para el triunfo, incluso sobre lo sobrenatural, idea tan opuesta al
pesimismo de Agustín referido al ser humano, pero que Pelagio debió haber
aplicado a su concepción del pecado.
En Roma, Pelagio observó con preocupación el relajamiento
de la moral cristiana en la sociedad, culpando de éste a la teología de la
gracia divina que predicaban Agustín y otros monjes. Se dice que en torno al
año 405 oyó una cita de las Confesiones
de Agustín que decía “Dame lo que tú ordenes y ordena lo que tú hagas”. Pelagio
mostró su preocupación ante la idea que esta nota encerraba, ya que la
consideraba contraria a los postulados tradicionales del cristianismo sobre la
gracia y el libre albedrío y sostenía que reducía al hombre al papel de mero
autómata. En 410, Pelagio huyó de Roma asediada por los bárbaros y se instaló
en Cartago.
La rápida difusión del pelagianismo en torno a Cartago,
zona donde Agustín tenía su principal base, hizo que éste y sus seguidores
fueran quienes atacaran de forma más pronta y dura las doctrinas de Pelagio.
Entre 412 y 415, Agustín escribió cuatro obras dedicadas únicamente a discutir
el Pelagianismo. Debido a la oposición surgida en África, Pelagio abandonó
Cartago y se instaló en Palestina, donde también encontró oposición en la
figura de san Jerónimo de Estridón y sobre todo en la de Orosio, un discípulo
hispanorromano de Agustín. El hecho de que Pelagio no fuera juzgado como hereje
después de algunos sínodos acusatorios contra él sorprendió enormemente a
Agustín, que convocó un sínodo en Cartago en 418. Allí expuso nueve creencias
que eran negadas por Pelagio:
1.
La muerte es producto del pecado, no de la naturaleza humana.
2.
Los niños deben ser bautizados para estar limpios del pecado original.
3.
La “gracia justificante” cubre los pecados ya cometidos y ayuda a prevenir los
futuros.
4.
La gracia de Cristo proporciona la fuerza de voluntad para llevar a la práctica
los mandamientos divinos.
5.
No existen buenas obras al margen de la Gracia de Dios.
6.
La confesión de los pecados se hace porque son ciertos, no por humildad.
7.
Los santos piden perdón por sus propios pecados.
8.
Los santos también se confiesan pecadores porque realmente lo son.
9.
Los niños que mueren sin recibir el bautismo son excluidos tanto del reino de
Dios como de la vida eterna.
En
la actualidad, la Iglesia
católica sigue defendiendo los ocho primeros puntos, pero rechaza el noveno al
considerar que los niños que mueren sin ser bautizados “quedan confiados a la
misericordia de Dios”.
Pelagio escribió dos obras, perdidas hace tiempo, en las
que volvía a defender su concepción de la naturaleza del pecado y arremetía una
vez más contra Agustín, acusándole de estar bajo la influencia del maniqueísmo
al elevar el mal al mismo nivel que Dios, y de contaminar la doctrina cristiana
con un fatalismo de origen pagano. Pelagio discutió la idea de que los humanos
pudiesen ser condenados al infierno por hacer algo que en realidad no podían
evitar, el pecado, y la identificó con ideas típicas del maniqueísmo como el
fatalismo y la predestinación, totalmente ajenas al concepto de libre albedrío
de la humanidad. Defendió que la humanidad es capaz de evitar el pecado, y que
la elección de obedecer las órdenes de Dios es responsabilidad de cada persona.
Lo que escribió Pelagio en su libro Pro
libero arbitrio no nos puede parecer más sensato: “Toda bondad, toda
maldad, que nos hacen dignos de alabanza o merecedores de reprobación, son
hechos por nosotros, no nacidas con nosotros. No nacemos en todo nuestro
desarrollo, sino con la potencia de hacer el bien o el mal; nacemos tan limpios
de virtud como de vicio y, antes del ejercicio de nuestro albedrío, no hay nada
en el hombre sino lo que Dios ha puesto en él”. Si prescindimos de la leyenda
acerca de la caída de la primera pareja de seres humanos y de las consecuencias
de este pecado original, es difícil no estar de acuerdo con el denigrado monje
que osó decir lo que pensaba en un medio tan intolerante.
Haciendo caso omiso a este grito por la dignidad humana
que se basaba en la capacidad funcional de la persona para la acción
intencional y libre, la
Iglesia se auto-designó mediadora de la gracia divina hacia
todo ser humano que por naturaleza se le supuso sin mérito alguno para ser
contraparte de una acción redentora. Posteriormente, en el siglo XVI, Calvino,
acentuando la doctrina agustina, afirmó que Dios, en su eterno conocimiento,
predetermina el objeto de su gracia, que son los seres humanos favorecidos
desde la eternidad, a quienes tampoco se les puede reconocer mérito alguno. En
el siglo XVII, el holandés Cornelius Jansenius (1585-1638) llevó la discusión a
su límite: el pecado original había corrompido tan radicalmente la naturaleza
humana, que toda acción humana es sólo pecaminosa y concupiscente sin la ayuda
de la gracia, de modo que sólo ésta puede evitar el pecado para que el
individuo pueda ser salvado, pero Dios confiere este don a sólo al puñado que
Él desea salvar, siendo la redención de Cristo para una minoría.
La gracia
Agustín creía que una vez cometido el pecado original
histórico, la humanidad se había desdoblado en dos posturas muy diferentes: el
pecado y la gracia; el infierno y el cielo. El “Paraíso” es el estado ideal del
hombre, tal como Dios lo planeó y realizó. Pero ¿cómo se entiende
psicológicamente el primer pecado dada esa perfección de los primeros padres?
Para explicarlo, recurre a la seducción satánica por la cual el pecado fue
total y sin atenuantes, ya que Adán se desprendió de Dios. Y puesto que Adán
era el “Patriarca”, quedó roto el pacto original. La situación histórica del
hombre, consecutiva al pecado, fue de pérdida de la justicia y la moralidad
originales, y aparecieron las debilidades naturales: división, ignorancia,
concupiscencia, mortalidad, posibilidad, etc. Perdida la unidad original, se
perdió también la visión de Dios y con eso se perdió la libertad del amor, ya
que la concupiscencia es una inclinación al mal. No se perdió, en cambio, el
libre albedrío, si bien quedó amenazado por la situación. El hombre caído en lo
sensible, lo carnal, no puede unirse directamente con Dios.
Agustín supone, como Pablo, varios periodos en la
historia de la salvación. El primer periodo es la alianza natural, ya que el
hombre, a pesar del pecado conservó las reliquias de la imagen de Dios. El
segundo periodo es la Ley. El
tercer periodo se inaugura con Cristo redentor. En la controversia pelagiana
Agustín desarrolló la teología de la redención, la justificación y la gracia
auxiliar, así como la de la muerte, la concupiscencia, el bautismo de los
niños, la solidaridad humana (con Adán y con Cristo). Agustín sigue a Pablo
afirmando que Cristo se encarnó para redimir a los hombres del pecado. La
redención es necesaria pues nadie puede salvarse sin Cristo, pues Él es el
único mediador en cuanto redentor. La clave para comprender su doctrina es la Cruz de Cristo, cuyo
significado y eficacia defendió con energía. La redención es necesaria,
objetiva y universal. La redención es objetiva, porque no consiste sólo en el
ejemplo, sino que la reconciliación con Dios; también ella es universal, ya que
Cristo murió por todos los hombres. Todos los hombres tienen necesidad de ser
justificados en Cristo. La justificación lleva consigo la remisión de los
pecados y la renovación interior que comienza aquí en la tierra y llega a su
perfección después de la resurrección. Porque Cristo ha reconciliado a todos
los hombres con Dios, Él es tanto el sacerdote como el sacrificio.
Para llegar a la justificación y perseverar en ella se
necesita la gracia divina que consiste en la inspiración de la caridad, del
Espíritu Santo, para que hagamos con amor lo que conocemos que hay que hacer.
Agustín defendió la necesidad, la eficacia y la gratuidad de la gracia. Sobre
el misterio de la predestinación que sintió muy profundamente, puso de relieve
la gratuidad de la salvación. Tanto el comienzo de la fe como la perseverancia
final son dones de Dios. Así, el tema esencial es la gracia, que unifica,
ilumina, supera la concupiscencia y de este modo restablece la libertad en el
corazón. Así se recupera la “imagen sobrenatural” y por ella se restaura la
imagen natural oscurecida y deteriorada. Sin embargo, ya no hay posibilidad de
volver al Paraíso. Por eso no se recobran ciertos privilegios, y la vida del
cristiano es drama, lucha, libertad generosa, sacrificio humano, gloria del
mundo.
Agustín se centra en la relación del alma con Dios. El
alma se hallaba perdida por el pecado y era salvada por la gracia divina. En
esta relación el mundo exterior no cumple otra función que la de mediador entre
ambas partes. Esta relación tiene un carácter esencialmente espiritualista, que
contrasta con la tendencia cosmológica de la filosofía griega. Su visión
pesimista del hombre contribuyó a reforzar el papel que, a sus ojos, desempeña
la gracia divina en la salvación del alma, por encima del que tiene la libertad
humana. Si bien el encuentro del alma con Dios se produce en el amor, en la
línea del idealismo platónico Dios es concebido como verdad.
El hombre puede ser salvado por las mediaciones. Éste es
el concepto de sacramento. Agustín elabora toda la teología de los sacramentos
como signos instituidos por Jesucristo para dar la gracia, y defiende su
eficacia “ex opere operato”. Influido
por el platonismo, todo lo sensible puede convertirse en imagen o símbolo con
referencia a una realidad invisible, que en el Nuevo Testamento es siempre la
gracia divina. Así tenemos un elemento sensible, un elemento invisible y una
relación entre ambos, de modo que el sensible sea fuente o vehículo del
invisible. Los sacramentos, como ritos instituidos supuestamente por Cristo,
son fuente de la gracia, la que se constituye en un vehículo de la vida
sobrenatural. Tales sacramentos se integran en la dialéctica del Cuerpo Místico
entre ministro y sujeto. El rito recibe sentido de esta integración. Podemos
suponer que la idea de sacramento habría surgido indirectamente de los ritos de
pasaje que todos los pueblos han antropológicamente celebrado para integrar al
individuo con la tribu en todos los momentos cruciales de su vida.
La Ciudad de Dios, que Agustín escribió entre 410 y 430, no trata de una ciudad
puramente secular, sino que es la ciudad planeada por Dios para la salvación de
las almas, y se encuentra más allá del mundo corrupto y efímero. Aunque la
salvación es individual, se realiza dentro de una religión eclesial, donde el
cristiano forma parte del cuerpo místico de Cristo. La Iglesia, que es el lugar
de transmisión de la gracia, es la concreción de la ciudad de Dios y el único
camino de salvación.
Conclusión
Tras una mala traducción de un confuso pasaje en la
Epístola a los Romanos de Pablo, “por un hombre entró el pecado en el mundo...”
(Romanos 5:12), Agustín introdujo la idea del Pecado Original y de la caída de
la humanidad por la primera pareja mítica de seres humanos, y de la necesidad
de la redención de Cristo en la Cruz. Una caída original, que abarca el
universo, requería una redención universal y absoluta, y nada mejor para ello
que el sacrificio del mismo Hijo de Dios en la Cruz. La triste, pecaminosa y
negativa visión del universo salida de la mente de Agustín se encarnó
profundamente en las enseñanzas de la Iglesia romana. El sacramento del bautismo pasó a
ser el sacramento indispensable para limpiar la mancha del Pecado Original. La
penitencia se constituyó en el sacramento que borraba los pecados personales.
El clero adquirió la potestad divina para impartir estos sacramentos y se
constituyó así en un poder político y social que competía con el poder del
Estado al decidir a quién administrarlos, determinando su futuro transcendente
de salvación o condenación.
El mismo imperio que el Mesías debía destruir, el
cristianismo lo transformó en la base del grandioso esquema de la Cristiandad.
Sin duda, la transformación de un cristianismo de mártires –que se hacían
crucificar, quemar y comer por leones hambrientos por no renegar de su adhesión
a su Dios– en un cristianismo imperial que dictaba la política de todo el mundo
conocido debió haber constituido una profunda y trascendental revolución
religiosa. Un siglo antes la cena del pan y el vino se había transformado en
sacrificio divino y habían aparecido los sacerdotes que la oficiaban. Con
Agustín los sacramentos cobraron fuerza, y fueron administrados por los
sacerdotes como medios necesarios de llevar la gracia divina a los fieles. El
arma política de la excomunión, castigo eclesiástico que impide la recepción de
los sacramentos, permitió a la
Iglesia dominar al poder político en la
Alta Edad Media. El papado emergió como la
suprema autoridad de la
Iglesia y con pretensiones de constituirse en la suprema
autoridad de la humanidad. Se multiplicaron los templos sagrados para que los
cristianos glorificaran a la
Trinidad, la autoridad eclesiástica enseñara la verdad
revelada y todos comulgaran comiendo efectivamente el cuerpo y bebiendo la
sangre de Cristo Redentor en las formas transubstancionadas de pan y vino. Bajo
la ideología agustina el cristianismo fue consolidando, en la tradición del
Imperio romano, una ciudad de Dios en lugar de un reino de Dios, y se fue
transformando en una gran estructura de poder que fue sometiendo las diversas
comunidades y las fue absorbiendo dentro de un imponente sistema de salvación
llamado Cristiandad.
LA SINGULARIDAD DE JESÚS NAZARENO
Jesús es un ser humano singular, como lo ilustra el
episodio de la transfiguración, cuando una voz divina dijo: "Este es mi
hijo elegido, escuchadle" (Lucas 9, 35; Marcos 9, 7; Mateo 17, 5). El Evangelio
de Jesús se centra en unos tres temas: 1º Opuesto a la concepción del Yahvé
castigador de los israelitas, Jesús afirma que Dios es tan bueno y
misericordioso que lo llama Padre. 2º Pide a sus seguidores vincularse en el
amor y que incluso amen a sus enemigos. 3º Anuncia que existe un Reino de vida
eterna y plena, al que todos están invitados y se accede aceptando la
invitación y convirtiendo su corazón. Siguiendo la tradición profética de
Isaías, Jesús había proclamado un revolucionario mensaje de amor y fe, de
acción y contemplación, de libertad y alabanza, de sacrificio y esperanza, de
afirmación y humildad, de acción y piedad, proclamando la misericordia divina
para los humildes de corazón y pregonando el reino del Dios en el “más allá”.
El punto que se debe discutir es ¿cómo Jesús conoció este mensaje?
La afirmación que exista una verdad revelada por Dios,
que se daba naturalmente en pueblos arcaicos, no tiene sustento. Si una verdad
es una proposición intelectual que tiene correspondencia con alguna cosa o
situación de la realidad, entonces no existe ninguna proposición que Dios nos
haya enseñado. Dios es silencioso y solo se manifiesta a través de las leyes
naturales que Él instituyó. La verdad sobre cualquier materia es un logro
humano; las verdades han ido surgiendo penosamente en el curso de la historia desde
los albores de la humanidad y se han ido perpetuando a través de la crítica, la
cultura y sus instrumentos. Solo mentes arcaicas utilizan el concepto
revelación para apoyar sus creencias y sostener el consecuente dominio sobre
los demás. Es el recurso que san Pablo utilizó para hacer valer sus propias
elucubraciones. El mito, que es un recurso fácil para interpretar las
complejidades de la realidad, se encarga de empañar y oscurecer la verdad. La
Biblia no es verdad revelada, como tampoco lo son los Evangelios, que se
remiten a intentar describir la obra y enseñanzas de Jesús de Nazaret durante
sus tres años de vida pública según lo que se recordaba y se transmitía de él
por sus seguidores, algunas 3 y más décadas después de su muerte, cuando fueron
escritas. En la actualidad todos sabemos que el modo humano de conocer es
exclusivamente por la experiencia, lo cual rechaza cualquier tipo de
inspiración y sabiduría infundida o revelada, y la certeza se obtiene
empíricamente.
Sólo una verdad cae en el ámbito de la revelación divina,
si así se puede decir, y es la que Jesús dijo acerca de Dios y su Reino. Él nos
habló en parábolas para referirse a esta verdad, pues relataba una realidad no
sólo desconocida, sino que enteramente inasible e imposible describir para
nuestra experiencia, sobre la cual no existen experiencias, y el intelecto
humano no tiene la capacidad de comprensión. Siendo una verdad que no nos viene
por la experiencia sensible, sino del testimonio, no requiere de la crítica
intelectual, sino que de la fe. Así, pues, a sus discípulos bastó ver a Jesús vivo
después de su muerte en la Cruz para comprender su evangelio. En cambio, sus
seguidores de generaciones posteriores necesitaron elevar a Jesús a la
categoría de Dios para que hubiera una autoridad suficientemente grande que
respaldara la fe en el reino de Dios. Lo que ocurrió en definitiva es que no
sólo el mensaje de Jesús se diluyó, haciéndose confuso, sino que resulta muy
difícil para nuestros contemporáneos tener que aceptar la divinidad de Jesús.
Lo que es peor, se ha perdido la fuerza de su mensaje.
Nuestra tesis es tan sencilla como no científica: Jesús
pudo haber tenido conocimiento de Dios y su Reino a través del conocido fenómeno en el ámbito de lo
paranormal de la “experiencia fuera del cuerpo” (EFC), o “desdoblamiento
astral”. El único conocimiento más allá
de la experiencia sensible es el raro don del conocimiento parapsicológico, que
es un fenómeno que no está en la capacidad de la ciencia poder validar. Si
supusiéramos que la revelación divina a personajes bíblicos como Abraham,
Moisés y profetas israelitas y de otras religiones son tan solo leyendas, ya
que si Dios se manifestara más allá de su forma de actuar a través de las leyes
naturales, no lo haría de manera tan antropomórfica ni a través de milagros,
que serían rupturas arbitrarias del orden divino, y sostuviéramos además que
las EFC son efectivamente fenómenos reales que traspasan nuestro universo
material, podríamos avanzar una teoría sobre el origen las enseñanzas de Jesús
que están relacionadas con lo divino. Esta suposición es avalada por más de los
5.000 casos que están descritos en https://www.nderf.org. Esta teoría
de lo paranormal o parapsicológico señalaría que Jesús tuvo EFC que lo llevaron
incluso a través del “viaje por el túnel” hasta experimentar la luz y conocer
la bondad, misericordia divina y su reino de amor y plenitud y conocer la
misión divina respecto a sí, para luego retornar al mundo. Sería una forma
razonable para explicar la verdad de su evangelio, aunque de ninguna manera
sería científica, ya que la ciencia no reconoce lo paranormal como objeto de su
estudio por no pertenecer al mundo sensible.
Jesús es el enviado de Dios a aquellos seres humanos, ya
dispuestos personal e históricamente, para hacerles donación de una vida
eterna, mística y gloriosa. Quizá, si no se rechaza aquella fuerza divina, una
persona no queda sumergida en la inmanencia del universo y su simple muerte
biológica no constituye su desaparición definitiva. No tenemos el más mínimo
antecedente, fuera de las antiguas creencias en la otra vida, las que no tienen
fundamento alguno, para concluir al menos que una parte de cada uno de nosotros
nos sobrevivirá a nuestra muerte. Al parecer, la culminación de la creación, de
la transformación de la fuerza en voluntad inteligente que busca transcenderse,
requiere la intervención especial de Dios. La adquisición de esa posibilidad
no le llega al ser humano en forma automática por el mero hecho de pertenecer a
la especie humana, pero por el hecho de esta pertenencia, un ser humano tiene
la posibilidad de ser invitado por Dios por medio de Jesús para ser elevado a
la transcendencia.
27. BREVE HISTORIA DE LA HUMANIDAD Y SU RELACIÓN CON LO DIVINO
Introducción
La real verdad del
ser humano es que Dios regaló un tesoro a toda la humanidad como especie
biológica. Éste consistió en que, primero, a diferencia de los animales cada
individuo humano es una persona, lo que significa que él es un todo en sí mismo
y que
libremente razona, posee sentimientos, actúa deliberada e intencionalmente y es
responsable. Segundo, más allá de la efímera existencia de todo
animal y planta que existe mientras dure su vida, los seres humanos, que
pertenecemos a una especie animal más, poseemos en cambio una existencia eterna
que no concluye cuando morimos, ya que, a través de nuestra acción intencional
(que incluye nuestra acción racional), estructuramos un espíritu que refleja
nuestra conciencia y que subsiste a nuestra muerte biológica. Por ello, podemos
definir propiamente al ser humano, no meramente como animal racional, sino como
un animal transcendente capaz de llegar a relacionarse íntimamente
con Dios.
Los evangelios
recogen como su tema central el hecho que en nombre de Dios Jesús anunció a
todos los seres humanos que nuestra vida eterna acontecería en el reino de
Dios. Debemos entender que este reino es espiritual y eterno, que está pleno de
una energía que es Dios mismo, donde la causalidad propia del universo material
no existe. En Mateo 5 Jesús dice que serán bienaventurados los pobres de
espíritu, los mansos, los que lloran, los que tienen hambre y sed de la
justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los perseguidos por
causa de la justicia, los injuriados, perseguidos y difamados por su causa
porque de ellos será el Reino de los Cielos y verán a Dios. También Jesús enseñó que la existencia plena en el
Reino demanda que nuestra vida en el mundo sea de amor, justicia y humildad. De
esta manera, con la conciencia en paz nuestra existencia podría llegar a una
unión íntegra con Dios y participar y gozar de su amor, seguridad y protección.
Por el contrario, una persona que hubiera muerto con mala conciencia, esta
misma sería un obstáculo para su eterno reposo en Dios, ya que ella le
impediría participar en mayor o menor grado de la existencia de Dios. En ningún
momento Jesús fundó alguna religión. Esta fue principalmente obra de s. Pablo y
Constantino.
Los orígenes de la humanidad
Cada nuevo ser vivo
que nace y crece no sólo porta en su genoma las características de su especie,
también testimonia la belleza y la funcionalidad de la que está genéticamente
dotado. Dios lo ha hecho posible a través de su creación basada en el proceso
de estructuración de la materia que partió en su origen, en el Big Bang, del
humilde cuanto de energía; en lo biológico Charles Darwin (1809-1882) descubrió
el proceso de selección natural mediante la supervivencia del más apto,
concepto este último acuñado por Herbert Spencer. En la especie humana, tras
centenas de miles de años de vida tribal se fueron desarrollando, a partir de
la socialización tan característica de los primates, los rasgos tan humanos de
solidaridad y cooperación. Hace tan solo 10 mil años atrás, la economía tribal,
basaba en la caza/pesca y la recolección, sufrió una revolución, la agrícola y
de pastoreo o ganadera, dando paso a la era neolítica. El ser humano pasó de
ser nómade a ser sedentario y la vida tribal devino en la comunidad campesina.
Hoy puede observarse en pleno este modo de vida en los pueblos amerindios andinos.
Entre sus características más notables es que la propiedad de la tierra no es
individual sino comunitaria, la paz y la igualdad son la norma y se reprocha al
rico, la religiosidad que surge naturalmente de la mente es animista y tiene
diversas deidades que corresponden a fuerzas naturales. La institución de la
familia fue indispensable, ya que la prole, separada ahora de la tutela tribal,
pasó a reforzar el trabajo de sus padres.
Sin embargo, en
ciertos lugares del mundo pronto la producción fue abundante y generó
excedentes. Esto permitió a una parte de la población a ocuparse de otras
necesidades, como el comercio y las artesanías, lo que generó aún más riqueza.
De la natural codicia florecieron propietarios.
En su “Discurso sobre el origen de la desigualdad
entre los hombres” (1755), J. J. Rousseau (1712-1778) esgrimía estas
palabras como quien alza un estandarte: “El primero al que, tras haber
cercado un terreno (o sosteniendo
el lazo al cuello de una vaca) se le ocurrió decir «esto es mío» (posiblemente
con un mazo en la mano) y encontró personas lo bastante simples para creerle
fue el verdadero fundador de la sociedad civil” (e. d., la propiedad
privada). El terreno quedó fértil para la instauración de reyes, quienes
para reinar sobre sus reinos y someter como súbditos a los demás requirieron
guerreros y establecieron religiones con su casta sacerdotal, ritos, mitos y
normas. Entendemos que una religión, que es un fenómeno colectivo, bullicioso y
externo, es distinta de la religiosidad, que es una experiencia o actitud
personal, silenciosa e interna, y sirve ocasionalmente como base para alguna
religión. Se erigieron poderosos dioses para patrocinar a los monarcas e
intimidar a los súbditos. Y con toda la razón del mundo en su discurso Rousseau
prosigue: “Cuántos
crímenes, guerras, asesinatos, miserias y horrores no habría ahorrado al género
humano quien, arrancando las estacas o rellenando la zanja, hubiera gritado a
sus semejantes: «¡Guardaos de escuchar a este impostor!”; estáis perdidos si
olvidáis que los frutos son de todos y que la tierra no es de nadie»”. Fue tan
exitoso el nuevo orden político de reinos que pronto por la guerra los más
poderosos absorbieron a los reinos vecinos, conformaron imperios y explotaron
aún más a sus súbditos. En el imperio romano más de la mitad de la población
era esclava.
La Revolución industrial
Al igual que del
comercio surgió el dinero, también emergió la escritura por la necesidad de
anotar las transacciones y los acuerdos; posteriormente, los reinos la
aprovecharon para consignar censos e impuestos y estipular leyes y órdenes, y
las religiones para perpetuar mitos y redactar mandamientos. Pero la escritura
sirvió para recopilar y transmitir el conocimiento y la sabiduría. Primero
surgió la filosofía y posteriormente se desarrolló la ciencia empírica. Cuando
se aplicó este nuevo conocimiento a la técnica, emergió la tecnología e hizo su
aparición la máquina de vapor. Esta podía remplazar eficazmente el trabajo de
miles de músculos animales y humanos. Pronto, en la llamada Revolución
industrial, iniciada a mediados del siglo XVIII a partir de la industria
textil, las fábricas reunieron en un solo establecimiento múltiples talleres y
los obreros se los reclutó de los artesanos y se aplicó la división del
trabajo. Mientras la monarquía declinaba, se desarrolló el capitalismo y se
intensificó la producción industrial de otros bienes. La sociedad se dividió
entre burgueses o propietarios de capital y proletarios o trabajadores que
deben producir para sobrevivir. El capitalista sometió el capital y el trabajo
a la ley de la oferta y la demanda para determinar la remuneración del
trabajador, que resultó con gran desventaja para éste; el trabajo ha venido
siendo remplazado cuando la tecnología le dio más ganancia al capital. El
resultado ha sido el empobrecimiento del trabajador y el enriquecimiento
sostenido del capitalista. Simultáneamente, la clase capitalista gravita
decisivamente sobre el poder político y lo secuestra gracias a su gran poder
económico y cualquier intento de reforma social que atente contra sus intereses
es severamente reprimido. Harold J. Laski (1893-1950) ya señaló en Reflections on the Revolution of Our Time,
1933, “considerando que el Estado pertenece a los poseedores del poder
económico, las reformas alcanzan al límite que las clases acaudaladas
consentirían sin llegar a las armas”.
La ciencia empírica
ha tenido otro efecto y ha sido profundo. Para el conocimiento científico las
creencias ancestrales y psicológicas sobre la existencia de Dios que cada
cultura va adquiriendo en su experiencia y que cada persona intuye íntimamente
no tendrían sentido, puesto que la ciencia, que pretende tener conocimiento de
todo en el universo, muestra que todo es obra de causas muy naturales que
pueden ser observadas y hasta verificadas experimentalmente. Friedrich
Nietzsche (1844-1900) llegó a proclamar en El
ocaso de los ídolos. 1887: “Dios ha muerto” y Bertrand Russell (1872-1970) afirmaba:
“lo que la ciencia no puede decirnos, el ser
humano no puede saber”, y el positivista inglés, A. J. Ayer (1910-1989),
sostenía que el principio de verificación es la única base válida de
conocimiento y que todo lo demás, en especial lo religioso, no tiene sentido. Con gran
soberbia la ciencia no reconoce que puedan existir otras realidades que no son
materiales ni causales y que para su restringido método empírico le son
inasibles. Adicionalmente, a través de la producción masiva y la generación de
riquezas la Revolución industrial había
prometido el paraíso y la solución a todas las necesidades materiales de los
seres humanos. En masa éstos volcaron toda su atención y energías a esta gesta
esperanzadora y liberadora de su opresión, se secularizaron, abandonaron sus
convicciones religiosas y olvidaron sus creencias en lo divino y el más allá.
En la actualidad el ateísmo es universal. Definirse como agnóstico es sólo un
eufemismo.
La revolución cultural moderna ha sido profunda y las
sociedades han debido adaptarse con tropiezos al nuevo orden de transmutar lo
transcendente por lo inmanente. El sentido de la vida puesto únicamente en la
vida y no en la vida, muerte y existencia eterna ha generado todo tipo de
fenómenos psicológicos. Una vida inmanente es vacía y quienes la viven la
llenan con todo tipo de farsas y mucha liviandad, pero por esta vacuidad deben
pagar un alto precio, como la angustia, la depresión, la inseguridad, el consumismo, el egoísmo, el temor, el
horror a la muerte, la apatía, el desamor, la falta de compromiso, el buscar
incesantemente el éxito, la riqueza y el poder. También se ha generado
fenómenos sociales, como la intensificación de la injusticia, la desigualdad,
la opresión, la explotación. La liberal burguesía capitalista ha favorecido
consecuentemente instituciones de su conveniencia, como la iniciativa privada,
la libre empresa, el libre mercado, el libre comercio, la libre profesión,
apropiándose del concepto “libertad”, concebida por
ellos como independencia y soberanía individual, significando
que cada uno debe tener la capacidad para elegir voluntariamente y la autonomía
para conseguir su felicidad y autorrealización, sin entender lo que
verdaderamente significa libertad. Brevemente, diremos por el contrario que
libertad es
la capacidad personal para la autodeterminación y se ejerce para buscar responsablemente
la verdad, superar la ignorancia y obtener sabiduría, también se ejerce para
ser feliz al superar el miedo, la angustia y el sufrimiento, asimismo se ejerce
para buscar el bien, evitar el mal, superar el odio y conseguir amar. Por su
parte, la idea individualista de la búsqueda de la felicidad, como si
dependiera de la voluntad humana o se obtuviera con dinero, es ilusoria. Esta
idea la originó Thomas Hobbes (Leviathan.
1851), la ensalzó John Loche (Essay
Concerning Human Understanting.
1681) como la fundación de la libertad, y la proclamó Thomas Jefferson (Declaración de la Independencia. 1776)
como derecho humano fundamental, de modo que ha llegado a convertirse en meta
para los seres humanos. Para el Evangelio la felicidad es un sentimiento que
será pleno en el reino de Dios para los justos y que es un absurdo pensar en su
consecución en esta vida.
El capitalismo
El capitalismo desarrolló
la ideología liberal, cuyo origen se encuentra en la filosofía empirista
inglesa. Tal es la propaganda de esta ideología que la burguesía reprime
ideologías contrarias y por el contrario, ensalzan el sistema económico
capitalista y lo difunden a través de los medios de comunicación social de los
que ella es mayoritariamente propietaria. Impone los mitos que todos llegamos a
aceptar como verdaderos, como el crecimiento económico como finalidad de la
acción política, la autorrealización como propósito de la acción personal, la
felicidad, concebida como gozo, como objetivo de la existencia individual, el
dinero como condición de la felicidad, la participación en el mercado como la
expresión de la libertad, y la iniciativa privada como su expresión máxima,
mientras el sentido de solidaridad e igualdad queda sin expresión posible y el
gran capital sigue apoderándose de las riquezas del mundo. El capitalismo se
puede resumir en una serie de proposiciones: La codicia es el motor de la
economía. El ser humano no es más que un individuo egoísta que tiene por finalidad
perseguir ciegamente su propia felicidad. Para conseguir este objetivo, debe
afanarse para producir riqueza material, que es lo único que puede satisfacer
todas sus necesidades humanas. En este afán egoísta, se obtiene por rebalse de
la sobreabundancia de una minoría el mayor beneficio económico posible, que es
irrisorio, para el resto. Todo, incluido las personas, es una mercancía por
tener dueño, ser útil y se transa en el mercado. La propiedad de los medios de
producción debe ser privada. El capitalista debe invertir siempre calculando
conseguir el máximo de beneficio, con el mínimo de riesgo, y en el menor plazo
posible. Aquello que hace digno al ser humano es el libre emprendimiento, sin
considerar que éste es un privilegio de unos pocos y que se emprende a costa
del trabajo obligado y mal remunerado de la inmensa mayoría.
En contra de la ideología
liberal se puede afirmar que ella no responde a los hechos antropológicos, ya
que ensalza el egoísmo y el individualismo al tiempo de desvalorizar la sociedad.
El ser humano es una criatura que, como todo ser viviente, está tras su propia
supervivencia y reproducción, pero, como homo
sapiens, es una criatura que ha evolucionado genéticamente por el esfuerzo
colectivo y cooperativo, siendo su psicología social, no individualista, sino
que principalmente social y solidaria. La ética humanista critica al
capitalismo porque se basa en el egoísmo y la codicia, contraponiéndose a la
igualdad natural de los seres humanos. Adicionalmente, su condición de sapiens le
permite proyectar intencionalmente su vida, más que a la pura satisfacción de
sus necesidades inmediatas, hacia incluso la posibilidad de lo transcendente,
lo que lo hace un ser eminentemente moral. Esta ética afirma que la economía
capitalista deshumaniza la estructura social al interponer el dinero como
principal vínculo en las relaciones humanas. Genera individuos egoístas al
enfatizar el lucro individual como motor y fin de la actividad humana. Impone
el valor de la competencia individualista a nuestra natural psicología solidaria.
Trastoca el carácter de creatividad y contribución del trabajo por mera
mercancía impersonal. Mediante la producción masiva acoplada a publicidad,
origina un consumismo y exitismo desenfrenado. Propone modelos para el deber
ser que son estereotipos irreales e irrealizables, provocando angustias
generalizadas. En definitiva, la realidad contradice la creencia de que el
sistema económico capitalista sea reputado de ser el mayor logro intelectual de
la humanidad y su panacea, pues éste genera una creciente pobreza y marginación
de la gran mayoría de la humanidad y una sobreexplotación de los recursos
naturales.
La crisis del capitalismo
En la actualidad, estamos experimentando la crisis
terminal del capitalismo que, por su necesidad de continuo crecimiento y
control, arrasará a toda la humanidad. Algunos de los ámbitos que producen gran
preocupación son el cambio climático, el calentamiento global, la
sobreexplotación de la naturaleza, la extinción masiva de especies, la explosión
demográfica, la extinción de recursos naturales esenciales, el agotamiento del
agua, la total dependencia del petróleo como fuente energética cada vez más
costosa de extraer, la contaminación de tierra, aire, mares, ríos, la
desigualdad progresiva entre ricos y pobres, la concentración del capital en
una pequeña minoría, la manifiesta degradación de la política, el armamentismo
desenfrenado, el aumento del peligro de una guerra nuclear, el fanfarroneo
prepotente, agresivo y belicista del imperialismo estadounidense que agria
cualquier iniciativa de solidaridad internacional y de mantener relaciones
amistosas. Adicionalmente, como ha sido experimentado en lugares de la tierra y
en el curso de la historia, pero que ahora será global, la crisis política, económica,
social y ecológica viene acompañada por la descomposión de valores morales y
normas éticas en todos los ámbitos de la sociedad causados por la exigencia de
riqueza, poder y placer, lo que podemos constatar observando la desintegración
de la familia, la libertad sexual, la demanda del aborto como derecho civil y
gratuito, la pornografía, la pedofilia, las drogas, la corrupción, la
deshonestidad, el lenguaje obsceno, la ludopatía, los robos, los asaltos, los
asesinatos, la mentira, la injusticia, la violencia, la hipocresía, la falta de
integridad. Es para exclamar, ¡qué desperdicio del tesoro regalado por Dios a
la humanidad!
El futuro profetizado
Aunque el futuro de
la humanidad no es parte de su historia, sí es parte de su destino y será
considerado como parte integral de la relación de ella con lo divino.
Consecuentemente, el relato continúa de la siguiente manera:
Irremediablemente y
muy, muy pronto, la ensoberbecida, hipócrita e inamistosa humanidad
desencadenará la más mortífera y devastadora guerra de la historia (ver: http://unihum2106parte1.blogspot.com). Esta guerra finalizará con un evento cósmico
ordenado por Dios, que serán los Tres Días de Oscuridad (ver: http://unihum2106parte2.blogspot.com), que consistirá en una emisión de masa solar que
envolverá e interactuará con la atmósfera terrestre y regenerará la Tierra.
Después de este evento Jesús se manifestará a la humanidad y ésta volverá a
reconocer a Dios, según las palabras de los diversos videntes que han sido transcritas, tal como fueron escritas y se
presentaron en http://unihum2016parte3.blogspot.com, pero ahora de forma aún más sintetizada y según los
siguientes temas:
1. PAZ, PROSPERIDAD, JÚBILO Y ARMONÍA
Los días oscuros en el comienzo del milenio, serán seguidos por días de
júbilo y felicidad y el sol tendrá un nuevo esplendor.
Todo el mundo fue transformado en un
instante, pues habrá
una nueva era, que se llamará la Era Dorada, porque va a ser un tiempo bueno y
feliz. Conocerán la Edad de Oro, la armonía y la
belleza ilimitados. Será en amor, basada en talentosos hombres y madres
mujeres y la gente se llenará de
alegría. La esencia de esta nueva era será como materia iluminada por el
Espíritu. Será la Tierra transformada en un mundo magnífico que adora a Dios y renovada
por el Espíritu de Dios. El hambre se mantendrá durante un par de temporadas
y habrá mucho por reconstruir. Pocas ciudades habrán quedado, pero estas
personas serán felices.
Jesús establecerá este
nuevo orden mundial en Jerusalén, el centro unificado de la armonía y la paz
mundial. Llevará a la humanidad a la Edad Dorada, unificando el Cielo y la
Tierra. No habrá ya ninguna intención destructiva o cualquier necesidad de
armas de destrucción masiva. Él dirigirá el Gobierno del Nuevo Mundo hasta
diciembre de 2052. Los ángeles bajarán del cielo y difundirán el
espíritu de paz sobre la tierra, pues el tiempo de Nuestro Señor será un tiempo de
paz y prosperidad y durará hasta el fin del mundo. Como
nunca se ha visto, en la próxima era habrá la más afortunada y fructífera paz que deberá sanar el mundo, puesto que todas las
naciones depondrán las armas. Serán mil años de paz, prosperidad y tranquilidad
en la tierra. No habrá
entonces ni odio ni rencor y en toda la Tierra no quedará ni una familia que
viva en la pobreza y que sufra hambre. Seguirá
un siglo de paz y de bienestar.
Una vez más los hombres encontrarán el camino recto de la humanidad y la
Tierra encontrará la armonía otra vez. Todo entrará en orden y todas las
injusticias, de cualquier clase que sea, serán reparadas. Todos serán elevados.
Algunos se levantarán más alto que los demás y ya no disfrutarán el plano
físico, mientras que algunos se quedarán en la Tierra para reponer y
reconstruirla físicamente. Ellos también serán de una elevación más alta que
cualquier que esté viviendo allí ahora. Habrá un nuevo tipo de personas más jóvenes y de
un carácter pacífico. Un nuevo tipo de gente de muchos colores, clases, credos vendrá a la tierra, y
que por sus acciones y obras tomará la tierra de nuevo. Una nueva humanidad
emergerá. Ese día, llamado el gran despertar, todos los pueblos formarán un
nuevo mundo de justicia, paz, libertad y reconocimiento de Dios. Ofrecerán a
la gente los principios para seguir las prácticas de la unidad, el
amor y la comprensión. Enseñarán a las
personas cómo vivir en armonía, en los cuatro rincones de la
Tierra. Una vez más, serán capaces de sentir alegría en la soledad y en las asambleas.
Sentirán felicidad en sus corazones, y estos irradiarán calidez, comprensión y
respeto por toda la humanidad, la naturaleza y Dios. Habrá lugar para una nueva
sociedad y religión que serán satisfactorios a todos.
2. LA
RELIGIÓN
Después de purificar al mundo, se preparará un
renacimiento milagroso, triunfo de la misericordia de Dios. Habrá reconciliación y paz con
Dios. A la prueba le seguirá un
renacimiento universal y el amor florecerá en todas partes. Llegará a la Tierra un hombre fuera
del planeta que aclarará el misterio que se esconde tras la muerte. La plana
mayor de la jerarquía eclesiástica recibirá una gran lección del hijo de Dios,
quien les revelará lo que realmente ocurrió en los primeros días de la era
cristiana. Su llegada se producirá cerca de Palestina. Le seguirán
muchas personas. Los santos del mundo espiritual inspirarán a todas las
personas en la tierra de los cambios que debe hacerse en la tierra y habrá un renacimiento Con la llegada
de Jesús se inicia una nueva era o un nuevo orden que durará 1000 años. Él
regresará como un pacificador y unificará todas las religiones.
Habrá una nueva evangelización, y se dispondrán de nuevas técnicas
maravillosas aportadas por él. La religión florecerá en seguida de la manera
más admirable. Será una época de una nueva fuerza de la creencia. Los seres
humanos volverán a creer en Dios, el Evangelio será predicado por todas partes y los hombres vivirán en el temor de Dios.
Habrá una sola fe, se unificarán las ideas y renacerá la verdad. Vendrá que una
sola fe, un solo Dios estará en la tierra y instaurará una nueva vida en la
tierra purificada por la muerte de las naciones. Entonces será la paz y la reconciliación entre Dios y los hombres.
Los seres humanos estarán en condiciones
rápidamente de conocer el Mundo Divino, de fusionarse con la Cabeza del
Universo. La Nueva Era se construirá alrededor de la idea de Fraternidad.
No habrá ya conflictos de intereses personales; la única aspiración de cada uno
será de conformarse a la Ley del Amor. ¡Amor y Fraternidad estarán en la
base común!
Los seres humanos se involucrarán en el de la Nueva
Vida, la de la Salvación. Los hombres recobrarán el camino de la virtud.
Esta era
se caracterizará por la paz y el amor. Los seres humanos serán libres, justos,
trabajadores y virtuosos. Todas las sectas religiosas se unirán en una
Cristiandad limpiada y renovada; ello unirá a todas las naciones en paz pero
sin unirlas a ellas y a sus culturas.
3. LA SALUD
El ser humano sabrá todo sobre la Tierra y su propio cuerpo. Las enfermedades serán curadas
antes de que se manifiesten y todo el mundo se curará a sí mismo y entre sí
mismos. A un
hombre de cada diez, Dios le dará el poder de curar las enfermedades de los que
piden ayuda. Los médicos y los boticarios tendrán que cambiar de profesión
porque (las enfermedades serán eliminadas por una vida sana y natural). Sin
doctores se vivirá más sano; será suficiente con el letargo, el ayuno y el giro
de las manos. Los pobres, enfermos y necesitados, serán atendidos por sus hermanos y hermanas. En el año 2315, las personas llegarán a vivir
hasta los 145 años y gozarán de una excelente salud.
A todo niño recién nacido se le suministrará
una sustancia milagrosa que previene cualquier enfermedad que pueda padecer en
el futuro. A esto le llaman inmunización. Según parece, antes de este tiempo,
existían enfermedades y dolencias de diversos tipos, pero tres de ellas serán
particularmente mortales. Una será el cáncer, las otras dos se llamarán SIDA y Zantus.
Esta última enfermedad apareció en la tierra a principios del siglo
XXI y fue responsable de la muerte de millones de personas. Se hallará
un remedio contra estas dos plagas y con la inmunización estará todo
solucionado. Se verán
vencidas enfermedades rebeldes con la ayuda de los perros, los gatos y las
aves. De los animales llamados salvajes el hombre recibirá nuevos cambios. Los
peces dirán al gran doctor cómo se vence el mal de la hinchazón. Las plantas,
las piedras y los animales enseñarán a conocer la peste.
La codicia será considerada una enfermedad mental. Después de su primera
aparición, el paciente será rápida y silenciosamente llevado a un sanatorio
aislado donde los síntomas se observarán cuidadosamente por especialistas cualificados
en el tratamiento de este trastorno particular. Aquí serán cuidadosamente
cuidados y amablemente atendidos hasta que se eliminen las últimas trazas de la
enfermedad.
Si resultaba que un hombre, mujer o niño se lesionaba y que no podía
recuperarse, amables amigos le administrarán un opiáceo bajo la dirección de un
experto médico, por lo que caerán en un dulce sueño del que no se despierta más
en la tierra, pues se considerará un acto inhumano prolongar la agonía que solo
podría terminar en la muerte. Así lo harán también para aliviar los últimos
momentos de sus amigos, cuando la última lucha agonizante venga, por lo que podrán
dormir, suavemente, con amor, tal como un niño se hunde a descansar sobre el
pecho de su madre.
La muerte ya no será una ocasión triste, pero más bien un momento de
gloria, así como ahora nos regocijamos cuando nuestros amigos están a punto de
emprender un viaje agradable al que es esperado con anticipaciones más felices.
Pues se sabía que la tumba es el portal a través del cual se pasa a esa vida
más grande con sus cada vez mayores oportunidades, con sus mayores libertades y
sus alegrías más profundas. El horror a la muerte será superado y el hombre
terminará su vida en una gran risa. La muerte llegaba en un momento cuando el
individuo había experimentado todo lo que necesitaba experimentar. Morir será
acostarse y dejarse ir; entonces el espíritu se eleva y la comunidad se reunirá
alrededor. Habrá una gran alegría, porque todos tenían una idea del reino
celeste y que el espíritu se uniría con los ángeles que vendrían a su
encuentro. Podían ver al espíritu partir y sabían que era el momento para el
espíritu de seguir adelante; que había superado la necesidad de crecimiento en
este mundo. Las personas que morían habían logrado todo lo que eran capaces de
hacer en este mundo en términos de amor, aprecio, conocimiento y trabajo en
armonía con los demás. Luego de arrojar esta piel, esta cáscara del mundo
físico, será para graduarse y ascender a los cielos, y tener una relación más
íntima y creciente con Dios.
4. LA SOCIEDAD
Los seres humanos formarán un gran cuerpo
del cual cada uno será una pequeña parte. Juntos
van a formar el corazón de este cuerpo. El ser humano habrá comprendido que él tiene que
ayudarse a sí mismo para mantenerse derecho. Habrá total igualdad entre las
personas.
Después de los días de la insidia y la avaricia, el hombre va a abrir su corazón y
su bolso a los pobres; se
definirá a si mismo curador de la especie humana. Y así, finalmente, una nueva
era comenzará. Cuando el
ser humano haya aprendido a dar y compartir, los días amargos de la soledad
llegarán a su fin.
Debido a que la mujer llegará a reinar, ella
gobernará el futuro y decretará su filosofía al hombre. Ella será
la madre del Milenio. Después de los días del
diablo ella irradiará la suave dulzura de una madre; después de los días de
barbarie ella encarnará la belleza.
Cuando todas las personas en la Tierra cambien,
habrá una verdadera hermandad. Los seres humanos formarán una
familia, como un gran cuerpo, y cada gente representará un órgano de este
cuerpo. En la nueva raza, el Amor será manifestado de una manera tan
perfecta, que el ser humano actual solo puede tener una idea muy vaga. Los seres
humanos se amarán unos a otros, compartiendo todo, sueño, y los
sueños se convertirán en realidad. El hombre con la esposa, los padres con los hijos,
el amigo con los amigos, el vecino con el vecino se reunirán y un verdadero
amor de amistad brillará entre ellos, de modo que todo un corazón conformarán y
uno amará al otro. Así, el ser humano tendrá su segundo nacimiento. El espíritu poseerá la masa de
los hombres, que
estará unido en hermandad.
Una de las características de esta Edad Dorada consistirá en que en el
planeta se establecerán diversas zonas para que se agrupen en ellas los que
quieran vivir de la misma manera dentro de una gran libertad de conductas. Es
decir que cada persona podrá vivir como quiera y en compañía de otros como él
en lugares destinados a ese modo de vivir, en el bien entendido que las áreas
“malvadas” serán destruidas por un tipo de “desastre atómico” natural.
Habrá gente en esta Tierra que aparecía más felices y más contentas,
aunque aparentemente vivían como las poblaciones indígenas del pasado. Las
ciudades, construidas por los antiguos y que fueron enterradas debajo de los
océanos, van a ser pobladas por las personas que sobrevivieron en este nuevo
mundo. Ellos se unirán a otros y se formarán pueblos y no habrá más guerras. La
verdadera paz y felicidad finalmente habrán descendido sobre la humanidad.
Las piernas volverán a usarse para andar. Nadie tendrá ya que
superar distancias. Habrá seres humanos en estrecha vecindad y naturaleza
además de las ciudades.
5. LA
POLÍTICA
La Tierra ha sido un terreno propicio a las luchas,
pero las fuerzas tenebrosas van a retirarse y ella será liberada. La gente de la Tierra se unificará en una
confederación de los gobiernos. Todos aceptarán a Jesús como el líder
universal. La lucha por el poder se desvanecerá sin sentido bajo su dirección
espiritual. Este período de paz y alegría durará hasta 2052.
Después
de este año otro líder mundial llegará
al poder para continuar el legado espiritual. Él lo dirigirá hasta 2102. En
este tiempo un líder de África va a surgir y, posteriormente, descendientes de
su dinastía lo conducirán durante los próximos 900 años. Al final de este
tiempo la confusión y el caos volverán a ocurrir y miles de años de
civilización humana llegarán a su fin en el planeta Tierra.
Los líderes del pueblo serían elegidos a la vieja
manera: no por su partido político, o porque podía hablar más fuerte, sino por
aquellos cuyas acciones hablaban más fuerte. Los que demostraran su amor,
sabiduría y el coraje que demostrara que podía trabajar por el bien de todos.
Ese sería elegido como líder o jefe.
6. LA
ECONOMÍA
El futuro del mundo será como un jardín, será como el jardín de Dios. Y
en este jardín del mundo, lleno de toda belleza, estaban las personas. Las
personas van a nacer en este mundo para crecer en su comprensión del Creador. Los hombres cultivarán la tierra con sus
propias manos y no
habrá almacenes, ni tiendas, ni supermercados. Pero todo será compartido.
Vendrá el tránsito a un modo de vida más ahorrativo, pero no por eso
menos feliz. El hombre trabajará sin sudor y no habrá más un amo. Prácticamente ya no se realizarán
trabajos manuales. De modo que el trabajo será
menos estresante y cada uno tendrá tiempo para consagrarse a las actividades
espirituales, intelectuales y artísticas.
Cada uno trabajará en un huerto, con casi ningún esfuerzo físico. Las
plantas, con la oración, van a producir enormes frutas y verduras. Al unísono,
a través de la oración, la gente va a poder controlar el clima del planeta.
Todo el mundo trabajará con la confianza mutua y la gente va a llamar a la
lluvia o a que el sol brille cuando sea necesario. Los animales van a vivir en
armonía con la gente. Se descontinuará toda ingesta de carne y los seres humanos se nutrirán exclusivamente del mundo
vegetal.
El suelo va a ser muy productivo. Tres veces el trigo madurará en el
campo. No habrá más granizo ni relámpago. Entonces habrá un verano acortado; el
invierno y el verano no serán distinguibles. Y pronto las ortigas crecerán
fuera de los edificios antiguos. El bosque crecerá de nuevo. La tierra se
transformará en un paraíso. Durante esta era el invierno habrá sido abolido. Los
mares serán provechosamente explotados en beneficio del ser humano.
7. LA CULTURA
Una nueva cultura verá el día, la cual se basará en
tres principios rectores: La elevación de la mujer, la elevación de los
humildes y la protección de los derechos del hombre. La Luz, el bien y la
justicia triunfarán. Que el que
quiera entrar en la nueva cultura, estudie, trabaje conscientemente y se
prepare. Las ideas tendrán el poder de circular, también, libremente, como el
aire y la luz de nuestros días. La gente estará interesada en la sabiduría.
La cuestión de las relaciones entre el hombre y la
mujer será, por fin, resuelta en armonía. Tanto el uno como el otro tendrán la
posibilidad de seguir sus aspiraciones. Las relaciones de las parejas
serán fundadas sobre la estimación y el respeto recíproco.
Cuando una persona se haga adulta, no habrá sensación de ansiedad, ni
odio, ni competencia. Habrá una enorme sensación de confianza y respeto mutuo.
En este futuro si una persona se perturba y se aleja de la armonía del grupo,
la comunidad entera se va a preocupar por ella. Espiritualmente, a través de la
oración y el amor, los otros van a enaltecer la persona afectada. En dicho
futuro la gente irá a trabajar, hará justicia, amará al prójimo y será justa.
Habrán terminado la publicidad y el lujo; los preservativos, el aborto y
el libertinaje; el ateísmo, el bienestar y las mentiras. De nuevo reinarán
horas de honradez y dureza, de castidad y nacimientos de niños, de necesidad y
temor de Dios. Los pueblos vivirán sin necesidades.
En lo que todos, absolutamente todos, en este futuro eufórico van a pasar
la mayor parte de su tiempo será en la crianza de niños. La principal preocupación
de la gente van a ser los niños y todo el mundo considerará que es el bien más
preciado en el mundo.
8. LA TECNOLOGÍA
Los seres humanos, también
espiritualizados por acción del Espíritu Santo, vivirán una vida más simple,
más primitiva., sin todas esas cosas tecnológicas que están en la actualidad copando
nuestra atención, como los celulares, el internet, los computadores, los
televisores, los vehículos.
Los hombres ya no estarán encerrados en sus
cabezas ni en ciudades, sino que serán
capaces de ver desde un extremo de la tierra al otro, y entenderse entre sí.
Habrá un lenguaje común hablado por todo el mundo, y por lo tanto, una gloriosa
humanidad llegará finalmente a existir.
En el futuro (año 2185) no habrá casi ninguna tecnología y todo será hecho con las manos, sin la utilización de máquinas
sofisticadas.
9. LA ECOLOGÍA
En el séptimo día después de la vuelta a la luz, la tierra habrá
absorbido las cenizas y constituirá una fertilidad tal como no se había
experimentado nunca.
Las montañas peladas se cubrirán de bosques. Los bosques serán una vez
más ser densos, el desierto volverá a ser irrigado, y el agua volverá a ser
pura. La tala
de la selva tropical se ralentizará, y en cincuenta años habrá más árboles en el
planeta que en mucho tiempo. Nunca más habrá un lugar tan salvaje como lo era
antes. Habrá grandes lugares salvajes y reservas donde prosperará la
naturaleza.
Los descendientes podrán volver a ser capaces de correr libres y disfrutar de los tesoros de la naturaleza
y la Madre Tierra, libres de los temores de toxinas, destrucción y codicia. Los
ríos van a volver a ser claros, los bosques serán abundantes y hermosos, los
animales y las aves se repondrán. Los poderes de las plantas y los animales de
nuevo serán respetados. La conservación de todo lo que es hermoso se convertirá
en una forma de vida.
La tierra se tornará nueva como fue al principio.
Las flores rebrotarán, las bestias retornarán a las tierras áridas, habrá
abundancia de alimento para todos y los que se salven compartirán todo. Reconocerán
Dios y hablarán una sola lengua.
La jardinería y las reservas serán la cosa en el futuro. Un cambio en la
conciencia cambiará la política, el dinero, la energía. La tierra será como un jardín. Los seres humanos se harán cargo
de todo ser viviente y ellos limpiarán todo lo que ensucien; comprenderán que
el conjunto de la Tierra es su casa y pensarán con la sabiduría del mañana. El ser
humano aprenderá que todas las criaturas son portadores de la luz y que a todas
se deberán respetar.
En toda su geografía el clima de
nuestro planeta va a ser por moderado y las intensas variaciones ya no
existirán. El aire se volverá puro, al igual que las aguas. Los
parásitos desaparecerán. Incluso como la parra se liberará de sus parásitos y
de sus hojas muertas, así también actuarán los Seres evolucionados para
preparar a los hombres para servir la Fuente del Amor. Ellos les dan las buenas
condiciones para crecer y desarrollarse y, para los que quieren oírlos, les
dicen: “¡No teman nada! Todavía un poco de tiempo y todo va a arreglarse; están
en el buen camino”.
10. CAMBIOS GEOLÓGICOS
Llegará un feliz y largo tiempo, y quienes vivan
esta experiencia serán muy felices. Después de estos eventos vendrá una larga y
feliz época. Quienes la experimenten serán muy felices y se reconocerán tener
suerte. Pero la gente va a tener que comenzar de nuevo allí, donde nuestros
abuelos comenzaron.
Llegará el día cuando se encuentre el
Mar Negro cerca de los Urales y el Mar Caspio a la altura del Volga, porque todo
cambiará. Habrá nuevas montañas y ríos, nuevas plantas y piedras. La tierra
será purificada como una fruta. Muchos ríos y mares desaparecerán; nuevos ríos
y mares van a surgir. Algunas extensiones de costa se habrán hundido bajo el mar, y otras se
habrán levantado.
El clima va a cambiar. Se convertirá en más cálido, y los frutos del sur
y las uvas crecerán muy bien en Baviera. Voluntariamente, mucha gente se
trasladará allí. Todo el mundo podrá vivir donde quiera y tendrá tanta tierra
como puedan manejar. La tierra al norte y al este del Danubio será reasentada.
Sólo unas pocas personas habrán sobrevivido allí.
Debido a los eventos cósmicos, el polo Norte y el polo Sur se moverán a
una nueva posición. La tierra no será estable durante algún tiempo por venir
debido a terremotos menores.